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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

La victoria de Obama y el matrimonio gay, duros reveses para los 'fachas' de todo el mundo

Demócratas acuerdan apoyar el matrimonio gay, la reforma migratoria y la libertad de Cuba

Carlos Elordi

Tras meses o, mejor, años, de malas noticias, muchas de ellas horribles, esta semana, casi atropellándose en las primeras páginas, se han producido algunas novedades que deberían animar un tanto a quienes creen que una sociedad más justa y más democrática no sólo es necesaria sino también posible. Son destellos que no cambian sustancialmente un panorama que sigue siendo negro, pero que deberían ayudar a vencer el fatalismo.

Una es la victoria de Barack Obama en las elecciones norteamericanas. Y no porque él una expresión nítida, y a escala mundial, de los valores antes citados, aunque en parte se identifique con ellos, no sin alguna relevante contradicción, o porque la gestión del futuro gobierno norteamericano vaya a cambiar la suerte del planeta. Sino, sobre todo, porque los resultados del martes hablan de una derrota grave de la ultraderecha, del conservadurismo y de la insolidaridad que el control de la Cámara de Representantes norteamericana por parte de los republicanos no palia en sus términos esenciales. Los analistas más fiables de ambos lados del Atlántico coinciden, en efecto, que Romney ha perdido por culpa de dos factores: sus mensajes ultraconservadores en materia social, y, entre otros, también religiosa, y su desprecio a la comunidad de origen latinoamericano, que ha decidido la suerte de los comicios en algunos de los estados más disputados.

La otra noticia es el avance del reconocimiento del derecho al matrimonio homosexual, que se ha concretado esta semana en la sentencia favorable del Tribunal Constitucional español –una decisión que ha tenido un amplio eco en la prensa extranjera-, en los referendos de Maryland, Maine y Washington, y en el proyecto de Ley que con ese objetivo ha presentado el gobierno francés y que sin duda alguna será aprobado gracias a la mayoría con que cuentan los socialistas en el parlamento de París (Le Monde). En un excelente artículo, June Fernández describe hoy en eldiario.es cómo ambos hechos se inscriben en una marcha mundial hacia el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, un proceso que, por ahora, no impide que 78 países aún sigan castigando legal y penalmente esa opción: en 7 de ellos con la muerte.

Para valorar la importancia que ambas noticias deberían tener en el estado de ánimo colectivo de los que hasta hace poco se llamaban “progresistas” basta con imaginar qué hundimiento de la moral de ese mundo, nuestro mundo, habría producido una victoria de Romney o un rechazo del Tribunal Constitucional a la ley española que en 2005, cuando se aprobó, fue, más allá de cualquier otra consideración, un motivo de sana, legítima y debida alegría para los gays de nuestro país, que si no compensó sus siglos de represión, postergación y sufrimiento, sí les permitió contemplar su futuro personal con los mismos límites y posibilidades que los demás ciudadanos. Y que confirmó, además, y de manera muy clara, que la política sí que vale para algo.

Ambos hechos, la victoria de Obama y el avance del matrimonio gay, suponen claras derrotas del oscurantismo y de la reacción más intolerante y agresiva, detrás de la cual, y no por casualidad, están, en todos los casos, las actitudes religiosas más obtusas. En Estados Unidos, las iglesias evangelistas y similares, que pueblan las filas de los republicanos y mandan en el Tea Party. En Europa, la Iglesia católica. Que hasta en Francia, donde solía estar bastante calladita por lo de la rotunda laicidad del estado sancionada hace un siglo por la constitución, ahora ha desplegado una enorme ofensiva contra la nueva ley.

Por no hablar de Italia, en donde el poder del Vaticano se nota hasta el punto de que la polémica, también entre los curas, es si los sacerdotes pueden dar o no la comunión a los homosexuales y en donde excomunistas y exdemocristianos no se ponen de acuerdo sobre qué tienen que poner en el programa de su partido conjunto (el PD) para las próximas elecciones en materia de derechos de los homosexuales (La Repubblica). Como contrapartida queda el pragmatismo británico: Benedict Brogan, subdirector y afamado columnista del muy conservador Daily Telegraph decía ayer, y totalmente en serio, que si David Cameron legalizara el matrimonio homosexual, el Partido Conservador tendría asegurada la victoria en las próximas elecciones.

Tirando más hacia arriba, las “buenas noticias” también indican que, hoy por hoy, exageran quienes temen que las ultraderechas sean las grandes beneficiarias políticas de la crisis económica y de que se produzca una repetición de lo que ocurrió en los años 20 y 30 del siglo pasado, con Mussolini, Hitler y sus secuaces de otros países. Porque por poco que aparezcan en los grandes medios de comunicación hay una sociedad y también unos políticos –más allá de sus muchos fallos- que se oponen a ello. Y que son fuertes, aunque eso solo se note en las grandes ocasiones. El ultraderechismo que hoy manda en los gobiernos de Hungría y de Polonia o el que crece en Grecia son excepciones. Y a menos que haya un cataclismo mucho mayor del que padecemos lo seguirán siendo: en condiciones normales, en Europa y en Estados Unidos la derecha hoy sólo puede ganar si viene con ribetes de centro: y si no que se lo digan a Romney.

Desgraciadamente, nada de todo lo anterior da nueva luz a los políticos europeos en materia económica. En este terreno no hay cambios: la insensata austeridad y la imposición de nuevos sacrificios siguen siendo el dogma, tal y como se confirma cada día y como seguramente hoy lo hará Mario Draghi al término del Consejo del BCE. Zoe Williams lo ha dicho hoy muy claro en The Guardian: una nueva actitud de los gobernantes europeos en la que prime la sensibilidad hacia los sufrimientos de la gente sólo será posible si se produce un cambio “moral”. Que surja de ellos mismos o que sea impuesto por la presión social.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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