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Alfa Romeo Stelvio, potencia y personalidad

Tres cuartos delantero del Alfa Romeo Stelvio.

Pedro Umbert

Desde hace 15 años estaba Alfa Romeo rumiando la idea de fabricar un todocamino, un proceso largo que ha alcanzado buen puerto con el Stelvio, gracias al cual la marca italiana se interna en un segmento de lo más competido sin poderse permitir el lujo de defraudar a la legión de enamorados de su diseño y deportividad.

Lo cierto es que ha salido muy airosa del desafío. En primer lugar, porque el diseño es acorde al de los SUV en boga y, al mismo tiempo, tiene un aire inconfundiblemente Alfa. La zaga posee menos atractivo que el frontal, con su característica parrilla triangular y la placa de matrícula a su vera, y quizá sería conveniente que creciera el tamaño del logo tanto delante como detrás.

En el interior se respira también la atmósfera que define a los modelos de la casa italiana, con materiales de calidad y bien ensamblados y una instrumentación de aspecto tradicional pero atractiva en la que lo más novedoso es la presencia del botón de arranque del motor en la parte izquierda del volante.

El carácter deportivo del coche se pone de manifiesto en la elección de unas levas de gran tamaño y ubicadas en la columna de la dirección para accionar manualmente el cambio automático de ocho velocidades de la unidad de pruebas, que funciona por lo demás con enorme precisión cuando lo hace por su cuenta.

Siendo partidario quien esto escribe de que las levas no giren solidariamente con el volante (así no se pierden al girar), en este caso nos ha parecido que su colocación interfiere con el accionamiento de los mandos satélites de intermitentes y limpiaparabrisas.

Nuestro primer contacto con un Stelvio ha tenido por protagonista el poderoso motor de gasolina de dos litros de cilindrada y 280 caballos, capaz de unas prestaciones fulgurantes –y de un consumo desmedido– si se opta por el modo más deportivo de los tres (Dynamic, Natural y Advance Efficiency) que permite el vehículo.

El confort de marcha a bordo del Stelvio no es el de algunos rivales premium, más orientados al refinamiento que al dinamismo puro, ni tampoco se pretende porque aquí la filosofía es otra. En el habitáculo se percibe el ruido ronco, deliberadamente buscado, del motor, y la suspensión es más bien firme para tener bien controladas las inercias del conjunto.

Debido a esta elección, el coche afronta los tramos de curvas con el desparpajo y la solvencia de un muy buen turismo, lo que es mucho decir en el caso de un SUV. Por el contrario, el tacto del freno, esponjoso en exceso para un tipo de vehículo del que se esperan reacciones rápidas y francas, es acaso su aspecto más criticable.

Nada que reprochar, sin embargo, al espacio interior, muy amplio tanto en las plazas delanteras como en las traseras, ni a la capacidad de carga, que con 525 litros llevando todos los asientos en su lugar (los respaldos de los posteriores pueden abatirse por secciones pulsando los correspondientes botones en el maletero) se sitúa por encima de la media de su categoría.

Para aquellos que quieran aventurarse por caminos de tierra no demasiado dificultosos, el Stelvio dispone del sistema de tracción integral permanente Q4, que envía el par motor a las ruedas traseras hasta que detecta pérdidas de adherencia y entonces lo reparte también con las delanteras hasta en un 50%. El control de descensos permite acometer bajadas pronunciadas sin recurrir al pedal de freno.

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