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Prueba del Opel Crossland 1.2T, un SUV práctico y ahora más ‘pintón’

Opel Crossland 1.2T.

Con la reciente actualización a que ha sido sometido, el Opel Crossland no solo ha guapeado, sino que ha reunido armas y bagajes para competir en uno de los segmentos más competidos del mercado, el de los SUV de tamaño medio-pequeño. Además de un lavado de cara profundo que recoge ya los nuevos rasgos de diseño de la marca alemana, el modelo fabricado en la planta del grupo Stellantis (antes, de PSA) en Zaragoza recibe mejoras en aspectos tan diversos como espacio interior, amplitud de gama, equipamiento, rigidez estructural, dirección y eficiencia de motores.

Un repaso en toda regla, como te contábamos en este artículo, con el que el Crossland se pertrecha para no dejar de ser ni uno de los gallos más solicitados de su corral, el mencionado segmento B-SUV, ni el segundo vehículo más vendido de Opel por detrás del histórico Corsa, también producido en Figueruelas y disponible desde hace unos meses en variante 100% eléctrica.

A diferencia de este, el Crossland no incorpora motorizaciones con algún grado de electrificación, sino que mantiene una oferta mecánica más convencional, compuesta por dos opciones de gasolina (1.2 Turbo de 110 y 130 CV) y dos diésel (1.5 de 110 y 120 CV), a la espera de una variante de gasolina 1.2 de 83 CV. El cambio es manual de seis velocidades salvo en la versión diésel más potente, que lleva uno automático de convertidor de par y seis marchas, y en la de gasolina de 130 CV, que puede incorporarlo como opción.

En el capítulo estético, el mayor cambio se sitúa en el frontal y consiste en la adopción del Opel Vizor, una suerte de antifaz negro dispuesto sobre el rostro del coche que se ha exhibido por primera vez en el nuevo Mokka y que veremos imponerse gradualmente en toda la gama del fabricante de Rüsselsheim.

Por dimensiones, en el entorno de los 4,20 metros de longitud, Crossland y Mokka son casi modelos gemelos, pero su vocación es completamente diferente, más urbano y juvenil el segundo y más rutero y familiar el primero; de ahí que Opel haya decidido ofrecer éste solo con motores de combustión mientras el Mokka tiene desde su lanzamiento una variante eléctrica pura. El coste -y el precio resultante- es otra razón para no electrificar el Crossland, aunque las ayudas del Plan Moves III ha acercado bastante la tarifa de uno y otro modelo.

El resto del restyling del vehículo que hoy nos ocupa abarca unas protecciones de plástico tanto en el frontal como en la zaga, destinadas a realzar su estampa de crossover, llantas específicas para cada acabado y carrocería con techo negro según versiones. La mención Crossland aparece en el centro de la zaga del coche, y el color del techo, ya sea negro o el de la carrocería, se extiende hasta la parte superior del portón.

Entre los elementos que se mantienen, y con razón, está la práctica banqueta trasera desplazable a lo largo de 15 centímetros, lo que nos permite modular el espacio para pasajeros o carga. De esta manera, el maletero dispone de un volumen comprendido entre 410 y 520 litros, cifras que resultan más que aceptables para un vehículo del tamaño del que tratamos.

Al volante del pequeño SUV alemán

Hemos podido conducir días atrás el Crossland equipado con motor de gasolina de 130 CV y transmisión manual de seis velocidades. Nos parece una combinación muy equilibrada para un uso que comprenda tanto el tráfico urbano como desplazamientos de larga distancia, pues, con esta potencia, el pequeño y muy ligero SUV (pasa por poco de los 1.250 kilos en vacío) se muestra ágil en cualquier circunstancia, supera los repechos generalmente en sexta salvo en condiciones de mucha carga y, además, consume más bien poco: unos 6 litros/100 km de promedio en nuestra prueba.

El motor 1.2T empuja de firme por encima de las 2.000 revoluciones por minuto, razón por la que no es necesario cambiar mucho de marcha. El buen escalonamiento de la transmisión, con una sexta velocidad netamente de desahogo, es herramienta fundamental para conseguir un buen compromiso entre prestaciones, comodidad de uso y consumo contenido.

Como todo el mundo puede suponer, el Crossland no es un vehículo de veleidades deportivas, pero, dentro de unos márgenes razonables, se comporta con nobleza y de forma fiable. La suspensión resulta confortable, aunque al paso por resaltos, badenes y otras lindezas habituales en nuestras ciudades puede tener un punto seco que incomode a los pasajeros.

El vehículo está a la venta desde 21.250 euros con motor de gasolina de 110 CV y acabado Edition. El GS Line que hemos probado nosotros parte de 23.435 euros e incluye una larga serie de elementos distintivos, todos de aire deportivo. Entre ellos se cuentan el techo en color negro, el listón rojo que recorre el contorno de las ventanillas y las llantas negras.

De puertas adentro nos encontramos con acentos también rojos en el cerco de los altavoces situados en las puertas delanteras, el pespunte de los asientos y la plancha que recorre el salpicadero. Estos mismos acentos son más discretos, en tonos grises y negros, en el acabado Ultimate, que incorpora además tapicería en tejido Alcántara.

Además, la versión Ultimate incorpora de serie un control de tracción más avanzado, que Opel denomina Intelligrip, con varios modos de funcionamiento para optimizar la capacidad de avance sobre distintos terrenos: Normal, Nieve, Barro, Arena y ESP Off. Los demás acabados no pueden contar con este sistema ni siquiera como opción.

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