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La vuelta del hidrógeno como panacea universal

Las primeras unidades del Clarity Fuel Cell, una berlina de Honda movida por hidrógeno, desembarcan en Europa.

Pedro Umbert

Hace pocos días desembarcaba en Europa, literalmente hablando, un puñado de unidades del Clarity Fuel Cell, una berlina de Honda movida por hidrógeno. La llegada de esos seis vehículos es testimonial porque no están destinados a concesionarios sino a unos pocos clientes de Londres y Copenhague inscritos en el programa de la Unión Europea HyFive (Hydrogen for Innovative Vehicles).

Esta iniciativa europea persigue precisamente hacer visibles entre la población los coches propulsados por pila de combustible, así como la necesidad de crear la infraestructura necesaria para que esos vehículos puedan funcionar. El programa prevé entregar 185 unidades de cinco marcas diferentes a clientes de Austria, Dinamarca, Alemania, Italia, Suecia y Reino Unido. No, España no está entre los países escogidos.

Durante los peores tiempos de la crisis dejó de hablarse del hidrógeno como alternativa a los combustibles fósiles y el foco se puso (y sigue ahí) en los coches eléctricos que inundan cada salón del automóvil. Pero en los años anteriores se había extendido entre la industria el mantra del hidrógeno como combustible eterno toda vez que se encuentra en casi todas partes.

El manifiesto de aquella corriente de opinión fue el libro La economía del hidrógeno, de Jeremy Rifkin, que apostaba por una “descarbonización” del planeta e imaginaba un futuro de economía menos centralizada y más justa en el que una infinidad de plantas generadoras de electricidad se hallarían mucho más cerca del usuario final o incluso serían el usuario mismo.

Rifkin llegaba a augurar que la Humanidad se asomaba a una nueva era gracias al hidrógeno, al que comparaba con la invención de la imprenta. “Las revoluciones económicas verdaderamente importantes de la historia se producen cuando una nueva tecnología de comunicación [en este caso, internet y las telecomunicaciones] se funde con un régimen energético emergente [el hidrógeno] para crear un paradigma económico completamente nuevo”, escribía en su libro de 2002.

La economía del hidrógeno soñaba, en definitiva, con que a la vuelta de unos pocos años la red eléctrica de cada país (o quién sabe si del mundo entero) se convertiría en una gigantesca malla interactiva de millones de pequeños proveedores y usuarios.

Pero Jeremy Rifkin no puso el acento en un inconveniente capital: aunque omnipresente en la naturaleza, el hidrógeno es un elemento que raramente se presenta en estado libre y por tanto debe ser extraído a partir de moléculas de agua.

Francisco Payri, creador de la Cátedra de Motores Térmicos (CMT) de la Universidad Politécnica de Valencia y una de las máximas autoridades mundiales en tecnología diésel, afirma expresivamente que para obtener hidrógeno “se gasta uno más en el collar que en el perro”. “La molécula de agua es muy estable y romperla cuesta mucho en términos energéticos”, explica.

El catedrático no tiene duda de las virtudes del hidrógeno como combustible. “Es tan bueno como la gasolina, funciona de manera excelente”… pero hay otro problemilla: “Es también muy peligroso y difícil de almacenar”.

Quitando, pues, que es caro y peligroso, todo perfecto. Payri sentencia: “Si me das hidrógeno barato y no me preguntas de dónde sale ni cómo lo almacenan y lo transportan, te lo quemo perfectamente con buen rendimiento, con bajos contaminantes y sin problema mecánico alguno”.

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