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Vurro: mugidos después de cada canción

Vurro/ Beatriz García Ros

Alejandro Zambudio

Vurro actuó el viernes pasado en la sala R.E.M. Los vídeos que uno podía encontrar en Internet presentaban a un músico creativo, extravagante y con una enorme capacidad para polarizar opiniones: conforme uno buceaba en sus vídeos, la sensación era la de que había que comprobar si lo que uno había visto en sus vídeos, era música y espectáculo o sólo lo segundo. Y la respuesta no pudo ser más insatisfactoria. Conforme actuaba e iba interpretando temas como «Rock y vaca» o «El toro Raúl», Vurro fue incapaz de ofrecer algo mejor que los vídeos. El concierto siguió siempre el mismo guion. Musicalmente era plano, redundante y previsible. Las canciones, excesivamente parecidas entre sí.

Vurro se centra sólo en intentar divertir y no en hacer un concierto riguroso. Ni siquiera sus continuos guiños al público fueron imaginativos. Sus bromas –recurrentes– siempre tenían un principio y un final: el mugido de una vaca cada vez que terminaba una canción. Por un momento, parecía que nos encontrábamos en una de esas granjas a la que llevan a los chicos de escuela con el fin de que éstos conozcan al medio ambiente, cuando los críos lo único que quieren es que no les expliquen la tabla del nueve por quincuagésima vez.

Pese a sus intentos de mostrar sus habilidades con la batería, el teclado y el órgano, sólo cuando intenta intercalar medios tiempos y da rienda suelta a su gusto por Canned Heat o Cactus en «Vurro´s Boogie», parece que el concierto mejora. Al músico le sienta mejor intercalar medios tiempos junto con ritmos deudores de Jerry Lee Lewis, Canned Heat o George Thorogood, que estar continuamente machacando teclas y enhebrando acordes como si de un autómata se tratase. En cuanto terminaba una canción, inmediatamente salía de sus instrumentos una grabación de Chiquito de la Calzada o Aless Gibaja –dos personajes imprescindibles para entender la segunda mitad del siglo XX y el curso del siglo XXI–

Con Chiquito de la Calzada y el momento verbenero con el órgano, servidor tuvo la sensación de encontrarse en Sagrillas, el pueblo del que procede la familia Alcántara de «Cuéntame cómo pasó» o en Puerto Hurraco. Y de un momento a otro parecía que iban a salir los hermanos Izquierdo, boina y trabuco en mano, a ajustar cuentas con los allí presentes. Con «Saca el jamón» o «La venganza del toro», las exhibiciones vacuas y artificiosas se sucedían; la percepción por parte de un sector del público de que éste tocaba para disfrute propio en vez de para el público, también.

Se le podría disculpar por el hecho de llevar tres meses tocando como también su pretendida audacia a la hora de intentar tocar tres instrumentos al mismo tiempo. Pero la sensación que dejó el concierto del músico abulense es la de ir a medio gas; la de querer consolidar primero un marchamo como showman que como músico; la de querer ir por encima de sus posibilidades y no saber interpretar los tiempos que un concierto precisa. Muchas veces, sobra con la sencillez para hacer buenas canciones y crear una marca comercial: Vurro es la consecuencia de cómo Internet ha ido amparando a fenómenos mediáticos y a proyectos muertos antes de empezar. Ni qué decir tiene que Vurro, como novedad, tendrá su tirón durante un tiempo. Pero posteriormente quedará como el mero recuerdo de una sociedad y un mundo en que todo va tan deprisa, que fenómenos musicales como éste quedarán sepultados por la persistencia del tiempo y la inmediatez del ser humano a la hora de desechar ofertas culturales. Manifiestamente mejorable.

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