Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

Luz de luna

La cantante mexicana Chavela Vargas

0

Siempre me ha gustado Chavela Vargas. Su voz ronca, aún hoy, estremece desde su fuerza vital y visceral. Su voz es también una madeja de hilos poderosamente tristes. Y sé que puede sonar absurdo que la tristeza pueda transmitir poder, o que el poder pudiera ser triste, pero la voz omnipresente de Chavela así lo sugiere. Si no la han escuchado les recomiendo hacerlo apenas acaben de leer esta frase.

Bien dicen que el arte subjetivo, no a todes impacta las distintas manifestaciones estéticas de la misma manera, pero creo que a pocas personas Chavela deje indiferente. Y no me refiero solo a su presencia escénica. Su vida entera, en especial su forma de amar, son textos bellísimos y melancólicos.

En medio de la turbulenta discusión que existe dentro de los distintos sectores de los feminismos -hoy más que nunca las divisiones y grietas son evidentes-, y el rechazo que, particularmente, me generan los argumentos del sector radfem, me encuentro de pronto en Netflix con un documental sobre Chavela Vargas, y su poderosa disidencia vital.

Nacida en Costa Rica en 1919, emigró a Cuba y después a México, país en el que se consagraría como artista, pero también que adoptaría como suyo y que le adoptaría a ella también. Suya es la famosa frase: “¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”, que soltó en una entrevista cuando le “recordaron” su origen geográfico. Finalmente somos del lugar donde podemos ser.

Su exilio afectivo (donde no hay amor, no te demores) estuvo marcado por el rechazo de su familia, especialmente de su madre. El rechazo radicaba en las masculinidad de Isabel -así la llamaba su madre-, rechazo que decantó en vergüenza e invisibilización. Ese dolor y la soledad la acompañarían hasta el final de sus días como una marca indeleble, y son los que trataría de borrar a ritmo de guitarra y tequila en sus inolvidables e innumerables juergas con el compositor José Alfredo Jiménez.

Ataviada con un poncho, y en sus inicios artísticos adornada con una trenza, sus facciones, su postura, su voz exquisitamente ronca y melancólica conquistaron a varias mujeres. Esa masculinidad femenina fulminó a varias esposas de políticos y celebridades, y hasta la mismísima Frida Khalo, quien fuera uno de sus grandes amores, y de quien diría Chavela: “sus cejas juntas eran una golondrina en pleno vuelo”, refiriéndose a esa característica tan única de Frida.

La masculinidad y la feminidad -la diada genérica hegemónica- existen a partir de los cuerpos, sí, pero también son lugares sociales con cargas simbólicas y dispositivos de poder. Habitar desde un cuerpo que se presuponía destinado para la delicadeza, la obediencia, la casa y el día, la sobriedad y compostura, una serie de privilegios y espacios típicamente considerados “masculinos” , ya sea la juerga, el pantalón que, en aquel entonces, era prenda exclusiva de los hombres, el dominio escénico, la noche, la ebriedad, la seducción activa, la gravedad vocal (ya sea cantando, recitando o charlando); le valieron también la condena artística durante muchos años. Fue apenas en su vejez, donde pisa por primera vez teatros, después de una vida de pequeños escenarios, alcoholismo y pobreza.

Una persona compleja, hija y paria de su tiempo, lesbiana pública, en la práctica, aunque por mucho tiempo desistió de “portar el cartel”, debido al rechazo que podría provocar -la típica lógica mojigata del cisheteropatriarcado: “sé lo que quieras, pero no lo digas”-. Aún en entrevistas que concedió en los años 90, se nota aún esa resistencia, que se va relajando con el paso del tiempo.

La vi por primera vez en televisión cuando yo era niña, con su pelo corto, la cara lavada, y su presencia andrógina, me liberaron. Su despliegue escénico junto con su anarquía vocal -hacía lo que le daba la gana con las canciones en el escenario- me brindaron otra perspectiva vital. Yo quiero luz de luna, para mi noche triste, para sentir divina la ilusión que me trajiste, para sentirte mía, mía tú, como ninguna. Lloré estremecida por esa tristeza que parecía eterna, y esa soledad que llegaba como viento fresco.

Disidente del sistema sexo-género, -tanto por su orientación sexual como por su masculinidad-; del alcoholismo (finalmente se recuperó y esquivó a la muerte); de los mandatos tóxicos del amor romántico, aunque cantara de manera desgarradora las canciones que consolidaban esos mitos. Amó a muchas mujeres, sufrió las rupturas, y amó su libertad por encima de todas las cosas.

No se pierdan el documental, no tiene desperdicio. Tenue, melancólica, triste, bohemia, ilumina aún como Luz de Luna.

Sobre este blog

'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

Etiquetas
stats