Las recientes lluvias que no sabemos si nos acercan a otro tipo de clima me han hecho pensar sobre los cambios en la sociedad regional. Agrícola hasta la médula, en una zona de secano, ha empleado con sabiduría ancestral: norias, acequias y pozos artesanos para transformarse en regadío hasta que llegaron los motores, mucho antes del trasvase, con los que los habitantes de la región, arrejuntados en cooperativas, pusieron nuevas tierras en cultivo y a pesar de ello tuvimos que emigrar. Quienes se quedaron, siguieron labrando aquellas tierras que servían de complemento a sus trabajos. Aquellos ingresos de la cosecha les permitieron a nuestros abuelos pagar los estudios a sus hijos.
El trasvase llegó en 1979 con aquella Región en proceso de cambio. Los antiguos propietarios de la huerta del Segura ante una inflación galopante y atados por arrendatarios a largo plazo decidieron vender sus tierras lo que cambiaba el modelo de propiedad. Los arrendatarios compradores trabajaban en lo que saliera, muchos en una industria agroalimentaria de la que ya solo quedan las chimeneas, mientras Cartagena, todavía de secano, afrontaba un progresivo proceso de reconversión industrial que acabaría estallando en 1992 y que dejaría la ciudad apagada hasta su transformación como ciudad turística.
La falta de respuesta a la reconversión industrial, o digamos el intento de revertirla en Casa Grande acabó por dinamitar al Partido Socialista, dejando despejado el camino al Partido Popular. Este que venía de atravesar una crisis encumbró a Ramón Luis Valcárcel. Carente de una visión regional aceptó en su primer envite una tras otras las sucesivas transferencias por menos de su valor abriendo el primer agujero a las arcas regionales a cambio, eso sí, de organizar la administración autonómica.
El agujero presupuestario lo tapó el crecimiento económico de la burbuja inmobiliaria. Aquel acelerón constructivo coincidía con la conformación de un eslogan: “agua para todos” en el marco de un plan hidrológico nacional que, si bien acabó enterrado en el resto del país, en Murcia, al apelar a un sentimiento agrícola en una sociedad que ya no lo era pero que lo recordaba, arrasó en las elecciones. El mismo 2001 en el que el Mar Menor daba los primeros síntomas con la plaga de medusas, el agua para todos recibía un premio publicitario. La campaña sirvió para organizar los lobbies agrarios que demandaban cada vez más agua, menos controles y una mano de obra más barata principalmente migrante, mientras los habitantes de la región emigrábamos para encontrar un futuro acorde con la formación conseguida.
La crisis de 2008 dejó al descubierto la nefasta gestión: un aeropuerto desastroso, una desaladora, miles de portadas de fantasía y un lobby agrario que con su agua esta ahogando la economía regional al contaminar la marca Murcia por avaricia. A esta situación se une la ceguera de un gobierno regional que, controlado por un sector que no llega al 6% del PIB, no desarrolla políticas activas que consientan revertir la situación. Vivimos en una economía ahogada, la falta de ingresos unido a la deuda acumulada empieza a notarse en los servicios públicos: los recortes en la universidad y en sanidad, el estado crítico de la educación regional o la situación de las carreteras regionales son solo ejemplos del camino que nos espera.
Entre tanto el gobierno regional carente de ideas y políticas inversoras nos venden irrisorias bajadas de impuestos que apenas se notan pero que permiten una política de sentimientos, la misma a la que apelan sus socios de gobierno que se quejan de los efectos de la emigración, pero se desgañitan apoyando al obsoleto modelo de agro negocio que la demanda. Entre tanto, nada se sabe de las políticas para atraer más turismo, mejorar la industria, la construcción o los servicios que son donde trabajamos la mayoría de los murcianos. ¿Lo han pensado?
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