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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Cambio climático

Regadío. Foto de archivo.

Ramona López

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La literatura nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea. Según el editor de Caballo de Troya, Constantino Bértolo, es la poesía el arte que más rápido detecta los cambios sociales, opinión que comparto.

Ejemplo de esa sensibilidad para detectar la convulsión de nuestro tiempo es el libro de Cristina Morano 'Cambio Climático' que aunque fue publicado en 2014, es de 2009. El conflicto del agua es muy anterior pero fue más o menos por esa época cuando la lucha por el agua comenzó a formar parte de mi vida merced a la lucha de los regantes de Molina para detener el robo del agua que estaba teniendo lugar en nuestra huerta. El discurso de los regantes les hacía parecer (me parecían incluso a mí) locos, iluminados, profetas bíblicos. Lo que contaban del robo del agua era como de otro tiempo o de otro país. Quienes lo escuchábamos, perplejos, no conseguíamos romper el marco mental que nos convencía de que vivíamos en una democracia occidental garantista. Cómo era posible, pues, que en nuestro país, en nuestra región, en la misma puerta de nuestra casa, se estuviera produciendo a plena luz del día, el expolio de lo imprescindible para la vida. Cómo era posible que se estuviera robando impunemente el agua a sus dueños legítimos, los regantes, para, metiéndola por un tubo de hormigón, venderla a las grandes corporaciones agroindustriales de nuestra región y de regiones limítrofes. Primer paso para privatizar el agua, primer paso para convertir en mercancía un bien universal. Eso estaba ocurriendo entonces y sigue ocurriendo ahora. Cristina Morano escribía esto en su poema “Barrancos de Gebas”: “(…) estos montes sin agua se han deshecho/con el roce del aire; sales y piedra han ido/cuesta abajo cayendo como encaje/de tul, como rocío de cal/que abrasa lo que toca. (…)/ Siembra y cosecharás fuego”.

Y después dice, para explicar este poema: “Los Barrancos de Gebas son una zona (…) que anticipa lo que será nuestro planeta en breve. Los ecologistas han tratado de proteger ésta y otras zonas (…). Políticos de todo signo se han opuesto aduciendo que allí no viven más que lagartijas. Gracias a esta ”inteligencia“ seguimos sin saber cómo sobrevivir sin agua o con aguas muy contaminadas”.

La modernización de regadíos ha resultado ser el gran timo del siglo, el troyano de los sistemas de riego. Se les promete a los agricultores un sistema moderno y cómodo, uno que les ahorrará trabajo y desvelos y que además, se dice, es más ecológico porque funciona con un grifo y una gotita que va cayendo en cada planta. No es cierto que sea más ecológico, de hecho, no lo es en absoluto ya que acaba con un ecosistema a base de acequias y brazales que ha estado vigente a lo largo de siglos, pero el engaño funciona. Y es cuando aprovechan para alzarse con el santo y la limosna: la manera más sencilla y efectiva de privatizar el agua es meterla por un tubo y ponerle un contador al final. Para coronar la infamia, los regantes pagan el carísimo sistema que se utilizará para robarles su agua: les hacen pagar por la soga que les ahorcará. Quienes han diseñado este sistema se aprovechan de que los regantes son un colectivo envejecido que no ha encontrado recambio generacional. La desertificación no depende de un solo factor, pero uno nada desdeñable es el expolio del agua que se la lleva desde zonas de huerta a vastos secarrales adquiridos por precios irrisorios y que se convierten en minas verdes gracias al agua robada a las zonas de regadío tradicional, destruyendo con ello ecosistemas insustituibles. El agua es conducida mediante tubos de hormigón a enormes extensiones pespunteadas de plástico negro donde, una vez recogida la cosecha, queda un desierto futurista donde no se oye un pájaro, ni siquiera un insecto.

La novela de Ginés Sánchez, “Dos mil noventa y seis”, nos presenta un futuro cercano (el libro comienza en 2056) en el que la civilización ha colapsado por falta de agua y los escasos grupos humanos que quedan luchan de forma primitiva por una supervivencia casi imposible. Ese primitivismo es expresado formalmente mediante frases cortas y ritmos repetidos como tambores tribales. El colapso civilizatorio lleva a la pérdida de la palabra escrita. Emociona y entristece que el protagonista, que aún es capaz de reconocer algunas letras, encuentre Macbeth, aunque no sepa qué es.

Este presente nuestro, de no cambiar, nos conducirá al escenario distópico que describe Ginés Sánchez en su inquientante novela “2096”. Y aunque el libro es muy posterior, un poema de Cristina Morano lo resume:

RAMBLA

Recordamos el agua,

Pues el cauce la nombra,

Esculpe esa palabra en la tierra.

Alrededor de la rambla los hombres

Temen,

Comen sal,

Cubren la carne con sal y esperan.

Miro en la distancia a aquellos regantes que me parecían entonces iluminados y comprendo que nos jugamos mucho más que el dinero, mucho más que el agua para regar nuestros cultivos, mucho más, infinitamente más. Quizás estemos más cerca del mundo distópico, el desierto civilizatorio que describe Ginés Sánchez en su libro, que de ninguna otra opción. Ojalá me equivoque. Rezo con todo fervor a dioses ajenos para estar equivocada.

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