Más autoridad moral que muchos otros tendrían, si aún vivieran, José Castaño Sandoval y José Fuentes Yepes para hablar del destino de la Cárcel Vieja de Murcia. El derribo de sus muros no solo ha levantado la lógica polvareda por el efecto devastador de las máquinas utilizadas; también por el hecho reprobable que para muchos supone destrozar un recuerdo, en ocasiones, “de tortura y tormento”, como la calificó en su día el centenario maestro Castaño, fallecido en junio de 2017, apenas diez días antes de que lo hiciera su viejo camarada.
José Castaño fue condenado tras la Guerra Civil a 30 años de prisión, de los que solo pasó algo más de un par de ellos entre rejas. Pero su pena fue más allá, al privarle el nuevo régimen de ejercer su profesión: la de maestro de primera enseñanza. Nacido en Melilla en 1917, llegó a Murcia a los 14 años; fue un republicano convencido, movilizado tras el 18 de julio del 36, detenido, condenado e indultado, por lo que se tuvo que buscar la vida en otros oficios a lo largo de casi cuatro décadas y no sería hasta 1975 cuando volviera a ejercer su auténtica pasión, la docencia, circunstancia que, a modo de voluntariado, prolongó hasta los 96 años. “No tenía muchas esperanzas de volver a la escuela -reconoció en una entrevista en 2010-, pero si sigues una trayectoria, y es honesta, al final, la vida deja a cada uno en el sitio que le corresponde. Hay que tener la suerte de resistir y permanecer en este valle de lágrimas. Hay que ser optimistas, aunque haya pesimistas que no se vayan ni a tiros”, concluyó.
Aquel viejo penal, en el que presos políticos como el maestro Castaño o Pepe Fuentes (Murcia, 1916), oficial del Ejército republicano, condenado a muerte, luego indultado y también represaliado tras la contienda, pasaron años de su vida por pensar como pensaban, va a ser reconvertido, casi 40 años después de su cierre, en un espacio social y abierto a la ciudadanía. Eso es lo que nos explicó esta semana el alcalde de Murcia, José Ballesta, a un grupo de periodistas que con él asistimos al derribo de parte de sus muros exteriores. La noticia, ilustrada con profusión de vídeos y fotos del momento, corrió como un reguero de pólvora por las redes, generando multitud de opiniones encontradas. Desde quienes entienden que no se puede acabar con el doloroso pasado y la Memoria Histórica a palazos, a los que se felicitan de que, por fin, se dé utilidad a un recinto instalado durante mucho tiempo en el completo abandono y la desidia, por la dejación absoluta de las sucesivas corporaciones, y tomado al asalto por sus perennes moradoras: las ratas. De hecho, la Dirección General de Bellas Artes del ministerio de Cultura ya ha abierto un expediente, tras una denuncia de la asociación Huermur, por si esta semana el ayuntamiento de Murcia hubiera incurrido en un delito de “expolio”.
No conozco en profundidad el proyecto de transformación del antiguo penal, pero intuyo que su resultado en nada se parecerá a lo que fue. Y aunque estaremos de acuerdo en que no se trataba de montar un monumento al Holocausto, como en Auschwitz, en pleno centro de la ciudad, quizá sí se hubiera precisado de una pizca más de sensibilidad a la hora de remodelar un edificio en el que para tantos, como recordaron en su visita en 2015 los exprisioneros Castaño y Fuentes, se torturó y atormentó a inocentes seres humanos por el simple hecho de no ser afectos a un régimen que, ciertamente, los derrotó en el frente de batalla pero nunca los arrodilló en la retaguardia.
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