La voracidad del consumo, como si no hubiera un mañana, y un alumbrado navideño que bordea el despilfarro energético son las características comunes de este periodo en todas nuestras ciudades. El consumo indiscriminado de energía es una de las causas principales de la crisis ecológica y ambiental que sufrimos. El gasto energético también depende de nuestra actitud y prácticas personales. Un gasto energético alto se refleja en nuestro modelo de consumo. El actual modelo, continuo, insostenible e ilimitado, es incompatible con un modelo de desarrollo sostenible y la lucha contra el cambio climático global. Nuestra sociedad de hiperconsumo masivo ha llegado a su límite. Hay que parar un momento y repensar el actual modelo de producción y consumo que ha producido la crisis climática y el colapso de distintas fuentes energéticas y recursos naturales.
Han conseguido imponernos a través de los medios y la publicidad el hiperconsumo como elemento vital para nuestra felicidad y bienestar. La publicidad se ha colado de una manera directa por nuestras ventanas, adueñándose de nuestro imaginario y desviando nuestras necesidades, en muchos casos, a lo superfluo. Las decisiones sobre el consumo individual tienen bases emocionales muy fuertes de las que no somos conscientes. Si consumes más eres más feliz y tienes un mejor bienestar. Ese efímero instante de satisfacción que provoca la compra no contribuye a ninguno de los aspectos de nuestra vida vinculados a la felicidad real y alimenta una constante espiral de insatisfacción. Es necesario una reflexión sobre las verdaderas necesidades y las maneras de satisfacerlas. Dirigir el objetivo a aquellas maneras de consumir que contribuyan a hacerlo de forma más justa y sostenible.
Una acción consciente de ahorro en el consumo y el gasto energético es evitar las compras y el consumo compulsivo. Una tarea pendiente en el conjunto de la ciudadanía es cubrir las necesidades al mismo tiempo que se hace con criterios de compra sostenible. En el plano individual, para la contribución al desarrollo de un verdadero bienestar hay que desarrollar un consumo ligado a los trabajos de calidad, relaciones comerciales justas y satisfacción de las necesidades reales. Un cambio en los hábitos individuales de consumo es fundamental para el ahorro energético. Comunicamos más con los actos que con los discursos. No hay cambios estructurales sin cambios personales.
Un hecho sobrevenido que induce a la reflexión es que el ahorro energético ha pasado a percibirse como un tema fundamental por las consecuencias de la guerra de Ucrania sobre el abastecimiento y el precio de los combustibles fósiles, especialmente el gas y el petróleo. Este va ser un tema recurrente en las próximas décadas. Sin embargo, cuando se habla del ahorro energético no se alude al que produce nuestro consumo individual. Esta energía indirecta viene integrada en los bienes y servicios que adquirimos y que, en muchos casos, superan el consumo domiciliario.
Reducir el consumo es fomentar el ahorro energético. La reducción implica hacerlo siempre de forma equitativa y de manera que esté dirigido a satisfacer las necesidades reales, tratando de orientarlo hacia alternativas más sostenibles. Un modelo de otro consumo diferente pone a las personas por encima de los beneficios económicos. Un modelo de consumo alternativo es lo opuesto a las prácticas de las grandes compañías y plataformas transnacionales que dominan el mercado. Su éxito se asienta en alentar un consumo compulsivo, con un modelo deslocalizado, que les permite ofertar los productos y servicios a precios baratos gracias a las precarias condiciones laborales en las que se producen y distribuyen, eludiendo el pago de impuestos y concentrando la riqueza en forma de oligopolio
Es necesaria otra forma de consumo reduciendo nuestros volúmenes de compra, buscando satisfacer nuestras verdaderas necesidades materiales, e ignorando y combatiendo los estímulos al consumo compulsivo que nos bombardean en nuestro entorno. Dirigir la alternativa de compra de un producto o servicio para apoyar la producción local, el pequeño comercio y de proximidad. Estas acciones reducen el impacto producido por el transporte de larga distancia, y significa un apoyo implícito a pequeños productores/as y comerciantes, en el camino a un mejor reparto de la riqueza, además de la compra de productos ecológicos que tienen un menor impacto ambiental. Hay que recurrir a canales de distribución cortos y justos, como grupos de consumo, tiendas de comercio justo, mercadillos de productores/as y supermercados cooperativos. En definitiva, consumir menos y ahorrar energía para vivir mejor.
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