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Algunas dinámicas perniciosas del sistema educativo español

Una alumna atiende desde su ordenador a una clase semipresencial. Archivo

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Entiendo que la función principal del sistema educativo es la formación de ciudadanos responsables y con sentido crítico. Además, los alumnos pueden aprender unos contenidos con los que desarrollar su erudición.

Hay elementos externos al sistema educativo que influyen sobre él: distintas corrientes políticas añaden otros objetivos que incluso llegan a desplazar al objetivo principal. El entorno social también impacta en la práctica educativa, como cuando delega funciones de guardería en los centros docentes. Por otra parte, el profesorado introduce sus propios sesgos en la educación, como cuando confunde a veces los medios con los fines y se centra exclusivamente en los contenidos docentes. Del crisol que amalgama estos y otros elementos surgen una serie de dinámicas de acción, que en ocasiones pueden ser mejorables, y que quiero revisar a continuación.

La medición de los resultados de la educación resulta problemática. Reducir a un número, una nota, el aprovechamiento que hace un alumno de su proceso de aprendizaje encapsulando la adquisición de conocimientos de distintas materias, el desarrollo de capacidades (razonamiento, comprensión, expresión, etc), la práctica de distintas habilidades (cálculo, dibujo…) y el crecimiento social y moral, produce un cúmulo de inadecuaciones, tanto en el proceso como en el resultado. El ampliar ligeramente las opciones evaluativas con calificativos como suficiente, sobresaliente, etc, o desglosar los resultados en distintas dimensiones no logra resolver el problema.

El acto de medir en sí afecta a aquello que se mide y tanto la existencia de calificaciones como el modo de obtenerlas condicionan poderosamente el trabajo de los estudiantes (y de los profesores). Un examen oral requiere que el estudiante sistematice muy bien el material a exponer, y lleva a desarrollar habilidades de expresión (oratoria), pero somete a una gran presión a quien se somete a él y su evaluación está expuesta a un alto grado de subjetividad por parte del profesor. Un examen de desarrollo escrito mejora la capacidad de redacción y evidencia el conocimiento (o su falta) de la ortografía, aunque no desarrolla la oratoria y requiere mucho tiempo de corrección por parte del profesor. Además, su corrección está expuesta a la subjetividad del examinador, aunque en menor medida que el examen oral. Un examen tipo test maximiza la objetividad de la evaluación y reduce el esfuerzo de los profesores para corregir exámenes, pero el abuso de este método lleva a que haya muchos universitarios que no saben redactar o que tienen serios problemas de ortografía, y que pasan sin detectar ni corregir estos problemas hasta la obtención de una licenciatura (o grado). La evaluación continuada del trabajo y aprovechamiento del proceso formativo puede ser el sistema más fiel de valoración del rendimiento del alumno, pero requiere una ratio alumnos/profesor reducida, está expuesta a un alto grado de subjetividad y, aunque puede valorar bien el aprendizaje del alumno, es menos sensible a su capacidad para producir resultados con ese aprendizaje. Cada sistema tiene sus ventajas e inconvenientes, y sería oportuno reflexionar acerca de qué es lo que se quiere medir y para qué.

Existe el peligro de confundir los medios con los fines, las calificaciones con el aprendizaje, y orientar el estudio a la consecución de buenas notas. De hecho, esto ocurre de manera habitual. John Stuart Mill consideraba que todo lo que un sistema educativo público puede enseñar es docilidad (yo incluyo en la consideración de sistema educativo público a los centros privados que siguen las instrucciones estatales sobre la enseñanza). Sin ir tan lejos como Stuart Mill, creo que más que a desarrollar el juicio crítico, se enseña a los estudiantes a socializarse, a adaptarse a las reglas del juego y a estudiar para los exámenes. Los incentivos sociales para las buenas calificaciones (becas, acceso a determinadas plazas universitarias, valoración a la hora de encontrar empleo…) refuerzan poderosamente esta tendencia.

El culto a las calificaciones lleva a algunos alumnos a no leer libros ajenos al material sobre el que se les va a evaluar para “no perder el tiempo” y maximizar el rendimiento medido, lo que supone una perversión de todo el sistema.

El sistema de calificación de alumnos, más allá de servir como índice de progreso y ayudar al estudiante a identificar las áreas que debe reforzar, lleva a la clasificación de estos en categorías, informales pero definidas, y a situaciones esperpénticas como la evaluación de notas con decimales a niños que aún no han aprendido a interpretar estos, provocándoles  confusión y angustia.

A pesar de la enorme presión que el sistema educativo y social ejerce sobre los estudiantes para que optimicen sus calificaciones, es concebible le que algunos estudiantes puedan sustraerse a esta presión y tratar de estudiar de otra manera. Así, podrían organizar su dinámica de estudio a largo plazo, gestionando su trabajo con vistas a maximizar el aprovechamiento, revisando materiales complementarios y relacionando contenidos de distintas materias, más allá de la preparación de los exámenes. Esto sería posible si dispusieran de tiempo para organizarse, pero no lo es si constantemente tienen que afrontar un examen inminente.

Ante el problema del fracaso escolar, en una sociedad que exige rendimiento pero no incentiva el trabajo diario, el sistema educativo ha desarrollado la costumbre de realizar exámenes frecuentes, forzando a alumnos que no estudiarían mucho de otra manera a estudiar para afrontar dichos exámenes. La asignación de “deberes” y “trabajos” programados para casa sigue este mismo principio. El problema es que esto imposibilita que los estudiantes organicen su propio plan de trabajo y les condena a la simple obediencia, dándole la razón a Stuart Mill.

Un tema que crea controversia social es la posibilidad de pasar de curso o lograr titulaciones habiendo sido evaluado desfavorablemente en alguna asignatura. Considero que es posible conseguir una buena formación a pesar de tener algunas lagunas. Tengo entendido que Pericles o Platón no eran expertos en la “Historia de la Europa Occidental en el Siglo XVI” y lo que es peor ¡no sabían inglés! Sin embargo, uno de los elementos básicos de la educación es orientar a los alumnos a hacerse responsables de una tarea, el aprendizaje de un conjunto arbitrario de contenidos. La falta de aprendizaje de alguna de las asignaturas propuestas en el curriculum puede evidenciar la no consecución de este objetivo.

Un problema intrínseco a un sistema de educación obligatoria (por imposición del estado, como ocurre en España hasta los 16 años, o por imposición social/familiar, como ocurre a veces tras esta edad) es el de los alumnos con escasa motivación para el aprendizaje. Esto puede tener distintas causas, como la adquisición de una ética del trabajo o el interés en contribuir a la economía familiar con enfoques cortoplacistas, la falta de ética del trabajo y el interés en actividades lúdicas (algo coherente con una cultura consumista), el rechazo del sistema cultural que subyace al educativo, etc. Este problema se puede abordar con métodos coercitivos, con tolerancia a su falta de interés y tratando de que aprendan algo asumiendo las limitaciones que provoca la situación, o segregando hacia otras vías educativas o niveles adaptados. Lo que no se puede hacer es negar el problema y, desplegando “delirios de igualdad”, utilizar el mismo enfoque educativo con los alumnos que pretenden aprender y con los que no, perjudicando a ambos.

La denostada estratificación por niveles es una estrategia posible para el abordaje de las diferencias entre alumnos en cuanto a motivación o capacidades, maximizando el rendimiento. Plantea problemas de igualdad, lo que supone un problema en una sociedad democrática, que necesitan ser abordados, pero la simple negación de las diferencias no resuelve los problemas de igualdad y daña el esfuerzo educativo (6,2% del PIB en España en 1996).

Otro problema de igualdad se plantea con los alumnos inmigrantes que no conocen el idioma español. Pretender que aprendan los mismos contenidos que los nativos de su edad sin previamente haber realizado una convergencia lingüística es ignorar la realidad. Como la realidad es tozuda, ignorarla suele tener consecuencias negativas.

El mundo occidental, tanto durante la Edad Moderna como en la Contemporánea, y especialmente en los últimos tiempos, afronta una importante crisis de autoridad. La falta de autoridad del profesorado al ser socavado tanto desde el nivel político como desde las familias, dificulta enormemente su función y facilita que las nuevas generaciones profundicen en la desconsideración hacia esta autoridad, las normas y el resto de las personas. Este problema se agrava cuando es el propio profesorado el que, en su función de modelo, falla en la construcción de una relación de respeto hacia los alumnos y sus familias y actúa de manera tal que estos pueden sentirse como no tenidos en cuenta. Ofrezco algunos ejemplos a continuación:

Aunque es razonable que un profesor espere tanto el esfuerzo del alumno en casa para estudiar y realizar tareas que refuercen su aprendizaje, como la colaboración por parte de la familia para apoyar este esfuerzo, no es tan razonable que asuma que la familia tiene que orbitar en torno a las tareas que se asignen a los alumnos, dando por supuesto que los otros miembros de la familia no tienen una vida propia con obligaciones a las que atender, y no respetando su autonomía.

Con excesiva frecuencia, a niños de primaria que no pueden desplazarse solos, se les encargan tareas en grupo a realizar en casa, de modo que los padres tienen que organizar reuniones de niños, llevarles y recogerles (y contribuir a organizar el trabajo). En poblaciones geográficamente dispersas esto se complica aún más. Si los padres trabajan o tienen otras cuestiones que atender, les resulta muy difícil atender a estos requerimientos y pueden sentirse no tenidos en cuenta, e incluso utilizados como objetos para satisfacer la última ocurrencia del docente, especialmente cuando es en el centro educativo donde los niños ya se encuentran reunidos y donde pueden realizar las tareas grupales. Situaciones similares se plantean cuando se encargan tareas que requieren que los padres vayan a comprar algún material de un día para otro, asumiendo que están disponibles para ello.

Otra situación en que los padres pueden sentirse no tenidos en cuenta es cuando se les dan instrucciones vía email desde cuentas de correo electrónico a las que no se puede responder. Las instrucciones unidireccionales, especialmente si ni siquiera permiten la comunicación en sentido contrario, se parecen más a órdenes dadas a subalternos que a propuestas de colaboración.

Otra cuestión que quisiera abordar es el mantenimiento de la disciplina en el aula, que resulta problemática, especialmente dada la falta de autoridad del profesorado. En ocasiones, los profesores recurren a castigos colectivos. Este sistema es especialmente usado en el entorno militar para romper la individualidad y aumentar la cohesión grupal. En una sociedad democrática donde el ciudadano se beneficia o perjudica de la acción colectiva (como votar a un determinado gobierno), independientemente de su acción individual, parecen tener sentido medidas de este tipo. Sin embargo, ante la proliferación del hombre-masa , la colectivización impuesta por medios de comunicación y redes sociales y la alarmante falta de responsabilidad individual y de sentido crítico, creo que el sistema educativo debería orientarse en el sentido contrario, y no castigar a unos alumnos por las acciones de otros.

Durante la epidemia de COVID-19 y el confinamiento domiciliario durante meses que se adoptó para reducir los contagios, se suspendió la asistencia a clases del alumnado. Distintos profesores hicieron un gran esfuerzo para contactar con sus alumnos por vía telemática (a pesar de las dificultades técnicas y de igualdad que esto conllevaba) y retomar la actividad docente. Lo que el sistema educativo no entendió es que ante la imposibilidad de desarrollar la enseñanza presencial, los alumnos no podían rendir de la misma manera, por lo que no se adaptaron los contenidos docentes. En una epidemia en la que murieron miles de personas y se hundió la economía, la principal fuente de ansiedad de muchos niños fue la exigencia irracional de un sistema educativo que había programado la enseñanza de unos contenidos a principio de curso y no pudo o no quiso ver que circunstancias diferentes a las habituales requerían actuaciones diferentes a las programadas. La incapacidad de distinguir lo ideal de lo real no es exclusiva del sistema educativo, pero se encuentra ampliamente difundida en él.

Hace unas décadas, los estudiantes de los primeros años de primaria (o EGB) tenían un único profesor. Con el desarrollo económico y la hiperespecialización de los profesionales, actualmente reciben lecciones de varios profesores, expertos en cada asignatura.

La creciente comprensión de que los alumnos no sólo tienen que aprender contenidos sino avanzar en otras dimensiones del desarrollo y que pueden requerir ayuda para ello, ha llevado a la inclusión en el sistema educativo de psicólogos y pedagogos. Resulta llamativo que la irrupción de estas figuras haya acompañado a la multiplicación de profesores a cargo de los niños de menor edad. Los niños, especialmente cuanto menor es su edad, necesitan una figura singular y estable de referencia a la que apegarse para sentirse seguros, no una pléyade de ellas, y esto parece no haberse tenido en cuenta.

Una polaridad interesante que se muestra en el sistema educativo es la fluctuación entre concretar mucho los contenidos que tienen que incorporar los alumnos (creando una polémica que llega a las acusaciones de adoctrinamiento político de los niños) y el intento, por otra parte de vaciar de contenidos por temor a herir susceptibilidades de niños (y familias) en situaciones distintas a las convencionales (así, se eliminan los villancicos navideños en atención a los no cristianos y se cancelan las actividades relacionadas con el día del padre porque hay niños que no tienen uno). Como en tantas otras cosas, entiendo que la virtud puede estar en el término medio.

Por último, quisiera señalar el problema que supone el progresivo arrinconamiento de las humanidades en un sistema que debe promover el desarrollo de las personas.

Todo sistema (no sólo el educativo) tiene sus defectos (además de sus virtudes) y merece la pena analizarlos para poder corregirlos.  Espero contribuir a ello al señalar algunas dificultades, aunque no pueda ofrecer las soluciones.

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