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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El sistema educativo español

Alumnos en un aula

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Uno de los pilares del estado moderno es la educación universal, gratuita y obligatoria, a través de la cual el estado va modelando la sociedad de acuerdo con ciertos principios que varían según nos movamos en el tiempo y el espacio, pero que de manera invariable incluyen el nacionalismo.

La teoría de “las dos Españas” nos ofrece dos modelos de sistema educativo, cada uno con sus propios principios. A partir de la dialéctica entre estos dos modelos, han ido surgiendo a lo largo de los años distintas leyes tratando de estructurar el sistema. Estas leyes han sido reemplazadas prácticamente con cada cambio de gobierno, no habiéndose alcanzado una síntesis que permita una cierta estabilidad en la práctica educativa. Cuando estas leyes se modifican sin buscar siquiera un mínimo consenso entre las fuerzas políticas y sociales implicadas, se potencia la polarización y con ella la inestabilidad que socava nuestro sistema educativo.

El modelo “liberal” busca la llamada “excelencia” educativa con vistas a producir trabajadores competitivos que prosperen en el mercado laboral. Estos trabajadores bien formados podrían competir a nivel internacional con los trabajadores de otros países y ocupar puestos altamente cualificados, reduciéndose la tasa de desempleo que azota a nuestra nación. Por otra parte, estos trabajadores altamente cualificados lograrían elevar la productividad, y con ello la economía española. Este modelo fomenta la competitividad entre alumnos, centros educativos y sistemas (público, privado y concertado), promoviendo el esfuerzo y atrayendo recursos hacia la educación para maximizar la productividad.

El modelo “progresista” busca promover una sociedad igualitaria y combatir la exclusión. Minimiza la competitividad que provoca que los centros o alumnos menos exitosos queden postergados o excluidos, aún a costa de reducir los resultados educativos medibles con sistemas como el informe PISA. Este modelo se opone a la estratificación por niveles de rendimiento, a la inequidad de recursos (y por tanto a las enseñanzas privada y concertada) y a cualquier forma de marcar (o evidenciar) diferencias. En el contexto de una sociedad estratificada, pretende maximizar la eficacia del sistema educativo como ascensor social, reduciendo el impacto de las desigualdades de recursos con las que parten estudiantes procedentes de clases sociales diferentes.

Aunque estamos lejos de haber logrado una síntesis coherente entre estos dos modelos, hay un cierto acercamiento hacia esta, habiéndose eliminado prácticamente del discurso político-educativo cuestiones como la prohibición de la educación privada para potenciar la igualdad de recursos o la estratificación de alumnos según su rendimiento para maximizar su aprovechamiento educativo.

La estratificación de alumnos permite que el “nivel” al que se orienta el trabajo educativo se adecúe a las capacidades del grupo de alumnos, maximizando el rendimiento de los más capaces y evitando el “descolgamiento” de los que tienen más dificultades. Este proceso de adaptación de la educación a los alumnos resulta progresivamente más difícil conforme aumentan el número de alumnos por grupo y la heterogeneidad de las capacidades de estos.

El problema fundamental de esta estrategia es que magnifica las diferencias iniciales de los alumnos en cuanto a su rendimiento educativo. Al depender en parte estas diferencias iniciales de la clase social de procedencia, se rigidifican las clases y se reduce la movilidad social.

Un caso particular de la estratificación de niveles educativos es la educación especial para alumnos con discapacidades. Buscando la integración social de estos alumnos se los mantiene en grupos de educación ordinaria mientras es posible, y se estimula su rendimiento con apoyos, pero a veces, conforme avanzan los cursos y se complican las materias a aprender, llega un momento en que algunos de estos alumnos se “descuelgan” y les resulta imposible comprender y aprender al nivel de sus compañeros. Llegado ese punto, mantener a estos alumnos en aulas ordinarias, en nombre de la integración, lo que provoca es la exclusión más dolorosa, siendo estos niños confrontados a diario con su “retraso” y la exclusión respecto a los compañeros con los que comparten espacio. Entonces se recurre a la formación de grupos especiales, de número reducido, con compañeros de similar nivel de dificultades, donde el niño puede desplegar mejor su rendimiento y sentirse integrado. Siguiendo el mismo principio, algunos niños llegan a requerir ayuda en centros educativos especializados en este tipo de necesidades.

Otro punto en el que parece haber consenso entre los modelos españoles de sistema educativo, es la renuncia a formar ciudadanos con pensamiento crítico que puedan sustentar el proceso democrático. El modelo progresista aborda cuestiones sociales al utilizar el sistema educativo para transmitir los valores morales correspondientes con su modelo de sociedad (fundamentalmente, la igualdad moral y social de ciertos colectivos tradicionalmente excluidos) y por ello sus detractores le acusan de adoctrinamiento, mientras que el liberal se acerca más a la vehiculización de valores cristianos, pero ninguno de ellos promueve el pensamiento crítico y mucho menos la rectificación subjetiva, el hacerse cargo de uno mismo y asumir la responsabilidad que ello conlleva, en vez de quejarse de lo que hacen otros. El arrinconamiento progresivo de las humanidades en la educación es un síntoma claro de esto.

En el origen del Renacimiento, Florencia se encontró con la dificultad de sostener su gobierno republicano ante la falta de ciudadanos educados, capaces y responsables, con pensamiento crítico para analizar los problemas del estado y trabajar en sus soluciones. Ante la crisis política, se buscó la solución en la educación rescatando saberes de la antigüedad, fundamentalmente de la Roma republicana y la Atenas clásica. Se “minaron” los monasterios en busca de textos antiguos, se desarrolló la lingüística, se recuperaron las lenguas clásicas, se alimentaron las artes, floreció el campo designado con el nuevo término de “humanidades”, y se catalizó una reacción que se propagó por Europa Occidental acabando con la Edad Media.

Hoy el mundo occidental afronta una grave crisis de liderazgo. Líderes como Donald Trump o Boris Johnson llegan al esperpento en la gestión de situaciones como la pandemia por la COVID-19 o el Brexit. En España, resulta llamativa la inadecuación de una generación de políticos que han crecido y se han educado en la democracia (fenómeno análogo a lo que ocurrió en la Atenas clásica).

Tal vez no haya que reinventar la rueda, sino recurrir a la receta que ya solucionó un problema similar al final de la Edad Media. La educación de nuevas generaciones de ciudadanos con sentido crítico y capacidad de diálogo puede acercarnos a la síntesis de modelos educativos y sociales, y con ella a la estabilidad necesaria para el funcionamiento tanto de la educación como del país en su conjunto.

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