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Cuando López Miras fustiga al comunismo…

El presidente de Murcia, Fernando López Miras, en una imagen de archivo

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Cabeceaba mi mecedora a un inusual y arrítmico impulso de mis piernas, y esto me llevó a detenerme y a pensar la causa. Y hallé que no podía ser otra que la impresión –profunda, aguda, molesta– que me acababa de producir la alusión por el presidente Fernando López Miras, de la bien conocida, por ecocida, república de Lechugalandia, que otros llaman Porcinolandia (aunque sigue habiendo quienes la recuerdan como Comunidad Autónoma de la Región de Murcia) a que no iba a aceptar la nueva Ley de la Vivienda, que calificó de “comunista” y se quedó tan pancho (impávido, mejor diría, ante su propio ridículo, más que intrépida rebelión).

Próximo al shock, me impuse conservar la calma y ordenar las ideas que, muy tumultuosamente, asaltaban mi mente y mi memoria. Apliqué, tras contar hasta diez, el esquema a que suelo someter mis ocurrencias y entonces vi (o deduje, que nunca sé muy bien cuánto de respingo o de reflexión suele haber en mis pensares) que tamaño improperio (pues no con otra envoltura quiso el presidente dar la nota) había que tomarlo en cuenta, aunque no tenía muy claro si eran el comunismo y los comunistas lo que primero que debía de acometer o si, con otro enfoque, era al personaje parlanchín al que antes había de corregir. No tardé mucho, tras retener la inspiración, en decidirme por reunir, aunar y mezclar ambos enfoques, el del insulto y el del personaje, y salté raudo hacia mi escritorio, dejando en movimiento decadente (función oscilante decreciente y tendente a cero, como me recordó mi estimada formación matemática) la, solo provisionalmente, abandonada mecedora.

Por supuesto que López Miras no tiene ni idea de lo que es el comunismo ni lo que es ser comunista: él ha oído, desde pequeñito, que todo eso era cosa del diablo, y que no había que tocar, ni siquiera mentar, y que los que así se reconocían eran peligrosos e indeseables seres fuera de toda normalidad. Con su apostilla al rechazo de la Ley de la Vivienda reproduce el más famoso y duradero tic del franquismo, con su obsesión por el comunismo, y esto lo coloca bien plantado en esa corriente que, hoy, vivifica a neofranquistas de todo pelaje, nostálgicos de los buenos tiempos.

En realidad, cuando nuestro admirado presidente se inició en la política, comunismo y comunistas iniciaban una sensible decadencia en todo el mundo, incluyendo España, y ahora no veo manera de atraer la atención del personaje ni por la cultura política general ni por la historia de las ideas. Él es, además, producto de un tiempo amable y democrático, muy liberal, recibió la inspiración de que había que apuntarse a un partido de orden, grande y de poder y, para mayor ventura, su entrañable anonimato recibió un día la investidura jerárquica de un clan corrompido hasta el tuétano, como resultado de una carambola con puñaladas de conspiradores, siendo así el resultado de una chamba a la murcianica, que no es poca cosa. Entérese de que él, don Fernando, pertenece a la estirpe de los beneficiarios sin lucha de esta calma y este legado, y por eso debiera mostrarse más cauto y comprensivo hacia los que sí lucharon sin beneficiarse, después, de su esfuerzo.

Tales circunstancias él las lleva a mucha honra, y las trabaja, vaya que sí, como demuestra el que de entre sus numerosas habilidades, ninguna haya brillado tanto como la de chalanear alianzas entre compadres políticos de llamativa ausencia de ética, en episodios imborrables de atroz estética (que él conlleva con admirable tenor y cara de bonachón). Y, por tanto, carece de sentido –histórico, ideológico, ético o estético– que yo venga ahora a decirle a tan afortunado líder que esa tradición en que su inyecta su historial, digna de un relato de piratería moderna con corso, abordajes y rapiñas sin cuento, es la que con más vigor han combatido los comunistas, los de antes y los de ahora, exhibiendo siempre una decencia varios grados por encima de la de su partido y sus compinches; porque ni lo entendería ni, menos aún, aceptaría. Pero fueron los comunistas los que lucharon contra aquel sistema del que su partido tan poco hace por apartarse de hecho, siendo así, ante la historia, los verdaderos demócratas, mientras que la caterva de peperos y gentes a su derecha, han resultado los ventajistas.

Que es ese linaje político, el suyo, siempre inserto en la España más negra (la franquista a la sazón, sí, ya que fueron ministros y jerarcas franquistas los creadores de AP, directo antecedente del PP), el de los demócratas y liberales de oído, de la misma cuerda de López Miras, que llenan ahora los tribunales de deslealtad a la historia, de vergüenza y de sonrojo. Tengo la esperanza de que la pulla de López Miras haya estimulado, incluso, algunas vocaciones comunistas, siempre bienvenidas.

(Y rematando así mi conclusión, regresé a mi mecedora, hacía rato aquietada y silenciosa, para acogerme a su paz telúrica, en mala hora alterada por exabruptos de enjundia, como el que ha sido objeto, más arriba, de mi indignado interés.)

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