En un mismo día, el Decano del Colegio de Abogados de Madrid equiparaba machismo y feminismo, y una campaña de comunicación alentaba en la ciudad de Murcia a rezar en la puerta de las clínicas abortistas. Para quienes defienden una libertad basada en fundamentos principalmente económicos, ambos sucesos no dejarán de ser casos sin conexión entre sí, los cuales no constituyen el síntoma de nada. Pero cuando tales hechos se examinan en el contexto de un crecimiento sostenido de la ultraderecha tanto a escala nacional como regional, el tenor del análisis ha de introducir factores que apuntan a un creciente problema estructural. El consolidado modelo patriarcal de sociedad en el que vivimos ha convertido la conquista de derechos por parte de la mujer en algo contra natura. El concepto de igualdad entre hombres y mujeres que se defiende desde la derecha y la ultraderecha solo se puede comprender en un tablero en el que las reglas de juego están ya marcadas por el poder masculino. Desde su punto de vista, no hay nada que cambiar porque el desarrollo natural de la sociedad corrige paulatinamente determinados desequilibrios del pasado. Legislar en beneficio de la mujer no deja de ser para sendas opciones la consecuencia de un fanatismo ideológico que cuestiona el derecho natural. La mujer puede aspirar a conseguir lo que quiera siempre que respete un marco de privilegios que, para su fortuna, se muestra cada vez más flexible y paternalista. Esa es la clave.
Cuando el Decano del Colegio de Abogados de Madrid equiparó machismo y feminismo lo hizo desde el argumento según el cual el ámbito de la justicia no podía ser politizado por ninguna de las dos opciones. Enunciado en otros términos: el feminismo –según el máximo representante de los letrados madrileños- no deja de ser una ideología cuya absorción puede conducir al radicalismo y a la pérdida del sentido de la justicia. Desde la óptica del derecho natural, cualquier reivindicación de derechos por parte de la mujer constituye un ejercicio de extremismo político que desborda el perímetro de las democracias liberales. Que la mujer se convierta en un sujeto autónomo que es capaz de decidir sobre su propio cuerpo –al margen del marco de privilegios construido por el patriarcado- supone una aberración que, en consecuencia, ha de ser combatida. Y ese combate –paradójicamente- ha de librarse desde la libertad –que es el término del que se abusa cuando se quiere imponer un modelo de sociedad jerarquizado y totalitario-.
“Rezar frente a una clínica abortista está genial” –expresaba el mensaje de los carteles que salpicaron la ciudad de Murcia durante la semana pasada-. La libertad para creer y profesar una religión es un derecho constitucional. Interrumpir el embarazo también constituye un derecho amparado por nuestra legislación. Ahora bien, cuando un derecho se ejerce con la finalidad de coartar otro derecho, asistimos, entonces, a un acto de intimidación y, por ende, a un episodio de violencia. Rezar no puede, en ninguna de sus acepciones o casos prácticos, una forma de atemorizar e invadir la intimidad de otra persona –ya que, en el supuesto de que así fuera, se convertiría en una forma de control y de fanatismo-. Curiosamente, los mismos que se encuentran detrás de una campaña como esta son los que, en paralelo, arremeten contra la inmigración musulmana por considerar que representa un modelo de cultura y de sociedad que se vale de la religión para coartar la libertad de la mujer. Y, sinceramente, cuando se analizan ambos casos en contexto, existe el mismo grado de represión en no dejar a una mujer ir un campo de fútbol o la universidad que en rezar delante de una clínica para la interrupción del embarazo. La diferencia es que, mientras en un sitio no existen directamente derechos, en otro se utiliza un derecho para señalar, culpabilizar y maltratar psicológicamente. Pero, al fin y al cabo, el resultado es el mismo. La libertad deja de serlo cuando se ejerce contra un tercero. Y, desgraciadamente, hay quienes están de acuerdo y hacen chistes con esta perversión del espíritu democrático. Los derechos de la mujer molestan –y mucho-. Señal de que, en este preciso momento de la historia, nos encontramos en un punto de clara regresión.
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