La Virgen de los Dolores ha sido nombrada 'alcaldesa perpetua' de Águilas por obra del Espíritu Socialista. En un acto más propio de los años cuarenta de la centuria anterior que del siglo XXI, la regidora aguileña Mari Carmen Moreno entregó su «bastón de mando» a la patrona de la localidad en la celebración del «Viernes de Dolores».
¿Había necesidad de hacer algo así? ¿Algún colectivo había reivindicado la concesión de este título honorífico? ¿Qué pensará la cada vez mayor comunidad no católica de Águilas al respecto? ¿La entrega del bastón de la alcaldía a la Virgen de los Dolores representa por igual a los aguileños católicos, judíos, musulmanes, evangélicos, budistas o ateos? Y lo que es más importante, ¿dónde queda la aconfesionalidad del Estado que marca nuestra Constitución? Quizás se encuentre en el mismo cajón donde se esconde el derecho a la vivienda, a un trabajo digno o a la plena libertad de expresión. Una muestra más de que algunos políticos exhiben un constitucionalismo de pacotilla. Banderas rojigualdas gigantes el 6 de diciembre, entonación del himno patrio y grandes loas a un texto que ni conocen, ni aprecian, ni defienden. Ese libro del que tanto hablan se va a apolillar en los estantes de algunas alcaldías.
Águilas nunca se ha destacado por ser un pueblo de raigambre religiosa. Más bien al contrario, su sociedad siempre ha sido plural en lo que a confesiones religiosas se refiere. Católicos, evangelistas, espiritistas, o más recientemente, musulmanes y budistas, e incluso masones, han convivido en perfecta armonía. ¿Por qué imponer a una vecindad diversa el símbolo de una creencia en particular? ¿Qué pensarían destacadas aguileñas laicas como Pepa Rojo o Carmen Jorquera de su paisana Mari Carmen Moreno? Ellas lucharon por vivir en una sociedad sin imposiciones religiosas de ningún tipo, liberándose de los dogmas machistas con los que la Iglesia católica castigaba a aquellas que se negaban a comulgar con su credo. Es por ellas por quienes me veo en la obligación de elevar mi voz para denunciar este sin sentido. Me abruma el silencio de una sociedad civil que ha abandonado sus principios fundacionales. Si hubiese sido un alcalde de Vox el que nombrara alcaldesa perpetua a una Virgen, coincidiremos en que las reacciones no hubieran sido las mismas.
Como cristiano que soy, disfruto de mi religiosidad de forma íntima. No necesito que nadie otorgue ningún honor a la Virgen María para sentirme más cerca de ella. Ese acto no me conmueve, me insulta, aunque se hubiera realizado con la mejor de las intenciones. No me gusta que se manipulen símbolos con los que muchos aguileños sienten emoción para promocionar políticamente a nadie. Temo que la religiosidad que con tanta vehemencia exhibe nuestra alcaldía, no sea más que simple postureo.
Si lo que se pretendía era mostrar el apoyo del gobierno municipal a la institución eclesiástica en este momento de crisis religiosa, marcado por la pérdida de fe de miles de personas, con humildad pienso que han errado gravemente. La Iglesia ganaría adeptos si siguiera con más celo las orientaciones dadas por el papa Francisco: abrir vías de entendimiento y diálogo con otras culturas y cerrar definitivamente las puertas al nacional-catolicismo que tanto daño ha hecho a España y al cristianismo.
En democracia, los debates son sanos. Quizás haya llegado el momento de que en Águilas se debata sobre laicismo con serenidad y desde una perspectiva constructiva, invitando a la reflexión a las diferentes comunidades religiosas que conviven en nuestro municipio.
Las religiones son ante todo una filosofía. Yo me considero cristiano porque comparto el mensaje de Jesús de Nazaret, aquel predicador que hace dos mil años se levantó contra el Imperio romano para prodigar una nueva humanidad marcada por el amor mutuo. Amar al prójimo como a uno mismo. El mundo sería un lugar mejor si todos comulgáramos con este principio básico del cristianismo. Reducir este mensaje a la exaltación de unos símbolos vaciados de contenido es una de las razones que explican la crisis de la Iglesia católica. La religiosidad del postureo ha pervertido las enseñanzas de Jesús. Por fortuna, son muchos los cristianos consecuentes. Yo reivindico el legado de sacerdotes como Gaspar Blanco, que defendió a los trabajadores aguileños en plena dictadura, pagando por ello su estancia en la cárcel. La Iglesia necesita más comedores sociales y menos títulos honoríficos.
Mi discurso no es contra la fe cristiana, sino contra la intolerancia. Me siento tan alejado del proselitismo religioso como del anticlericalismo infantil que tan bien se representa en la canción «Fiesta pagana». No se trata de atacar a la Iglesia o a los católicos, sino de defender que cada uno viva su espiritualidad con libertad y en una relación de igualdad. Vivimos en una sociedad diversa, ya es hora de ser coherentes con esa realidad.
Puestos a nombrar 'alcaldesa perpetua' a una figura de la cristiandad, por qué no haberlo hecho con Santa Rita, patrona de lo imposible. Quizás ella sea capaz de impedir que la deriva ultraderechista de nuestra sociedad acabe con el cada vez más frágil sistema de derechos y libertades.
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