De inspiración resentida y redacción sin disimulos, de intención interesada con fundamentos falseados, de terminología y expresión ultras, don Adrián Ángel Viudes Viudes se ha despachado (“El hacha de guerra y la pipa de la paz”, La Verdad, 9 de agosto) con una invectiva de riguroso corte fascista, que no meramente franquista, dado que se lo llevan los demonios tanto por la Ley de Memoria Democrática del presidente Sánchez, como por la de Memoria Histórica del expresidente Zapatero, que suponen “desenterrar el hacha de guerra” cuando “los españoles, por abrumadora mayoría, decidimos olvidar lo pasado”. Pero esto es sólo el entorno ideológico del personaje: su artículo es harto expresivo, libre, sincero y hasta amenazador.
Pues sí, Viudes emplea una jerga fascista desde el principio hasta el final: le sale del alma lo de la Memoria, y por eso no duda en afirmarse en la miserable mentira, que se la endosa sin pudor alguno, con que el franquismo y su adoctrinamiento nos sometió 40 años: “La república no se la cargó Franco: fueron socialistas, comunistas y anarquistas, supeditados por entero al genocida Stalin…”. Por supuesto que retoma, más de una vez, lo de “comunistas” en el más actualizado estilo ultra, como si los comunistas españoles no hubieran sido democráticos tanto durante la República como en la reciente democracia. Son los “perdedores de aquella guerra incivil”, dice Viudes, los que nos quieren hacer pasar por el aro de aquella mentira, la de que fue Franco el enterrador de la República (¡Ah, los perdedores, que vienen para vengarse!).
Es evidente que a Viudes le sobresaltan las noticias de (mínima) revisión histórica frente a las hazañas de la canalla franquista, y sabe bien que las democracias nunca han plantado cara decididamente a las pestes fascistas; bueno, la democracia ejemplar de nuestra II República sí lo hizo, y por eso el golpe de una tarde se convirtió en una guerra de tres años, que aquellos infames militares ganaron por el apoyo impune de los fascismos europeos, lo que calla nuestro enrabietado. Así que por ese lado no debiera preocuparse en exceso, que de esta nueva Ley de Memoria nada se va deducir sobre el examen político de la veintena de apellidos murcianos, con sus endogamias, que vienen mangoneando en todo lo que constituye poder –negocios, política, judicatura– antes y después de aquella República y la guerra criminal que la siguió (Será bueno, no obstante, que algunos de nuestros doctorandos de Historia contemporánea se pongan a la tarea y contribuyan, siguiendo la pista a apellidos, títulos y negocios, a establecer vínculos y fervores con beneficios y fortunas, de alguna manera relacionados con la dictadura y sus fechorías).
De género fascista es, también, calificar de “totalitarios liberticidas” a los que “intentan silenciarnos … con leyes mentirosas… ni nos van a callar ni nos van a vencer…”. Su amabilidad con el proceso genocida de los vencedores queda expresada con lo de que “sobraron represalias y faltó generosidad y visión de futuro para devolver la soberanía al pueblo”. Pero ni una palabra sobre el sembrado de fosas por toda España, con miles de asesinados tras la paz (¡ya lo creo que faltó generosidad!).
De índole fascista, subtipo golpista, es aludir, como un asunto menor, a aquel “absurdo golpe de Estado que pudo dar al traste con nuestra democracia”, que es como pasa por encima del 23 F de 1981, quitándole hierro. Lo consuela, y mucho, que el “pacífico pueblo reaccionara a tiempo… y otorgó a las derechas el poder”. Este cronista se imagina, perfectamente, al Viudes demócrata ejemplar saliendo a la calle para condenar a Tejero y reafirmar la democracia en cuya recuperación tanto había trabajado (aunque aquí nuestro articulista se desvía hacia aquella CEDA parafascista de Gil Robles, consentidora y muñidora del camino de los golpistas). Las derechas no aprovecharon la oportunidad porque Rajoy fue un blando, que “ni supo ni quiso, con su cómoda mayoría absoluta, limpiar el campo de minas, de mala cizaña y restablecer de nuevo los fundamentos que nos permitieran seguir viviendo en concordia y paz” (o sea, deduzco, aproximándonos al periodo franquista: qué fuerte, qué fuerte).
A mí, don Adrián Ángel Viudes Viudes siempre me pareció, en efecto, un producto aristocrático, de estirpe terrateniente y mimado por el franquismo. Y cuando los trabajadores del Puerto me informaban de su gestión brutal, su soberbia rencorosa y, sobre todo, su carácter profundamente antisocial, me confirmaban que era un autócrata de quien me hablaban. Si a la mala sangre que ha venido acumulando desde que sus compadres del PP lo apearon de la taifa portuaria en que lo habían instalado (última regalía de un vistoso itinerario político con sus derechas, de chollo en chollo), añadimos la espita autoritaria y vocinglera que le ofrece la peste de Vox, más –aunque sin gran motivo, ya digo– la inquina y los temores personales hacia la Ley de Memoria, ahí tenemos el resultado: un pronunciamiento periodístico perfectamente asimilable a las voces y el estilo del 18 de julio. Da la impresión de que don Adrián vive desde siempre temiendo que se ponga en solfa el pasteleo de la Transición, en la que se camufló de demócrata y liberal (de toda la vida, por supuesto).
Aunque, no crean, que Viudes, en el fondo, sigue teniendo en su corazoncito al PP, que tanto le regaló. Por eso se descuelga con un párrafo de los más amables de su papelico: “La presunta corrupción del PP propició el triunfo de una moción de censura y la entronización de don Sánchez aupado por los comunistas”. ¡Olé tu agudeza! Dos líneas que podrían generar hasta tres, quizás cuatro, tesis doctorales, tan densas, profundas y emotivas son.
Si es que este hombre no tiene desperdicio. Entre sus improperios, Viudes alude al “derroche del dinero público de nuestras autonomías… donde los pequeños reyezuelos campan por sus respetos en esas artificiales taifas, gastando a manos llenas lo que no tienen…”; lo que, con su puntito de verdad, no sólo hace aflorar un clásico del reaccionarismo político (“adulterando el concepto de nación”, matiza con toda su alma), sino que nos lleva a su pasado empeño, como reyezuelo de la Autoridad Portuaria de Cartagena, de que el Estado construyera un nuevo puerto en El Gorguel: narcisista de nacencia, manirroto supremo y enemigo de lo público, con ese proyecto tramaba –como continúan haciendo los que siguen pujando por esa obra ruinosa– infligir un daño sensible a las arcas del Estado, en línea con la filosofía del clan político al que perteneció (clan que, por irresponsable y perverso, nos obliga a los ecologistas, como sabe muy bien Viudes, a dedicar nuestro mejor tiempo, a machacarle sus proyectos uno tras otro, como haremos también con El Gorguel).
Acabo mostrando mi admiración por el ancho espíritu democrático del diario murciano que acoge el infumable, aunque alguien de la plantilla habrá debido echarse las manos a la cabeza, e incluso interpelar al director. Es maravilloso comprobar cómo La Verdad, aunque cambie de dueños y directivos, nunca se sale de la más permanente línea derechosa, es decir, conservadora, católico-reaccionaria, franquista y monárquica (por ese orden) y, en nuestro caso murciano, de respaldo incondicional de los políticos y las políticas de la muchachada, siempre tan brillante, del PP que nos domina sonrojando al país entero. Leyendo lo de Viudes me preguntaba si su texto atroz no habrá suscitado, en algún rincón del periódico, la emoción evocadora del gran papel que el ABC de 1936, el actual hermano mayor de La Verdad, tuvo en la suprema puñalada del golpe militar. No lo descarto.
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