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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Viaje a Aquitania (I)

Duna del Pilat en la bahía de Arcachón (Gironda, Francia) | Wikipedia

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Recientemente, justo antes de que los incendios de este verano se cebasen con sus bosques, he tenido la oportunidad de visitar Aquitania. Un viaje breve no permite conocer una cultura, pero sí realizar unas observaciones y plantear algunas hipótesis preliminares para acercarse a ella. Las hipótesis realizadas de esta manera apresurada responden en gran medida a las expectativas y prejuicios del observador, y requieren de una mayor exposición a la realidad observada para ir corrigiéndose y ajustándose a ésta. Ojalá se me presente en algún momento la ocasión de realizar ese trabajo de forma adecuada.

No sé hasta qué punto la cultura de Aquitania es representativa de la del resto de Francia o en qué medida posee una idiosincrasia marcada que la diferencia de ésta. Sin embargo, la tomo como una ventana hacia la cultura de las 246 clases diferentes de queso, en oposición a las culturas española o inglesa que, pese estar enmarcadas en el mismo contexto occidental, se basan en otros idiomas y poseen sus propias características diferenciales.

Una de las cosas que más me llamó la atención, particularmente en la zona de Burdeos, fue la cantidad de pasos a nivel en los que un coche, o un peatón, se cruza con las vías del tren o del tranvía, y las pocas medidas de seguridad que se aprecian en ellos. En Murcia, el recorrido del tranvía está muy señalizado y separado del resto del tráfico, que queda detenido haciendo que los otros usuarios de la vía pública tengan que esperar pacientemente el paso del vehículo articulado. En Madrid, el metro sigue un recorrido subterráneo, lo que hace la separación aún mayor. Esto me hace pensar que Francia concede a sus ciudadanos una madurez y responsabilidad que España no reconoce a los suyos, a los que protege cuidadosamente de sus propias imprudencias. Entiendo que los franceses asumen más riesgos, como pago por una 'liberté' que forma parte de su credo fundacional desde la revolución de 1789. En esta misma línea, el límite de velocidad en las autovías, 130 km/h, más permisivo que el español de 120 km/h, coincide en un abordaje más liberal del equilibrio libertad/seguridad.

En Inglaterra, el estado niñera se coloca en el polo opuesto al de Francia, con una cultura extremadamente adversa al riesgo. Esto se refleja también en las carreteras, con un límite máximo de velocidad de 70 millas por hora (112,654 km/h), el más bajo entre los países mencionados.

Una explicación alternativa a la cuestión de los pasos a nivel en Aquitania sería su bajo coste en relación a otros sistemas más seguros, cuestión relevante en países pobres, donde la vida de los individuos está menos protegida. Sin embargo, no me parece que esa hipótesis sea aplicable en la segunda economía del euro.

Tuve ocasión de visitar la duna de Pilat, que es la duna más grande de Europa. Allí hay múltiples carteles que indican a la gente que puede ascender a la duna por unas escaleras instaladas al efecto y que, una vez en la cima, debe mantenerse en la zona de las escaleras para no deteriorar el entorno. En la práctica, la gente se desparramaba por toda la zona haciendo su voluntad y saltándose la norma. También observé cómo se aparcaban los coches de manera sistemática en zonas designadas como prohibidas para ese uso o la gente se colaba sin pudor en las colas. Sin embargo, no vi que nadie arrojase basuras en la duna, ni que los vehículos aparcados en prohibido obstaculizasen el tráfico. Es decir, no vi caos sino a un pueblo que se organiza a partir de normas implícitas, que contrarían las explícitas o el orden legal del estado, pero que regulan la convivencia.

Este funcionamiento del pueblo al margen del estado es algo que he apreciado también en España, aunque me pareció más acusado en el país de la revolución. Los españoles, a los que Fernando Díaz Plaja nos atribuyó el pecado capital de la soberbia, tendemos a utilizar nuestro criterio individual en contra del estatal, tomando la ley como una referencia relativamente distante. Creo que se nos da peor que a los franceses la construcción de un orden alternativo al legal, y en nuestro país podemos observar parajes naturales llenos de basura, coches aparcados de manera que obstaculizan el tráfico y conductas que deterioran la convivencia, hasta el punto de haber llegado a especializarnos en desencadenar guerras civiles.

Por otra parte, en Inglaterra, un país en el que desde los tiempos de los Estuardo ha sido el parlamento el que ha liderado el desarrollo político, el pueblo sigue la ley del estado de una forma mucho más estricta. Incluso las normas sociales, como el respeto del turno en las colas, se siguen de forma muy consistente. Sin embargo, resulta llamativa la dificultad de los ingleses para manejarse al margen de la ley en conflictos interpersonales, y su necesidad de recurrir constantemente a normas explícitas para resolver éstos, sacándolos del espacio interpersonal para llevarlos al social.

Por motivos de espacio, me detengo aquí, y continuaré la semana que viene con mis reflexiones sobre mi viaje a Aquitania.

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