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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El escritor de franciscana humanidad

El escritor Salvador García Aguilar, en 1986, durante un viaje a Venecia / CARLOS BERMEJO

Manuel Segura Verdú

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Hace casi cuatro décadas, los Reyes Magos visitaron a un hombre de 58 años al que, como secreto mejor guardado, le gustaba escribir. Trabajaba entonces en labores administrativas en las oficinas de una empresa conservera de Molina de Segura, tierra que lo acogiera de muy joven desde su alicantina Rojales natal -allí vio la luz en 1924- y tras una estancia con su familia en la Barcelona republicana, pero también ya receptora de la emigración de las gentes del sur. Antes de convertirse en administrativo, García Aguilar fue aprendiz de barbero y casi militar, pues no faltó quien lo tentara durante el servicio obligatorio para el reenganche. Mientras tanto, devoraba como ávido lector cuanto llegaba a sus manos en aquella España de posguerra, niquelada en blanco y negro.

Un buen día decidió presentarse al premio de novela más prestigioso del país, si bien no el de mejor dotación económica. Y para sorpresa de propios y extraños, lo ganó. Corría el año 1983. Ese hombre “de pelo blanco y tez tostada, aparentemente parco, algo tímido y seco, que desaloja su austera y franciscana humanidad cuando se le conoce a fondo”, como lo definiera mi entrañable profesor Ramón Jiménez Madrid, se llamaba Salvador García Aguilar. Y el premio, nada menos que el Nadal.

Con 'Regocijo en el hombre' saltó a la fama en edad tardía. Aún recuerdo las palabras de uno de los jefes de la empresa en la que se ganaba el sustento al conocer la noticia: “Nunca sospechamos que Salvador escribiera… Si lo hubiéramos sabido, le habríamos facilitado las cosas”, vino a expresar aquel hombre, más o menos, con cara de circunstancias. Tras su inesperado éxito, el escritor dejó las cuatro paredes de la oficina en la que había pasado más de tres décadas de su vida laboral. Y lo hizo con la serenidad que correspondía a alguien que, entre balances contables y nóminas, había leído a los clásicos: sin muchos aspavientos.

Fechas después de que García Aguilar abandonase el anonimato, le hice una de las pocas entrevistas que de mi carrera radiofónica conservo grabadas en cinta magnetofónica reconvertidas luego a disco para mayor garantía. Era una persona modesta, sencilla y nada engolada. No nos conocíamos personalmente, ya que aquella primera conversación fue vía telefónica y él respondió a mis preguntas desde su domicilio, pero sí recuerdo que, posteriormente, lo paré un día por la calle para presentarme a él y que estuvo de lo más cariñoso y agradecido conmigo.

Escribió casi una veintena de obras, en diferentes registros, si bien apenas publicó la mitad de ellas. Sus últimos días los pasó encallado en ese mal de nuestro tiempo que se llama Alzheimer. Fue con “estos días azules y este sol de la infancia…”, como en el verso que hallaron, escrito en un papel arrugado, en el bolsillo del roído abrigo machadiano, cuando su vida se extinguió a los 80 años, mediado el mes de enero de 2005. Tiempo después, en 2007, se le dio su nombre a la biblioteca municipal molinense, cuya edificación acababa de concluir. Este 21 de noviembre, Salvador García Aguilar hubiera alcanzado los 95 años. Como reza un sabio proverbio, a la honra siempre la precede la humildad. Y ese era su caso.

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