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El 'palacete' franquista del embalse del Cenajo que custodia a migrantes en cuarentena: “Es como la prisión de Alcatraz”

Hotel Cenajo

Erena Calvo

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En un entorno natural imponente, en la Vega Alta del Río Segura y rodeado de monte, se alza desde mediados de los años 50 el palacete franquista del Cenajo, una infraestructura que albergó a los jefes de obra durante la construcción del que fuera en aquel entonces el embalse con mayor capacidad de Europa. Propiedad de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), desde los años 90 ha pasado por las manos de distintos grupos empresariales que han intentado –con mayor o menor éxito– explotarlo turísticamente. Desde el pasado agosto, acoge a los migrantes que llegados en patera a las costas murcianas tienen que cumplir cuarentena por haber realizado la travesía con algún compañero de ruta portador de la COVID-19.

Su llegada a este recurso estuvo precedida de brotes racistas protagonizados por grupos de vecinos de Murcia y Cartagena ante la presencia de migrantes en cuarentena en pisos de acogida radicados en sus barrios. Pasó este verano. Y esas manifestaciones xenófobas desembocaron en el traslado de los migrantes a albergues de la Comunidad y más tarde al Cenajo, en un año en el que se ha reabierto la ruta argelina a las costas murcianas, doblando las cifras de 2019 (más de 3.000 llegadas este año frente a las 1.540 de todo 2019).

“Aquello está en medio de la nada, totalmente aislado, es como la prisión de Alcatraz, los caminos son todos de monte, no hay prácticamente cobertura y la localidad más cercana está a más de 10 kilómetros”, relata a este periódico el teniente de alcalde de Moratalla, el socialista Miguel Martínez Cascales, desmintiendo así que los migrantes hayan logrado fugarse en alguna ocasión del Cenajo. “No tendrían adónde”, sentencia. Es uno de los muchos bulos que se han intentado propagar desde Vox y otros sectores de la ultraderecha. Como que los migrantes podían disfrutar de una piscina en el hotel –no está en uso– o que las instalaciones donde se encuentran son de lujo. El hotel, de 3 estrellas, fue un referente en los 90 pero terminó decayendo y con él, sus instalaciones.

La construcción del embalse del Cenajo arrancó en 1942 y finalizó en 1963, elevándose el costo de la obra a 450 millones de pesetas. En los alrededores de la presa, en la ribera del río, se construyó un poblado ya desaparecido con un pabellón para dar cobijo hasta un millar de obreros; un cuartel de la Guardia Civil, un cine, bar, escuela, un taller mecánico, una iglesia y hasta un campo de fútbol. Además del edificio de la parte noble, el actual hotel, “donde vivió el equipo de ingenieros y de arquitectos durante las dos décadas que duró la obra”, detalla Víctor Peñalver, historiador murciano que ha investigado la represión franquista en el Noroeste de la Región.

En el embalse llegaron a trabajar más de 7.000 obreros, muchos de ellos reos republicanos: “La presencia de reclusos en el Cenajo fue superior a la media nacional; más que en el Valle de los Caídos en esos años cincuenta”, puntualiza el también periodista.

Los bulos del Ecocenajo alentados por Vox

Lo que está claro es que el EcoCenajo no es “un asentamiento de inmigrantes ilegales hecho en un hotel de lujo”, como se han esforzado en denunciar tanto en redes sociales como en campañas de WhatsApp diputados nacionales y regionales de Vox en la Región. Apostados en la valla del hotel, algunos de los hombres de confianza de Abascal en Murcia grabaron un vídeo en el que alertaban de que “la situación se puede tornar muy peligrosa porque son individuos en edad militar, ilegales, que están provocando desórdenes internos”. Y más: “Llegan a nuestras costas, algunos de ellos infectados por COVID-19, les damos ropa, comida, asistencia sanitaria y nos lo pagan escapándose y poniendo en riesgo a toda la población”, ha sido uno de sus apocalípticos mensajes más repetido y desmentido por todas las partes implicadas.

El problema de la Benemérita que hace vigilancia en el hotel es de personal y de horarios, denuncia Juan García Montalbán, portavoz de la Asociación Unificada de la Guardia Civil (Augc) en la Región. “Han tenido que desplazar hasta dos y tres patrullas de seguridad ciudadana que se detraen de los municipios colindantes, y al estar tan aislado aquello los turnos son de diez horas seguidas sin compensación”, se queja. A eso se suma que “al principio no tenían urinarios, ni instalaciones adecuadas para hacer las guardias, no había ni cobertura ni línea telefónica”. Y a pesar de que los conflictos “han sido escasos”, ante una contingencia “estos guardias tienen que resolverlo solos, siendo entre dos y cuatro compañeros, sin escudo, ni porra, ni casco, ni nada”. A diez metros del puesto de mando, apuntala, se amontona la basura, “bolsas y bolsas”. Una imagen que tomaron los agentes lo atestigua, aunque a la hora de publicarse este reportaje ya se había subsanado el problema.

“Es responsabilidad de la empresa, aunque al final nos lo pidieron y acabamos llevándonosla nosotros”, dice el teniente de alcalde Moratalla.

El Hotel EcoCenajo era una “instalación necesaria porque hacía falta un lugar donde garantizar las cuarentenas en condiciones dignas y cumpliendo con los derechos humanos, algo que no se puede asegurar en pabellones deportivos o almacenes industriales, y menos en época de pandemia”, argumenta Juan Antonio Segura, director de la Fundación Cepaim. Segura lanza un mensaje de tranquilidad: “Las ONG que trabajamos con los migrantes somos equipos muy serios, muy bien formados, y cumplimos estrictamente con todos los protocolos de higiene y protección”. Y recuerda que un 98,5% de los migrantes que alcanzan nuestras costas en patera no están contagiados de coronavirus. “Ese no es el origen de los rebrotes”.

Auge y caída del hotel

Martínez Cascales cuenta que a mediados de los 90 se empezó a impulsar el turismo rural del Noroeste de la Región y se pensó en el Cenajo para convertirlo en hotel, “hasta entonces la CHS lo empleaba como vivienda para los vigilantes”. Entonces lo cedió a Noratur, sociedad mixta de desarrollo del turismo, “pero a pesar de que las instalaciones eran buenas y tenían mucho gusto, terminó desmoronándose y decayendo; se acabó convirtiendo en un hotel para las elites, de fin de semana”. Después lo tomó Barceló, un par de años, el grupo Commodius y unos valencianos, Horesme. Llegó a ser hasta una clínica para enfermos mentales y con adicciones.

En sus mejores tiempos la plantilla del hotel llegó a estar formada por una veintena de trabajadores, de familias de Moratalla, que en verano llegaba hasta los 30 empleados. “Hubo momentos en que sí funcionó bien, el 90% de los turistas eran extranjeros, sobre todo ingleses”, recuerda Jerónimo Martínez, que se encargó de la seguridad de las instalaciones durante una década. En octubre de 2019 cerró definitivamente.

Diez meses después la empresa concesionaria firmó un contrato con la Consejería de Salud murciana, responsable de gestionar las cuarentenas. Pero esta vez los “clientes” del hotel no llegan con sus maletas dispuestos a pasar unos días de desconexión y relax. “Hacemos mucha pedagogía con ellos, cuando les subimos en el puerto a los autobuses les vamos explicando a dónde van, y una vez allí volvemos a ponerlos en contexto”, cuenta al otro lado del teléfono Mari Carmen Ortuño, directora del área de Inmigrantes de Cruz roja en la Región de Murcia. Desde el 1 de agosto han pasado por el Cenajo poco más de mil personas en cuarentena.

“No es para nada un hotel de lujo, lo sería en sus buenos tiempos; a nosotros lo que nos importa es que sí que cumple con las normativas de sanidad y es un lugar digno”, argumenta Ortuño, que reconoce que por su orografía sí que es un enclave “muy frío” en invierno “y aunque todavía no hemos encendido las calefacciones, tendremos que hacerlo pronto y esperamos que funcionen correctamente”.

La responsable de Inmigración de Cruz Roja lamenta que –por la crisis sanitaria– su equipo no puede organizar ninguna práctica de ocio que implique el uso de materiales. “No podemos usar cartas, damas, parchís ni ningún otro juego así; salvo a los niños que sí que les damos algún juguete o colores para pintar”. Cruz Roja se encarga de cubrir sus necesidades: “Ropa, la comida del día, medicamentos si se requieren y les ayudamos a restablecer el contacto con sus familias”. Y se encargan de algo “muy importante para mantener el equilibrio y que no haya problemas”. Les compran tabaco con su dinero, “porque si no se ponen muy nerviosos y fue el foco de algún disturbio al principio”. Otro de los problemas es la cobertura. En los primeros momentos no había nada, “y ahora hay algo de red pero muy insuficiente, hay muchos problemas de comunicación; han instalado también una línea fija”.

Ortuño cuenta con un equipo de unas 15 personas en el Cenajo, pero suele trabajar a diario un grupo de cinco. “El número de migrantes varía mucho, pueden ser 10 o hasta 284 personas”, que se organizan en habitaciones de entre 4 y 6 personas en la zona del albergue (con baño propio) y de entre 2 y 4 en la zona del hotel. “No se mezclan por sexos, salvo en el caso de las familias”.

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