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Sobre este blog

Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.

Nacer

El hospital Sant Pau de Barcelona promueve los partos en casa

Javier Lorente Doria

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Para cualquier persona, los dos momentos más importantes de su vida son nacer y morirse. Desgraciadamente, solemos tener poco que decidir tanto en uno como en otro momento. Salvo en los casos de muerte violenta (asesinatos, accidentes o suicidios), a la inmensa mayoría la de la guadaña le pilla en un hospital y habitualmente tan cansados y doloridos que son pocas las cosas que se pueden prever, por lo que es el entorno más cercano quien toma el papel decisorio.

En el caso del nacimiento, en el llamado Primer Mundo es extraño quien lo hace fuera de un centro sanitario. Aumenta poco a poco el número de alumbramientos en casa, como les ocurrió a nuestros abuelos y abuelas, pero para hacerlo hoy es necesaria atención privada que asegure el éxito. La sanidad pública no contempla el parto a domicilio.

Me ha tocado asistir en primera línea a la muerte en hospitales de personas muy cercanas y comprobar la extraordinaria calidad humana de quienes trabajan en esos servicios. Calidez tanto con la persona que agoniza, como con quienes estamos acompañando, que no está reñida con la claridad a la hora de decir la palabra muerte cuando ésta se va acercando. Cuando el estado de salud se complica de manera muy grave, el personal sanitario es especialmente exquisito para tratar de ser casi invisible, hablar en tono suave y evitar la mínima distorsión al paciente y acompañantes. Entran en la habitación para lo imprescindible y si tienen que cambiar un suero o hacer una cura lo hacen con una linterna para evitar que la deslumbrante iluminación hospitalaria rompa el ambiente de recogimiento. Te dan un abrazo cuando llega el momento y permiten que te despidas con toda la tranquilidad que puedas tener en una ocasión como esa.

El pasado 10 de diciembre me tocó vivir un nacimiento por primera vez. Fue el de Izar, mi primer hijo. Al igual que en la vivencia de la muerte, la de la llegada a la vida tampoco sale nunca como te la imaginas. Sin embargo, quizás porque no existe el tabú para hablar de ella como sí ocurre con el final de la vida, los progenitores solemos planificar y hablar mucho de cómo queremos que sea la llegada de nuestros bebés. El propio Servicio Navarro de Salud te propone que rellenes un plan de parto, con el detalle que tú quieras dentro de las posibilidades que da un servicio público. En el caso de Raquel, mi mujer, sin embargo, las circunstancias sobrevenidas hicieron que ese guión variara por completo en una película de casi dos días de duración que se desarrolló en su mayoría en una sala de dilatación. Se trata de una habitación con ambiente recogido, luz tenue e intimidad compaginada con la vigilancia de las constantes. Durante 12 horas nos atendieron allí dos matronas, Rocío y Teresa. Se presentaron a las 8 de la mañana, nos preguntaron el por qué del nombre de nuestro hijo y cogieron de la mano a la madre para aliviar el dolor de las contracciones. Cuando llegó el momento de sugerir el uso de la epidural, que no estaba en nuestro plan, lo hicieron alabando el coraje de aguantar 7 horas de contracciones, pero advirtiendo de que aquello iba para muy largo. Se emocionaron con nosotros en los lentos avances y salieron del turno prometiendo pasar por la planta a conocer a Izar, algo que cumplieron.

El proceso siguió bien entrada la madrugada, bien atendidos por María, la matrona del turno de noche hasta que, al llegar a la dilatación completa después de casi 24 horas, apareció en la habitación un grupo numeroso de sanitarias sin identificarse y nos dijo que recogiéramos todo porque pasábamos al paritorio. En pocos segundos nos vimos en un lugar similar a un quirófano, con Raquel tumbada y con las piernas hacia arriba (también descartado en el plan), mucha luz y gente desconocida que no nos miraba y actuaba de manera mecánica. La que parecía la ginecóloga en jefe, una chica de gafas de la que no sé el nombre, nos anunció, tras un primer empuje, que iban a usar una ventosa. Y, tijera en mano, avanzó que iba a cortar porque “es mejor un corte controlado que un desgarro sin control”. Sí, la episiotomía tampoco estaba en El Plan. Con parto provocado, epidural, ventosa, pujos en apnea, patas arriba, perineo cortado y el resto de giros que no estaban en El Plan pero la realidad hizo inevitables, a las 5.15 de la mañana Izar asomó la cabeza a este mundo y se tumbó rendido sobre su madre. En El Plan también estaba que ese momento de contacto piel con piel entre Raquel e Izar durase dos horas, pero duró lo que tardaron en coser el “corte controlado”, unos 15 minutos, porque tenía que pasar otro parto. Y lejos de la intimidad planeada de un momento tan clave en su pequeña vida, Izar se tocó con su madre con una luz cegadora cayendo del techo y el colectivo de personas sin identificar circulando por allá como si fuera una estación de metro. María, quizás viendo nuestras caras, me ofreció cortar el cordón umbilical, un símbolo de la unión entre Raquel e Izar durante los 9 meses de embarazo que cerraba su padre.

Afortunadamente a nadie le azuzan para que se despida pronto de una persona fallecida porque hay que ocupar la habitación con otro moribundo. Un sistema que trata la vida y la muerte no se mide sólo por su calidad en números y recursos sino también por su calidez. Los nombres de Rocío, Teresa y María estarán siempre en los relatos que haremos a Izar del día que nació. El de la médico de gafas y el resto de pasajeros del vagón de metro lo olvidaremos por esa curiosa capacidad humana de arrinconar lo malo en el recuerdo. Y El Plan, ya sabemos, es un guión. Sus giros son técnicamente irreprochables, pero son menos duros si quien interpreta el papel añade humanidad al conocimiento técnico.

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