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La sequía muestra a los agricultores el impacto del cambio climático: “No puedo arriesgarme a sembrar maíz y no regarlo”

Pedro Mozaz en sus fincas.

Rodrigo Saiz / Raúl Rejón

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“Ya en abril sabía que muy probablemente no tenga agua para regar mis cultivos al final de la campaña”. David Navarro es agricultor en Tudela y está pensando en lo que le espera en setiembre y octubre. Ha visto todos sus cultivos de secano echarse a perder y ahora ve peligrar también los de regadío: los embalses no se llenan por la falta de lluvias y se prevén restricciones.

Su caso no es único en Navarra, donde muchos agricultores deciden, como solución última frente a la sequía, sustituir cultivos como el maíz o la verdura por otros que requieren un menor consumo de agua: trigo, cebada, girasol. Aun así, en muchas zonas de la comunidad foral la falta de agua es tal que ni siquiera está garantizado que lleguen a cosechar.

Los expertos señalan que este escenario extremo de 2023 refleja una realidad ante la que, indefectiblemente, habrá que reaccionar con cambios no puntuales sino a medio y largo plazo. Las sequías más agudas y recurrentes y la subida global de temperaturas –que evapora más agua– son impactos comprobados de la crisis climática en España. Así que la adaptación a estas circunstancias también apela a los tipos de cultivos que se producen. “Transitar hacia plantas menos demandantes de agua es una necesidad evidente”, sostiene el catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla, Leandro del Moral.

Del Moral es taxativo: “Ese cambio será inexorable e inevitable” ante los menores recursos hídricos disponibles en un contexto de cambio climático. “Se trata de una medida menos agresiva que retirar regadío sin más”, explica. “Hay un consenso sobre la necesidad de que haya menos riego, pero si cambias los tipos de plantas hacia otras que demanden menos, consigues acciones menos traumáticas, más suaves”, insiste.

Hay un consenso sobre la necesidad de que haya menos riego, pero si cambias los tipos de plantas hacia otras que demanden menos, consigues acciones menos traumáticas, más suaves

Leandro del Moral Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla

La alerta por escasez –los recursos no son suficientes para atender la alta demanda– se ha instalado en muchas zonas de la península: Catalunya, la cuenca del Guadalquivir o la del Guadiana destacan en este ránking negativo. El primer sector que percibe las restricciones (también es el que mayor consumo genera) es el riego agrícola, porque así lo establece la Ley de Aguas española. En Navarra la situación es especialmente complicada en la zona media y sur de la comunidad, donde se concentra la mayoría de parcelas de cultivo.

La semana pasada, el Gobierno foral trasladó a las principales asociaciones del sector primario navarro que únicamente está garantizado el riego para toda la campaña en 30.000 de las 130.000 hectáreas de regadío, aquellas que dependen del embalse de Itoiz. Este pantano es el que tiene mayor cantidad de agua y se encuentra al 69% de su capacidad, casi 20 puntos por debajo del nivel al que estaba en estas mismas fechas en 2022.

“El año pasado ya no pude poner en muchas parcelas el segundo cultivo, el que suelo plantar en julio con brócoli u otras verduras, y este año he tenido que renunciar a parte del maíz”, cuenta Pedro Mozaz, agricultor de Caparroso, que para este año ha cambiado la mitad de su cultivo habitual de maíz por trigo y cebada. “El margen de beneficio es menor, pero no me puedo arriesgar a sembrar todo de maíz y luego no poder regarlo”, añade.

Las restricciones no son exclusivas de Navarra. En la cuenca del Guadalquivir, las limitaciones para regadío pueden rondar el 90% respecto a un año ordinario si las lluvias siguen sin caer. En el Guadiana, en la zona occidental, disponen en principio de un 77% del agua que usan habitualmente para la campaña. En la demarcación andaluza del Tinto-Odiel-Piedras se han decretado por primera vez restricciones de un 25% en el agua de riego. El cambio climático no deja a nadie fuera de su alcance. Tampoco a ningún agricultor.

Peor que los regantes dependientes de Itoiz están los del embalse de Yesa –del que también se abastece gran parte de Aragón–, que se encuentra al 56% de su capacidad (30 puntos por debajo del año pasado), y el del Ebro, tan solo a un 40% y 34 puntos por debajo del nivel del año pasado. Las parcelas que dependen de estos embalses no tienen garantizado el riego para toda la campaña, lo que ha obligado incluso a algunos agricultores a dejar terrenos en barbecho, sin cultivar, y esperar a que las previsiones de agua mejoren en el futuro.

Remplazar el maíz por trigo y cebada le supondrá a Pedro Mozaz tener un margen de beneficio entre un 30% y 40% inferior al de otros años, según sus cálculos, pero es la única forma con la que espera poder salvar la cosecha. “Con situaciones así nos tenemos que anticipar a varios meses vista, dentro de poco ya tendré que planificar si siembro a final de año trigo y vuelvo a poner menos maíz en abril del año que viene”, apostilla.

El catedrático Del Moral habla desde el sur peninsular, donde la escasez acucia con las reservas en torno al 25% y cuenta que si la “transición” de cultivos supone el futuro más o menos cercano, “lo que está ocurriendo en muchos sitios es que, actualmente, en lugar de frenar la intensificación –cultivos en regadío con altos insumos de fertilizantes– se está acelerando al llevar al sistema de regadío cultivos que se estaban haciendo en secano como olivares, vides o almendros”.

Se refiere, por ejemplo, a las 300.000 hectáreas de olivar en regadío instaladas en Andalucía. “Eso, en la parte más árida del país, es una auténtica desadaptación al cambio climático”. Pero la misma superficie de olivar pasa de dar unos 2.500 kilogramos en secano a 8.000 o 10.000 con el riego.

La incertidumbre

“Vivimos en una situación de total incertidumbre, no sabemos de cuánta agua vamos a disponer ni durante cuántos meses”, se resigna David Navarro. En su zona están peor, ya que está abastecida de agua principalmente por el embalse del Ebro, en Reinosa (Cantabria).

Navarro ha optado por reducir su cultivo de maíz –con una alta necesidad de agua– al 40% y sembrar en su lugar trigo y girasol. “El girasol en esta zona es un cultivo minoritario y no se adapta bien, no tiene toda la productividad que podría tener en otro sitio, pero he tratado de hacer las previsiones lo mejor que he podido”, asegura.

Es la solución “menos mala” a la que se han agarrado muchos agricultores de la zona media y sur de la comunidad foral para poder llegar a final de campaña, pero no todos han podido hacerlo por tratarse de “cultivos minoritarios” que requieren de un mayor cuidado y que en muchas ocasiones precisan de una maquinaría específica, por lo que algunos han optado por dejar parcelas sin sembrar. “En estos casos nunca hay soluciones mágicas que te resuelvan el problema”, se resigna Navarro.

Casi el 80% de los cultivos de regadío está sujeto a las lluvias que puedan llegar en los próximos meses y que ayuden a aumentar el nivel de los embalses. Tan solo cuentan con garantía de riego aquellas parcelas a las que el agua les llega por el Canal de Navarra, que lleva el agua desde el embalse de Itoiz. Aquellas que dependen del Canal de Bardenas, que lleva el agua desde Yesa, y de los canales que transportan el agua del Ebro volverán a tener, al igual que el año pasado, restricciones de riego, que en esta ocasión se prevén más severas.

“Nos encontramos con que venimos de una campaña de secano muy mala porque no ha llovido y al mismo tiempo con que la de regadío puede tener muchos problemas porque no hay garantía de tener agua. Es la tormenta perfecta, una tormenta sin agua”, concluye David Navarro.

Convertir a las plantas en resistentes

Que la crisis climática acecha a la agricultura es un hecho. Tanto como para que equipos de investigación del CSIC hayan patentado un mecanismo para activar la resistencia a la sequía de las plantas sin perder productividad. “La idea es que sea una herramienta para adaptar la agricultura a un contexto de cambio climático que implica sequías más recurrentes, es decir, falta de agua”, explica una de las científicas implicadas en el trabajo, Lourdes Infantes, del Instituto Química Física Blas Cabrera.

Se trata por un lado de la generación de moléculas que activan los mecanismos de la planta para soportar sequía y, además, conseguir una modificación genética en un receptor de las plantas para impulsar la resistencia. Esa segunda parte se topa con la dificultad de que, en la Unión Europea, la legislación no permite cultivar este tipo de plantas modificadas –aunque sí importarlas–.

Se trata de un encaje perfecto: la molécula y la modificación. La planta resiste muchos días de sequía y luego se recupera muy bien cuando puede volver a regarse. Así aguanta hasta que pasa el periodo de sequía y no se pierde producción

Lourdes Infantes investigadora del CSIC

“Es increíble la resistencia que consigue esta combinación. Se trata de un encaje perfecto: la molécula y la modificación. La planta resiste muchos días de sequía y luego se recupera muy bien cuando puede volver a regarse. Así aguanta hasta que pasa el periodo de sequía y no se pierde producción”, explica Infantes. Se ha observado en cultivos como el tomate o el trigo.

El compuesto que se les aplica exteriormente a las plantas “las vuelve resistentes”, cuenta la investigadora. Hace, en definitiva, que se active un mecanismo por el que la planta cierra sus estomas –los poros vegetales por donde se toma el CO2 y se produce la transpiración–. “Por cada molécula de CO2 que toma la planta, libera 100 de agua. Si se reduce esa relación CO2-agua, hace que la planta ahorre esa agua y, además, no deba tomar tanta por la raíz con lo que el suelo permanece húmedo más tiempo”, describe Infantes. “También funciona sin la modificación, pero con la unión de ambas cosas la mejora es tremenda”, remata.

“Nuestro objetivo es mejorar la resistencia de las plantas a la sequía e incluso, en casos extremos, permitir su supervivencia hasta que se restaure el riego”, describía al presentar el mecanismo uno de los investigadores del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia, Pedro Luis Rodríguez.

“Ni le han salido las vainas”

Mientras, el sector primario en Navarra llega a la campaña de regadío arrastrando las pérdidas del secano, del que muy pocos agricultores podrán cosechar algo. Desde las asociaciones de agricultores dan ya por perdida toda la cosecha de cereal de la mitad sur de Navarra y alertan de que empiezan a estar también afectados los cultivos de la Cuenca de Pamplona, donde el agua también ha escaseado.

“Estamos hablando de que la gran mayoría de nosotros perderemos el 100% de lo que sembramos a comienzos de año”, lamenta Pedro mientras observa una de sus parcelas de guisantes. “Ni le ha salido la vaina, por estas fechas todo tendría que estar verde y sólo se ve tierra”. Tampoco podrá cosechar el trigo que tiene sembrado a 10 kilómetros al sur de Caparroso, en las Bardenas. “Si quieres vienes dentro de un mes y lo miras, pero estuve el otro día y no tenía ni grano”.

En años anteriores un mes de abril con lluvias logró salvar in extremis las cosechas de secano, pero este año abril ha sido igual de seco que los meses anteriores y los agricultores echan cuentas. “Tan solo en gastos fijos son entre 700 y 900 euros por hectárea”, cuenta este agricultor que tiene cultivadas unas 60 hectáreas de secano.

“Será muy complicado que pueda cosechar algo de lo que tengo de secano”, apunta David Navarro, algo que “por desgracia” en Tudela no es tan atípico. “Aquí llueve mucho menos que en el resto de Navarra y estamos más acostumbrados a perder parte de los cultivos de secano, pero esta falta de lluvia unida a un nivel tan bajo de los embalses no me había sucedido antes”.

Ante esta situación, desde el sector primario reclaman una “flexibilización” de los requisitos para el cobro de las ayudas de la PAC. “No podemos cumplir con la rotación de cultivo que se nos exige porque supondría sembrar productos que sabemos ya de antemano que no vamos a poder cosechar por la sequía”, explica Pedro Mozaz.

Desde el Ejecutivo foral les han trasladado además que se está trabajando para que los agricultores puedan reutilizar los cultivos de secano perdidos por la falta de agua para alimentar al ganado y para flexibilizar los requisitos de la PAC posibilitando pastoreo en barbechos o reduciendo el periodo de pastoreo mínimo de 120 días a 60 días. A este respecto, representantes del sector también reclaman reducciones en materia fiscal ante el escaso rendimiento de los cultivos de este año.

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