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Videojuegos en casa: por qué es mejor jugar en familia que prohibirlos

Un chico jugando a videojuegos en su habitación

Lucía M. Quiroga

  • Existen algunas herramientas útiles para acercarnos a los videojuegos: el código PEGI, por ejemplo, indica que juegos populares como el Minecraft no están indicados para menores de 7 años, o el Fortnite, para menores de 12

“Los videojuegos pueden causar adicción, ansiedad y obesidad”. “Mi hijo adolescente está todo el día pegado a una pantalla”. “Los niños pueden desarrollar conductas violentas, si juegan a determinados juegos”. Son afirmaciones que hemos escuchado hasta la saciedad referidas a los videojuegos. Cuando nuestros hijos e hijas llegan a una determinada edad, especialmente a partir de la adolescencia, pueden llegar a convertirse en una preocupación. Pero, ¿realmente los videojuegos son malos por sí mismos? ¿Merecen la fama que tienen?

“El rechazo a los videojuegos, que no es nuevo, tiene que ver con el miedo a lo desconocido: al acercarnos a ellos, tenemos una serie de prejuicios y miedos que nos alejan de la realidad. Este proceso ya lo han vivido otras tecnologías que en su momento se convirtieron en novedad, como la televisión o el teléfono”, explica Daniel Aranda, profesor de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) e investigador del grupo GAME-UOC. Este grupo acaba de editar un decálogo donde, partiendo de una concepción positiva, aportan una serie de pautas para hacer un buen uso de los videojuegos en casa.

Ese decálogo, que se puede consultar online en este enlace, se basa en un enfoque familiar del tema: “Lo primero que hay que hacer es que el videojuego pertenezca al ámbito familiar. Tenemos que jugar con nuestros hijos e hijas, ya que, además, ahí podemos establecer lazos interesantes: son los niños quienes saben jugar, y por lo tanto, enseñan a los adultos”, continúa Aranda. En cuanto a pautas concretas, varían según la edad y tienen que adaptarse a los valores de la familia: “No hay un baremo de horas correcto: cada familia debe decidir el tiempo que considere que se le puede dedicar; siempre tiene que haber la supervisión de un adulto, pero irá evolucionando según el nivel de madurez del menor, y el juego debe empezar en un lugar social de la casa hasta pasar a un espacio privado, como la habitación del niño o adolescente”, resume. Desde GAME alertan de dos cosas: vigilar los juegos con apuestas y las compras en línea, así como consultar el código PEGI.

El código PEGI es una normativa europea que clasifica los videojuegos por edad e indica si un título en concreto es apropiado, según los años que tenga el menor. Es una buena herramienta para que padres, madres o educadores sepan elegir. A través de un sistema de etiquetas, establece grupos de edad en función de descriptores de contenido: si contienen violencia, lenguaje inapropiado, discriminación, drogas, miedo, apuestas o sexo. Por ejemplo, Minecraft, uno de los videojuegos más populares actualmente, no está recomendado para menores de 7 años, al contener escenas de violencia y de miedo. En el caso del Fortnite, otro de los más exitosos, habría que esperar hasta que el niño cumpla los 12 años por su nivel de violencia explícita.

Otra herramienta útil es la Guía de Mediación Parental, editada por el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE). Cristina Gutiérrez, técnica de ciberseguridad de este organismo público, lo explica así: “Esta guía pretende ser un apoyo básico para que padres y madres puedan aplicar estrategias de acompañamiento, supervisión y mediación para el uso en familia de los videojuegos, adaptándose según el menor crece”. También en su caso, parten de un acercamiento positivo a las pantallas: “El videojuego puede ser más que un modo de entretenimiento, no solo para el menor, sino para toda la familia. Por ello, desde el momento de la compra, el adulto debe liderar este proceso y adaptar el juego a la edad y madurez del menor, apoyándonos en el código PEGI”, señala Cristina.

Tanto la Organización Mundial de la Salud como la Asociación Española de Pediatría desaconsejan el uso de videojuegos y pantallas en niños pequeños. En el caso de la OMS, recomiendan “cero pantallas hasta los dos años, y después, cuanto menos, mejor”. Y la AEPD relaciona el uso de videojuegos con riesgos como la obesidad, la agresividad y la adicción. Para Daniel Aranda, este enfoque está obsoleto: “No tiene mucho sentido, ya que el futuro de estos niños y niñas es ser un adulto del siglo XXI y trabajar e interactuar con pantallas”, señala.

Para Eurídice Cabañes, filósofa especializada en tecnología y videojuegos, la recomendación de la OMS sí puede servir de orientación: “De los 0 a los 2 efectivamente no tiene mucho sentido poner a un bebé frente a una pantalla. Después... bueno, siempre depende de lo que haya del otro lado de esa pantalla”, señala. También ella coincide en la importancia de integrar los videojuegos en la vida familiar: “Como padres, lo más importante es conocer los videojuegos a los que juegan nuestros hijos y jugar con ellos desde pequeños. Así podemos llevar a cabo prácticas de juego crítico, plantearles preguntas o debatir con ellos sobre temáticas que abordan los videojuegos, enseñándoles a comprender los mensajes que reciben”, explica. Para ella “no hay un libro de recetas, cada niño es un mundo”. Sin embargo, sí hay manera de acercarse positivamente a los videojuegos: “Los padres los conocen bien, cada uno tiene un nivel de desarrollo diferente. Si juegan antes a los juegos que sus hijos les piden, pueden entender si son aptos para ellos, si los van a entender y si pueden jugar juntos”.

Desde la Asociación Pantallas Amigas apuntan un concepto interesante: la “parentalidad digital positiva”. “Se trata de gestionar de forma positiva la crianza digital de nuestros hijos e hijas. Es ayudar, es tratar de comprender, compartir, aprender, interesarse, estimular… y también poner límites, cómo no. Es un estilo más parecido al liderazgo que al mando”, explica Jorge Flores, director de la asociación.

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