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Las donantes de óvulos se quejan de falta de cuidados frente a los cambios físicos y psicológicos del proceso

Foto de archivo de una consulta ginecológica. EFE

Berta Gómez

“¡Hola! Una de nuestras donantes tuvo una sorpresa muy especial en una de sus visitas. ¿Quieres saber más?”. 

Irene (todos los nombres de donantes serán ficticios) tiene ahora 26 años y hace dos que donó óvulos, pero aún sigue recibiendo mensajes de la clínica animándola a volver. En esta ocasión le llega a través de Whatsapp junto con un vídeo en el que un famoso cantante de pop español aparece, sin previo aviso, en la consulta de una chica. Como ella es su fan, le hace una ilusión tremenda. El mensaje termina una despedida emotiva: “Agradecemos una vez más tu generosidad. Donar es amar”. 

Es algo habitual, las clínicas de reproducción basan su marketing –tanto para captar donantes de óvulos, como para que repitan las que ya lo hicieron– en resaltar que se trata de un acto de amor desinteresado con el que ayudar a otra mujer a ser madre –“un gesto tuyo puede cambiar la vida de otra persona,” reza la clínica Barcelona IVF–. Esto, sin embargo, contrasta con la opinión generalizada entre las donantes: nadie se sometería a un proceso como este si no fuera por el dinero que te dan al finalizar: entre 600 y 1.000 euros.

Entre ellas hay mujeres como Carolina, que donó óvulos cuando tenía 18 años por una simple razón: era estudiante, no tenía dinero y le pareció una forma fácil de ganarlo. O Nerea, donante con 23: “En ese momento estaba sin trabajar y lo que me animó a hacerlo fue el dinero fácil; me salían muchísimas publicaciones en redes sociales, sobre todo en Instagram, donde se anunciaba que sería un proceso sencillo y poco molesto, y también que sería un buen gesto que ayudaría a otra mujer”. 

Además de potenciar el carácter altruista del proceso –las referencias al tema económico únicamente se hacen a través del término “recompensa”– también hay mensajes que combinan una estética juvenil con la idea de empoderamiento femenino. En la web de Eudona, por ejemplo, nos recibe una mujer con los brazos en alto, y a su lado leemos: “nunca hubo un mejor momento para ser mujer”. A continuación aparecen tres chicas de fiesta, “únete a la revolución del...”; y en el slide final un hashtag: #YoDonoPorque, junto a un botón rosa en el que leemos la palabra donar con mayúsculas.

Flavia Rodríguez, directora médica de este centro, explica que lo que pretenden es “reflejar el perfil actual” de las mujeres que donan óvulos, mientras que la información médica detallada se ofrece de forma presencial en la primera consulta.

Que estas fórmulas puedan bordear el purplewashing (estrategias de marketing que utilizan eslóganes feministas vaciándolos de su reivindicación original) es problemático cuando generan un sentimiento de vergüenza entre las donantes; e incluso después, también de culpa, cuando sus experiencias no se corresponden con el relato publicitario.

“Me acuerdo de que antes de empezar el proceso fui a una charla informativa que daba la clínica a las futuras donantes, pero más que informarnos sobre el proceso, no hacían más que repetirnos lo feliz que iba a ser otra persona gracias a nosotras, como si la felicidad de otras mujeres fuera nuestra responsabilidad”, explica Carolina, que vivió todo el proceso sola, y solo se lo contó a su madre la noche anterior a la punción porque tenía miedo de la anestesia general. “Ella se hartó de llorar”, recuerda.

Su experiencia tampoco mejoró al recibir el dinero: “Salí de la clínica, ingresé los 900 euros en el banco y me compré un bolso y una bufanda. En ese orden. Me acuerdo que los días posteriores a todo eso me sentía tan sucia que pasó a parecerme poquísimo dinero, no paraba de comerme la cabeza con que lo que había hecho era la versión light de los vientres de alquiler y, al estar en contra, sentía que me había fallado como mujer. De ahí viene la vergüenza”.

Cuando llegan a la clínica

Una vez pasado este primer filtro de captación, la ley actual de reproducción asistida obliga a que en la primera visita la clínica informe con claridad a las posibles donantes sobre las pruebas a las que tendrán que someterse previamente, las condiciones del proceso y los cambios físicos que experimentarán. Todo esto queda plasmado en un consentimiento por escrito que la donante deberá firmar.

Desde la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia valoran positivamente la rigurosidad de este proceso: “La información que se da las donantes es estricta, concreta y veraz. Los consentimientos dan información fehaciente del proceso y sus posibles riesgos o complicaciones. Todas las donantes aceptan consciente y libremente el proceso”, resume la doctora Corazón Hernández, secretaria de la SEGO.

Por lo general, las donantes también confirman que recibieron una información que se ajustó a los cambios que después vivieron. “El primer día estuvieron conmigo más de dos horas explicándome todo con detalle, y en cada visita me dijeron cuáles podrían ser las molestias más comunes. Además me ofrecieron un número de Whatsapp al que podía enviar mis dudas”, resume Tatiana, que donó por primera vez con 24 años y ya lo ha hecho en tres ocasiones más.

Por eso, los casos en que sus experiencias no fueron del todo positivas, esto no tuvo que ver tanto con la falta de explicaciones médicas, sino con la ausencia de un acompañamiento emocional y de un trato más cercano. “Las visitas que hacía a la clínica durante el proceso seguían una dinámica bastante estricta en la que apenas había margen para hablar sobre cómo me había sentido durante los días que habían pasado desde la última revisión”, explica Susana, que ha sido donante dos veces, la primera con 21 años y la segunda con 22. 

“En la mayoría de ocasiones solo veía al ginecólogo cuando estaba en la camilla desnuda de cintura para abajo y en cuanto terminaba de revisarme se iba y ya no le veía hasta la próxima revisión, por lo que no existía un espacio en el que al menos estuviera completamente vestida y relajada para hacer las preguntas que tenía. Cuando me vestía de nuevo las enfermeras me daban la medicación, me explicaban cómo tomarla, me daban cita y prácticamente me despedían en el momento”.

Mientras que la ley obliga a que las donantes pasen una encuesta para comprobar que no tienen ninguna patología mental previa, no contempla ninguna medida respecto a los aspectos psicológicos involucrados en el proceso de donación. Las clínicas no son ajenas a este problema y por eso en algunas, como es el caso del centro de reproducción asistida Juana Crespo en Valencia, cuentan con una psicóloga clínica que está con ellas en una segunda visita para hablar del procedimiento y cómo les afectará.

La doctora Paloma Baviera, responsable del programa de ovodonación, explica que tienen “una línea de teléfono de contacto directo con las donantes para que ellas puedan preguntar lo que quieran, antes y durante el proceso”. Admite que este procedimiento responde a que, a pesar de que siempre se da la misma medicación, los cuerpos responden de manera diferente, y también los estados de ánimos son muy variables. Se trataría de una atención que no forma parte de las obligaciones legales y que, de hecho, no es estandarizable.

“Llevo siete años trabajando con donantes y es verdad que no en todas las clínicas se trabaja igual y que el acompañamiento no es el mismo. Nosotras las mimamos mucho y eso hace que suelan repetir después de la primera vez. Yo misma peleo para que nunca se les considere pacientes de segunda, porque están haciendo una labor imprescindible para que funcione el otro lado de la clínica”, explica Baviera.

La experiencia de Sandra, que ya ha donado en cuatro ocasiones –la primera con 18 años– y volvería a hacerlo si tuviera una necesidad económica, podría servir como ejemplo desde el otro lado: “Me informaron de los riesgos que existían. Pero más que explicármelos de viva voz me dieron un dossier para que me lo leyera y firmara en casa y después respondieron todas mis preguntas”. Por eso afirma también que no tiene ninguna queja en este sentido: “fueron súper cercanos y me trataron con la máxima amabilidad y atención en todo momento”.

Después de donar

Una vez realizada la punción (método de extracción de óvulos), lo habitual es que se cite a la donante unos días después, cuando viene la siguiente regla, con el fin de comprobar que la estimulación ovárica no ha producido ningún daño y los ovarios han recuperado su tamaño. Sin embargo, estos cuidados se consideran un extra y no siempre se dan: la primera vez que Claudia donó óvulos tenía 21 años y se despertó después de la punción con mucho dolor en los ovarios, casi sin poder levantarse.

Pero como ese mismo día le dijeron todo había ido según lo previsto, donó óvulos una segunda vez cuando necesitó el dinero. “Tuve una experiencia muy mala, mucho peor que la primera, después de la punción perdí mucha sangre y tenía muchos dolores, no podía levantarme y en la misma clínica me tuvieron que hacer una endoscopia. Después de unas horas solo me dijeron que podría ser alérgica a la anestesia general, que mi cuerpo no la había aceptado y no paraba de moverme durante la punción, pero sin muchas más explicaciones”.

Y añade con resignación: “Lo peor es que les pedí una ficha médica para tener conciencia de todo lo que me había pasado y la clínica no quería dármela, no querían que comentase nada para que no hubiese problemas con las donantes que estaban en el proceso o aquellas que iban a empezar”.

Desde el centro IVI en Valencia, una de las clínicas con más experiencia en tratamientos de fertilidad en España, la doctora Pilar Alamá, responsable del programa de donación de óvulos, entiende que resolver ese tipo de complicaciones y explicarlas debe ser responsabilidad de la clínica. En este centro, además de hacer una llamada para ver que están bien a las 24 horas, y otra a los dos o tres meses, siempre atienden de forma gratuita las reclamaciones post donación que pueda haber por parte de las donantes. Asimismo, tienen en cuenta otro tema de especial preocupación para ellas como es la posibilidad de que existan efectos secundarios a largo plazo. “En IVI hicimos un estudio basado en el seguimiento de algunas de sus donantes, que confirma que el número repetido de donaciones, a priori, y a corto plazo, no repercute en la calidad de los ovocitos de las donantes”, cuenta Alamá. 

Es una información que también repiten desde la clínica Juana Crespo –“no hay ninguna evidencia de que debido al aumento de estrógenos se produzcan enfermedades, aunque somos conscientes de estas denuncias”– y desde la SEGO: “La estimulación ovárica con gonadotropinas de forma controlada es un proceso ampliamente estudiado en millones de mujeres, donantes o no, sometidas a Técnicas de Reproducción Asistida, en ningún caso se han podido observar riesgos a medio o largo plazo relacionados con ella”.

El estudio más amplio al que se remiten es uno que llevó a cabo mediante el seguimiento a mujeres que se han sometido a uno o dos ciclos de estimulación ovárica –el mismo tratamiento por el que pasa una donante pero hasta en seis ocasiones– para poder ser madres mediante fecundación in vitro, y que efectivamente, niega que a largo plazo existan evidencias que prueben la relación entre este tratamiento y la aparición de cáncer de colon o cáncer de mama. 

Pero si algunas donantes siguen teniendo dudas sobre los efectos secundarios es porque sus periodos no han vuelto a ser iguales, o incluso han tenido complicaciones más graves que otros especialistas han achacado a la donación. Entre ellas está Elena, donante con 18 años, que fue diagnosticada con ovarios poliquísticos y un ovario vago justo un año después de la donación: “Al preguntarle a la ginecóloga de la seguridad social si podía ser consecuencia de la donación, me dijo que, si bien no se ha establecido que la hiperestimulación cause este tipo de enfermedades, sí se cree que están relacionadas”. A pesar de que no recuerda haber leído nada de ovarios poliquísticos o perezosos en la información que le dieron en la clínica, –“y sé que no sufría de ninguna de estas patologías porque me hago revisiones habitualmente”– tampoco reclamó, porque no tenía pruebas de que donar óvulos fuera la causa. 

Para otras, no son las molestias o cambios físicos lo que les recuerda que donaron óvulos, sino un sentimiento de arrepentimiento. “A nivel personal, me he replanteado a menudo la moralidad de lo que hice y la verdad es que aún no he llegado a una conclusión clara. No me refiero al hecho de donar óvulos en sí –eso no me genera ningún debate, ya que fue una decisión que tomé libremente (aunque por dinero) – sino a contribuir, de alguna forma, a que solamente las personas que sí tienen el dinero suficiente para hacerlo puedan permitírselo”, explica María, cuya experiencia (con 21 años) no fue complicada, pero admite que le costaría mucho volver a donar. “El debate conmigo misma ha ido en esta dirección. Es la transacción de dinero y el negocio al que contribuimos lo que me genera dudas”. 

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