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En primera persona

Mi ex tiene nueva esposa y mi hijo adora a su nueva familia: de cómo pasé de la traición a la sororidad

Una pareja en una foto de recurso.

Raquel Marcos / @Rakelmarkos

-Papi se ha casado.

-¿Qué?

-Que papi se ha casado

-¿Qué?

-Que papi se ha casado, me han enseñado los anillos, ha sido en Nueva York porque M. vive allí, claro. Se han casado los dos solos. Qué buena noticia, ¿no?

-¿Qué?

-Que papi se ha casado, mami.

-Vale, no me cuentes más, te voy a dejar un rato con tu abuela que se me había olvidado que tenía que salir a correr urgentemente.

Corriendo ese día por el parque del Retiro de Madrid no pude evitar pensar que mi ex me había adelantado a traición y había cruzado antes esa meta llamada 'Rehacer tu vida', una expresión horrible que, sin embargo, refleja muy bien las dependencias y taras emocionales humanas. ¿Cómo era posible que se hubiera casado él, si yo era la normal, la guapa y la que tenía mejor trabajo de los dos?, pensé mientras trotaba entre los árboles. Tras recorrer 10 kilómetros, mandé un whatsapp: “Enhorabuena por la boda. ¿Por qué no me has dicho que te casabas? Espero que seáis muy felices. ¿Cuándo me ingresas la pensión?”.

Un mensaje mezquino, el mío. Por supuesto que en ese momento no esperaba que fueran muy felices. Aunque tengas una buena autoestima y entiendas racionalmente que tu pareja no funcionaba, vives la ruptura como un fracaso, un fracaso especialmente doloroso si tienes hijos en común. Nuestra relación había sido tormentosa, por darle un adjetivo amable: discusiones continuas y dos modos de ver la vida casi opuestos nos habían llevado a separarnos tras varios años de convivencia y un hijo. Dentro del dolor, sentí verdadero alivio cuando se marchó de casa y, desde entonces, he aprendido a estar sola, tomar decisiones sin consultar con nadie y a ser yo misma con mis alegrías y mis traumas. Mi vida con mi hijo me gusta y todo va bien. ¿Por qué entonces me sentí traicionada cuando me enteré de que mi ex se había casado? ¿Por qué de repente su vida me parecía mucho más ideal que la mía? ¿Por qué parecía que me habían quitado algo?

No es que no hubiera superado la ruptura: era razonablemente feliz y ni en mis momentos más oscuros echaba de menos a mi ex. Sin embargo, una especie de egocentrismo autodefensivo me había hecho creer que él no iba a encontrar a otra como yo. Al menos hasta que yo encontrara a otro mejor. Esta idea absurda provocó que me costara una temporada asimilar que el padre de mi criatura tenía una nueva esposa, que había pasado MI PÁGINA con toda tranquilidad y sin mirar atrás, y que era feliz. No solo amaba a otra persona, es que había tenido 'mi' boda perfecta, un calco de la de Carrie Bradshaw y Mr. Big en 'Sexo en Nueva York', una ceremonia civil e íntima en Manhattan protagonizada por dos personas que se querían.

Afortunadamente, tengo dos cosas que me han salvado en la vida: mi hijo y mi sentido práctico. Tras la idílica boda en la Gran Manzana, los flamantes novios se llevaron a todos sus hijos de vacaciones: el mío y los de ella. Ahí descubrí que M. (ella, LA OTRA, la segunda esposa) era una mujer maravillosa. Lo tenía todo, era buena, emprendendora, inteligente, divertida, se ocupaba de mi hijo con cariño y competencia. Tenía unos hijos estupendos y bien educados. Y lo que era aún más asombroso: mi ex parecía otro. Tranquilo, centrado, responsable, alegre. Tuve que aceptar que era mejor persona con ella que conmigo, ella le hacía mejor. Mi hijo adoraba a toda su nueva familia. ¿Qué tenía que hacer yo con esta nueva realidad? Relajarme y disfrutar.

Hace años se fundaron en EE.UU y Reino Unido los llamados Clubes de las Segundas Esposas, bajo el lema “Ser una segunda esposa no significa ser una esposa de segunda”. Según los clichés más machistas, las primeras esposas son unas brujas sacacuartos que se quedan con la casa y disfrutan haciendo la vida imposible a sus ex, chantajeándoles con los hijos (que disfrutan de mejor dentadura y colegios que los demás) mientras se gastan el dinero de la pensión en manicuras, masajes y shopping. En esta visión patriarcal en la que los hombres son el trofeo, la segunda esposa es, a su vez, la que ha dado el codazo a la primera y ha ocupado alegremente su lugar, mientras la primera se ocupa de los niños y no tiene tiempo ni ánimo ni para abrirse un Tinder.

Aun en la mejor época del feminismo, la relación entre las 'esposas políticas' (como las llaman en EE.UU) no es fácil y está llena de trampas. ¿Cómo se tratan dos personas que han compartido lo que cada una creía que era una intimidad única y para toda la vida?

La respuesta es sororidad. O lo ha sido en mi caso. He tenido la gran suerte de que mi esposa política es una maravilla. Es a ella a la que llamo cuando mi hijo está con ellos, la que se ocupa de que se lave los dientes, haga los deberes o vaya abrigado, la que sabe cómo le va en el colegio y cuáles son sus juegos favoritos. Mi objetivo es practicar con ella ese apoyo y cobertura entre mujeres de la que presumo como feminista. Creo que lo estoy consiguiendo porque mi hijo y yo nos vamos a pasar la Nochevieja a Nueva York, y ha sido ella la que ha sacado los billetes. Ojalá no se separen nunca. Ahora solo espero que la vida, el karma o lo que sea, me conceda a mí el premio que claramente merezco por ser tan razonable.

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