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Mi hijo adulto toma decisiones equivocadas: ¿debo intervenir?

Unos jóvenes utilizando su teléfono móvil.

David Noriega

Dejar un trabajo estable, comenzar con una pareja que no le conviene, perder de vista sus metas… Los padres y madres se encuentran a lo largo de la vida adulta de sus hijos con que estos toman decisiones que consideran erróneas. Ante estas situaciones, se plantea la duda de si los progenitores deben intervenir o si, por el contrario, han de mantenerse al margen. “Yo les digo: creo que esto por aquí no va bien”, indica Loli, una madre de dos mujeres de 28 y 30 años, “pero si ellas toman la decisión contraria, lo que tenemos que hacer es estar ahí siempre y no enfadarnos si no hacen las cosas como nosotros las haríamos”.

Para la directora del observatorio de familia The Family Watch, María José Olesti, la etapa adulta es una etapa más en la vida de los hijos. “Cuando esta llega”, explica, “ya se ha producido un proceso desde pequeños, en el que les hemos ido preparando para ese momento”. El momento en el que los hijos son autónomos, independientes y toman sus propias decisiones como adultos, supone un “shock” para los padres: “Tenemos que prepararnos para reconocerle a nuestro hijo ese crecimiento y pasar del apego a la autonomía y crear relaciones que, a veces, exigen escuchar más que hablar”, señala.

Antonio tiene cuatro hijas, de 25, 30, 31 y 32 años, y reconoce que “te cuesta un poco” verlas como mujeres adultas. “Cuando estás hablando con ellas de algún tema crudo, te cuesta un poco, porque las miro de frente y sigo pensando en mis niñas. Luego lo pienso y yo a su edad ya tenía tres hijas”. En su caso, explica que “cuando están tomando alguna decisión un poco complicada o extraña, entro y les doy mi opinión. En algunos casos, terminamos con un debate algo más fuerte de lo normal, pero tratando siempre de llegar a un acuerdo o a un camino que yo creo que ellas deben seguir o, al menos, hacérselo ver”. “¿Me hacen caso? A veces”, matiza.

“De adulto a adulto”

“Lo que tiene que pasar es que el hijo pregunte al padre. Una persona que te está dando un consejo sin que tú se lo pidas, te está criticando y se está posicionando por encima de ti”, señala la psicóloga Mónica Manrique. Por eso, en su opinión, “si lo que quieres es ayudar, tienes que ofrecer disponibilidad sin intervenir, porque a veces una ayuda no requerida, molesta”. “Yo hablo con ellas cuando me llaman, y los hijos siempre llaman cuando te necesitan”, se ríe Loli. Para ella, dar su opinión cuando considera que están tomando decisiones que las alejan de sus metas es “una obligación moral, igual que con un amigo”. No obstante, indica que ella lo hace siempre “de adulto a adulto” y no dentro de un contexto de protección madre-hija. “No es lo mismo que te dé un consejo un adulto, a que tu madre esté con miedo de todo lo que haces, llamando todos los días e intentando controlarte”, explica.

El catedrático de sociología de la Universidad Autónoma de Madrid especializado en temas de familia Gerardo Meil señala que la línea por la que han discurrido los cambios familiares se conoce como un proceso de individualización creciente de las relaciones sociales. Es lo que se traduce en los mantras tantas veces repetidos: “puedo hacer lo que quiera” o “no tienes derecho a meterte en mi vida”. Echando la vista atrás, y en un proceso de perspectiva histórica más amplia, esto “ha abierto un espacio de libertad para firmar los propios proyectos vitales de las personas”.

Así, explica que algunos de los cambios producidos en el último siglo han tenido que ver con esta corriente: que el divorcio pase a ser por mutuo acuerdo en lugar de por culpa; mayor libertad en la educación de los hijos; en la transmisión de valores; en la importancia de la religión; la legitimidad para defender las parejas o los matrimonios del mismo sexo; etc. “Consiste en establecer barreras frente al control social de la familia y el círculo más próximo, que ha permitido ganar autonomía individual y capacidad de decisión sobre cómo se materializan los proyectos de familia, de pareja y de los individuos”, explica.

El efecto Romeo y Julieta

Las relaciones sentimentales de los hijos pueden convertirse también en un foco de conflicto. “Yo me relaciono mucho con mis hijas y con sus novios”, dice Antonio. También con sus ex: “Los 'novietes' que han tenido todavía me ven por la calle y me saludan”. Por eso, “tengo esa manita para saber qué decirles. No soy solo el padre de tu novia, soy alguien que también tiene esa relación para aconsejarte”, dice. En ese sentido, solo recuerda una intervención en una relación de pareja de una de sus hijas. “Les dije: ustedes no sirven; usted por su camino y usted por el suyo”, explica.

Una situación que, para Manrique, hay que abordar con cautela ya que “se puede conseguir el efecto Romeo y Julieta: cuanta más gente se oponga, más me uno a la otra persona”. “La libertad de elección de pareja se consolida en el siglo XIX. Grandes novelas de la época, como Madame Bovary o Ana Karenina, cuentan el drama de los matrimonios de conveniencia frente al amor. Para los padres, intervenir en esa dinámica resulta muy difícil” y se hace más complejo, indica Meil, a medida que avanza la relación.

En cualquier caso, Olesti recomienda “estar un poco al margen y de perfil” en la vida de los hijos adultos. Incluso, “dejarles equivocarse, siempre y cuando no estén poniendo en peligro su vida o su propia integridad” porque “a lo mejor, de esa equivocación, salen más fortalecidos”. Algo en lo que coincide Manrique: “Los padres solemos cometer el error de enseñar responsabilidad quitándola” cuando “te tienes que manejar con las consecuencias naturales del mundo en el que vives”.

A veces, además, “aunque una decisión laboral o personal nos parezca equivocada, podemos llevarnos la sorpresa”, matiza Olesti. Loli pone un ejemplo: “Hace poco, mi hija pequeña se fue a otro país. Yo veía que se alejaba de sus metas profesionales y que esa decisión no la iba a ayudar mucho, pero quería irse y se fue. Estuvo seis meses trabajando en otras cosas, se relajó y volvió. Me decía que quería relajarse y, aunque en ese momento yo no lo vi, le ha sentado muy bien de manera personal”. Por eso, dice, “yo les digo y ellas deciden”.

Derecho a equivocarse

“Siempre somos padres y madres, a cualquier edad, y nuestro sueño es que a nuestros hijos les vaya bien en la vida”, señala el educador social de la Asociación Hestia, Graziano Pellegrino. Para él, aquí entra en juego “lo que nosotros no hemos alcanzado y que esas frustraciones, en él, sean superadas”. Pero siempre con un límite: “Estamos frente a un adulto, que puede tomar un rumbo diferente al que nosotros hubiéramos tomado”. Por eso, apuesta por “escuchar a los hijos, cuáles son sus deseos”. Manrique reconoce que “tus padres te pueden dar consejos sobre cosas que les hayan servido a ellos en el pasado pero, como cambia el mundo, igual a ti no te valen”. Además, afirma que “todos tenemos derecho a equivocarnos a nuestra manera”. Algo que señala también Meil –“socialmente se valora que toda generación tiene derecho a equivocarse”– y que reconocen los propios padres.

“Cuando son adultas ya toman decisiones más personales. En esos casos, solo (intervengo) cuando me piden el beneplácito, pero intento no influir en sus decisiones. Equivocarse, se tienen que equivocar ellas. Yo ya me equivoqué en mi momento”, dice Antonio. Loli coincide: “Nosotros también hemos cometido errores”.

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