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¿Por qué nos incomoda escuchar a nuestros padres cuando tienen relaciones sexuales?

Antonio y Mercedes Alcántara, en la cama.

David Noriega

Escuchar a los padres mantener relaciones sexuales, o incluso saber que las tienen, suele incomodar a los hijos. Google autocompleta la búsqueda 'escuchar padres' con 'escuchar a tus padres hacer el amor' y los resultados se reparten entre las entradas en las que se comenta lo desagradable que resulta y las que se pregunta cómo evitarlo. ¿El motivo? “Pensamos que nuestros padres son ángeles asexuados, que están por encima del bien y del mal”, según el vicepresidente de la Asociación Estatal de Profesionales de Sexología (AEPS), Mikel Resa.

Resa ha preguntado sobre este asunto en los cursos de la ESO en los que imparte clases, a cerca de medio centenar de chavales de entre 13 y 16 años. “Me he quedado impresionado, porque no reconocen que sus padres, además de padres, son pareja. Según avanza el debate, se dan cuenta de que son personas que pueden mantener relaciones sexuales”, explica, aunque señala que “muchos planteaban que si los escuchasen sería una situación violenta”. “Que nos escandalice, agobie o, incluso, nos genere repugnancia”, señala el vicepresidente de la Asociación de Especialistas en Sexología (AES), José Bustamante, “tiene que ver con una mala educación en salud sexual”. En su opinión, uno de los motivos es “el tabú que supone el sexo y la idea del sexo como algo sucio, vergonzante o negativo que debe esconderse”.

Sucede a todas las edades. “Con 8, 9 o 10 años, los niños consideran que frotar un pene contra una vagina es feo. Imaginarse a sus padres, de los que tienen una imagen inmaculada, haciendo algo sucio, les incomoda”, señala el director del Institut d’Estudis de la Sexualitat i la Parella, Pedro Font. “En la reuniones con padres y madres, lo que más les preocupa son la regla y los embarazos. Si lo que se habla en las casas, de forma soterrada, es de miedos y de problemas, ¿cómo voy a creer que mis padres van a tener relaciones placenteras?”, se pregunta Mikel Resa.

Modelo cultural de la sexualidad mal aprendido

En la adolescencia entran en juego otros factores, como la imagen estereotipada de lo que debe ser una relación sexual. “Al hecho del pudor general, se suma uno de los mitos de la sexualidad: considerar que solo las personas jóvenes la viven. Eso hace que pensar que nuestros padres lleven a cabo relaciones sexuales no solo nos genera pudor, sino que también choca con el modelo cultural de sexualidad que hemos mal aprendido”, apunta Bustamante. Coincide la directora del Instituto Soma, Ismene Camarero: “La moral de esta sociedad es que el deseo y la erótica tienen que tener una estética concreta, a una edad y con unas conductas relacionadas con la penetración”.

El miedo a excitarse también tiene que ver con esa incomodidad. “Imaginar a tus padres haciendo algo que a ti podría excitarte, puede generarte mal rollo”, argumenta Resa. “No es fácil ver o escuchar un encuentro erótico”, añade Camarero. Por eso, “en la adolescencia, aparte del significado que le estoy dando, es lo que a mi me toca esa experiencia. ¿Me excita? ¿Qué significa esa excitación? ¿Es algo horrible que no tiene que pasar? ¿Se queda ahí sin más? ¿Significa que les deseo? Que me excite con algo que veo o escucho puede tener mucho significado”, indica. Y ocurre también con hijos adultos. “En esos casos se une el significado que le des, tu excitación o no y tu propia experiencia, vivencia o idea de la relación sexual o erótica. Si tienes la idea de que una relación sexual es que un tío viene, te la mete y tienes que aguantar ahí, lo que piensas es ‘pobrecita mi madre’. Si tu idea es estar a gusto, compartir los cuerpos y estar unidos, lo puedes trasladar a tus padres, que con 70 años tienen una vida erótica rica y comparten una intimidad maravillosa”, desarrolla.

Pero aclara que “la excitación no quiere decir que se desee eso que excita. Una excitación es una respuesta fisiológica y el deseo tiene que ver con una experiencia vital mucho más amplia. El deseo lleva a la excitación, pero la excitación no lleva al deseo”. Para Font, la incomodidad deriva también de lo que define como “un mecanismo de defensa”. “No te sientes cómodo cuando a tu alrededor, en tu familia, alguien puede ser eróticamente deseable”, señala. “No queremos ver a papá y a mamá desnudos, ni teniendo relaciones sexuales, ni hablando de sexo en la sobremesa, ni nada que se le parezca”, añade.

Pero tal vez escuchar a los padres manteniendo relaciones sexuales no siempre incomode. De hecho, Camarero se niega a darlo por hecho. “Se da por supuesto algo que no tiene porqué ser así. Lo que sabemos desde la sexología es que los relatos son muy amplios y variados. El mismo hecho puede ser muy agradable o muy desagradable, según la persona”, señala. “Está extendida la idea de que tiene que incomodar, pero eso no significa que esté extendida la vivencia. Así, la gente a la que le puede agradar sufre ante esa idea. Se genera la sensación de que tu forma de vivir esa experiencia es mala”, explica.

“Está más aceptada la violencia que el deseo”

En Memorias de una cantante alemana, un clásico de la narrativa erótica europea, atribuido en 1862 a la cantante Wilhelmine Schroeder-Devrient, esta narra la primera vez que contempló una relación sexual. Fueron sus padres, y se entremezclan sentimientos de admiración, curiosidad y deseo. “Jamás olvidaré ese espectáculo. Era lo más bello de cuanto hubiera podido desear”, llega a decir. “Me choca, por ejemplo, que a nivel de calle pueda incomodar hablar de las relaciones sexuales de los padres, pero que se traten fatal sea algo habitual. Cuando voy a dar clase a los chavales y les pregunto por parejas que conocen que se tratan mal o bien, conocen a más que se tratan mal. Está más aceptada la idea de la violencia que del deseo. Es casi como el mundo al revés”, se explaya Camarero.

Otros relatos apuntan en la dirección contraria a la Schroeder-Devrient. “Encontré a mis padres haciendo el amor al entrar en su habitación. Cerré rápido la puerta y me fui”, relata un joven que prefiere no revelar su nombre. “Estuve un mes sin poder mirarlos a la cara por la vergüenza”. En ese sentido, Bustamante llama a no confundir la intimidad, “que es positiva”, con la vergüenza. “Yo puedo no querer compartir mi esfera sexual con mis padres y respetar que ellos no lo hagan conmigo, pero cuando me incomoda y me violenta verlos como seres sexuales, ya no hablamos de intimidad, sino de vergüenza”, explica.

Respetar la intimidad de padres e hijos

“A los padres siempre les digo que la privacidad de los hijos es muy importante. No quiere decir que no entren en la habitación, pero sí que llamen a la puerta primero”, recomienda Resa. Se trata de dar espacios de intimidad y educar en el respeto y la convivencia. Porque también ocurre a la inversa: “¿Cuántos padres han entrado en la habitación de sus hijos y les han encontrado masturbándose? Luego están días esquivándose para no hablar del tema. Es curioso, porque si se hubieran planteado pequeñas normas de convivencia en la casa, se hubiera evitado”. En el caso de que la interrupción se produzca con niños pequeños,  Camarero recomienda que “los padres se aseguren de qué ha podido percibir el niño, porque puede entender que hay una pelea”.

Con los padres ocurre algo parecido: “Muchos te dicen que los hijos de otros sí tendrán relaciones, pero que los suyos no. Y los hijos te dicen que otros padres sí, pero los suyos no. Es como negar la evidencia”, señala Resa. “Los padres tendrán las relaciones sin que se enteren sus hijos. Buscas horarios, momentos… hay mil opciones. A veces los adultos se olvidan de que han sido jóvenes y no saben gestionar su erótica en la juventud, y los jóvenes no quieren imaginar a sus padres haciendo lo que están haciendo ellos mismos”, razona. “Todos jugamos a la ocultación”.

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