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Los museos también son para niños: ¿cómo acercamos el arte al público infantil?

Exposición de Olga de Dios en la Swinton Gallery, en Lavapiés, Madrid.

Lucía M. Quiroga

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El arte ha vivido tradicionalmente de espaldas al público infantil. En concreto los museos y salas de exposiciones han sido siempre, salvo contadas excepciones, lugares hostiles para niños y niñas. Sitios en los que no pueden moverse, tocar o elevar la voz, por ejemplo, o donde las obras de arte están colocadas a una altura inabarcable para sus pequeños cuerpos. 

Muchos espacios se limitan a organizar las tradicionales visitas escolares o actividades infantiles, como talleres de manualidades o visitas teatralizadas, que suelen estar programadas además de una manera estrictamente estructurada que puede no adaptarse a las necesidades del público infantil. Porque los niños y niñas se mueven, hablan alto, tocan, se enfadan o se ríen a carcajadas, tienen rabietas. Tienen conductas normales de su edad que pueden ser molestas para el personal o el resto de público de los museos. 

La comisaria y gestora cultural Semíramis González lo tiene claro: “El arte no está pensado para los niños y niñas, eso es así. Nos estamos olvidando de una parte de la población importantísima. Las exposiciones tienen que ser inclusivas, y esto abarca por supuesto el público infantil. Un ejemplo simple: cuando los niños van a los museos no ven las obras, no les llegan. Tenemos que cambiar la perspectiva: gestos tan simples como colocar los cuadros a su altura, por ejemplo, les acercarán a ellos y harían las exposiciones más inclusivas, pero no solo para niños y niñas, sino por ejemplo para una persona que va en silla de ruedas”, explica. 

Semíramis comisaría ahora mismo la exposición “Spray Cocktail Party”, una selección de cuadros de la ilustradora infantil Olga de Dios, autora de los populares cuentos infantiles El monstruo rosa, La rana de tres ojos o Leotolda. La muestra es un ejemplo de cómo abordar una propuesta teniendo en cuenta a niños y niñas: los cuadros están colocados a su altura, son vistosos y coloridos y además la visita incluye una visualización a oscuras, con linternas que hacen brillar los colores fluorescentes. Para Olga, la clave está en ofrecer a los niños contenidos de calidad, pero que sean atractivos también para el público adulto. “A mí me gusta mucho que los niños se sientan bienvenidos y que disfruten la experiencia, pero que esto sea así también para los adultos. Si a una mamá o a un papá le gusta algo, es más probable que eso se traslade también al niño”. Aunque comisaria y artista tienen claro este enfoque niñofriendly, no parece ser así para el personal de la galería, con varias malas experiencias de familias que han ido a visitarles y han salido descontentas por el trato recibido.

Esa es precisamente una de las claves de este tema: para cambiar el enfoque de los espacios, esto tiene que llegar a todos los niveles del personal. “De poco sirve que hagamos iniciativas concretas, como talleres o visitas guiadas, o como colgar los cuadros más bajos, si no repensamos a fondo cuál queremos que sea el papel de la infancia en las instituciones culturales y transmitimos ese nuevo enfoque a todo el personal de los museos”, explica María Acaso, experta en arte y educación y directora del área de educación del Reina Sofía.

Apunta un ejemplo de actividad de su museo donde se rechaza la visión adultocéntrica y se pone a los niños en el centro: “Hemos estado organizando la actividad Savia, con un enfoque lúdico, con acciones en salas y en el jardín que reconocen las necesidades y la capacidad intelectual de los niños y niñas, que la tienen”, explica Acaso. 

Instalaciones inclusivas

En la necesidad de cambiar de enfoque coincide Felicitas Sisinni, experta en educación y gestión cultural con experiencia en distintos espacios artísticos: “Para mí la clave es que las instalaciones sean inclusivas, que puedan acoger a todo tipo de gente: personas en silla de ruedas, niños y niñas, etc... Necesitamos una visión amplia e inclusiva, que los espacios sean universales, cómodos y amables para todo el mundo. Solo así podremos encontrarnos con un cruce de personas que comparten experiencias”. Su recomendación es la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, que organiza talleres para familias con niños pequeños: “Hace poco llevé a mi hija de dos años y me encantó, porque para un espacio expositivo es muy difícil incluir a niños tan pequeños. Empezando por el hecho de que es imposible que un niño de esa edad no toque las cosas. Por eso ellos, que hacen actividades muy pensadas y bien enfocadas, incluyen en la actividad materiales que se pueden tocar y libertad total de movimiento”, cuenta Sisinni.

Otro espacio abiertamente niñofriendly, y que además hace bandera de ello, es la Rede Museística de Lugo, que abarca seis museos. Al frente de esta red está Encarna Lago, gestora cultural y comisaria que procede además del ámbito educativo. Para ella, la perspectiva infantil debe estar presente desde el inicio de un proyecto. “La educación artística es fundamental para el desarrollo de las niñas y niños, más después de la pandemia. Cualquier institución pública tiene que estar preparada para eso, tanto en las programaciones como en la adaptación del espacio. A veces parece que las niñas y niños no sean personas, el arte está presentado para ser ajeno a ellos”, critica Lago. En la red que dirige han llevado a cabo diferentes iniciativas que, según ella, no deben limitarse a crear actividades ad hoc. “Frente al no corras o no toques de otros espacios, nosotros intentamos ser el museo del SÍ: le decimos a niños y niñas: disfruta, diviértete, eres bienvenido aquí”.

Una de las claves, para ella, pasa por repensar el papel de la institución: “El discurso de los museos ha sido tradicionalmente un monólogo heteropatriarcal, colonialista y neoliberal, donde no caben otras narrativas. Nosotros damos opción a los niños a incorporarse al discurso, a entender lo que pasa ahí. Y lo hacemos con cosas tan simples como utilizar tipografías sencillas en los carteles, que se lean bien, o hacer frases claras, evitando los subjuntivos, porque sabemos que la mayor parte de los niños no tienen capacidad de abstracción hasta los 14 años”, explica. 

En cuanto a los grandes espacios, muchos de ellos han tenido que suspender sus actividades infantiles debido a la crisis del coronavirus, pero su voluntad es retomarlas y hacerlas cada vez más presentes. En el Museo del Prado, por ejemplo, se han esforzado por recuperar “El Prado en verano”, un campamento urbano de una semana que el año pasado tuvo que suspenderse. “Hemos tenido que reducir aforo y duración pero creemos que es fundamental devolver a los niños y niñas ese espacio de disfrute. El Museo necesita verlos en salas y recuperar sus voces y sus risas”, explica Ana Moreno, Coordinadora General de Educación. Para ella, hay muchas razones para acercar el arte al público infantil: “Es lo que nos permite conocer el mundo y conocernos, nos ayuda a imaginar, a mirar, a ser y a sentir. Es fundamental aprender a mirar y hacer de los niños y niñas personas con capacidad crítica. Y me parece esencial que estas experiencias sean en un contexto de disfrute”, asegura. 

Marta Prado, técnica de educación del museo Guggenheim de Bilbao, reconoce que varias de las actividades habituales se suspendieron, pero ya están reactivadas. “Queremos que todos los niños y niñas se sientan a gusto y lo pasen en grande visitando el Museo, por eso tenemos distintas propuestas: visitas participativas a las exposiciones y actividades creativas relacionadas con las exposiciones y el edificio”, cuenta. Y destaca que el museo recibió hace años la certificación “Family friendly”: “Nos la dieron porque disponemos de servicios adaptados, cambia pañales, todo es accesible… incluso tenemos unas audioguías para niños que son muy divertidas”, cuenta Prado. 

Al final de lo que se trata es de movernos hacia un cambio de paradigma. Y en esto coinciden tanto María Acaso como Encarna Lago. Así lo explica Acaso: “Habría que hacer un cambio de perspectiva sobre cómo se está programando en las instituciones culturales, con la infancia pero también con otros públicos: personas con diversidad funcional, migrantes, gente de la tercera edad… Lo que se está haciendo es una inclusión excluyente: se desarrollan programas específicos para estos públicos, pero cuando llegan, la institución los rechaza. Por ejemplo, el público infantil molesta. Lo que quiere la institución es un público adulto que no grite, que no corra, que no moleste. Y esto hay que cambiarlo: si queremos una infancia distinta, crítica, empoderada, feminista… no podemos programar para niños solamente cuentacuentos y talleres de manualidades. Hay que hacer otra cosa”.

Para Lago, es fundamental lograrlo: “No nos damos cuenta, pero las instituciones más vivas son las que han tenido en cuenta a las niñas con otra mirada. La educación es alegría, es afecto, y eso es lo más revolucionario que hay. A través del arte estás dando a los niños y niñas la capacidad de ser críticos, les estás dando otra mirada del mundo”; concluye.

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