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Vago, desobediente o caprichoso: los prejuicios hacia niñas y niños con trastorno de atención e hiperactividad

Álex Espinosa disfrutando de la naturaleza con su hermana.

Rocío Niebla

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Cuando Mar Coloma entró en su casa, un fuerte olor a quemado le inundó la nariz. Madre de tres niños, sospechó que podía tener algo que ver su hijo Mayor, Álvaro. Le preguntó directamente porque “era un chico muy impulsivo, que no era capaz de medir” y, efectivamente, le contó que había quemado unos papeles en la papelera y que casi prende fuego a la habitación. La madre llevaba con “la mosca detrás de la oreja” un tiempo porque Álvaro hacia travesuras “de alto nivel”. Cuenta que un día, mientras se duchaba, abrió la ventana del lavabo y sacó el mango. “Regó a todo el vecindario”, dice. Cuando era muy pequeño, sorprendía a la familia con la facilidad para aprender que tenía: “Con tres años íbamos por la calle y me decía todas las marcas de los coches. Miraba, preguntaba y las recordaba”. Pero la cuesta arriba vino a partir de los ocho años, cuando al aprender se le exigía concentración.

“Todo el mundo me decía que era el típico niño despistado, pero yo sabía que no, que aquello no era normal”. Así que la madre, que es enfermera, lo llevó al pediatra y fue el doctor José Casas Rivero quien le diagnosticó: Álvaro tenía un trastorno neuronal, un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). “Me costó mucho medicarlo, empezó con 12 años y las pastillas le daban problemas con el sueño. Estuvo bastantes años en psicoterapia también”, dice la madre. Álvaro es un chico listo, simpático y buen conversador. “Cuando sacaba buenas notas, me hacían la broma de que como iba dopado...”, se ríe él, “mis amigos no entendían cómo era yo hiperactivo, si decían ellos que era más bien vago”. Asegura que las pastillas le volvían “consecuente, responsable e incluso aburrido” y que notaba ser menos él mismo.

Él se notaba que era “algo despistado” y dibujaba mucho durante las clases, pero dice: “Como tampoco tenía profesores que me incentivaban a aprender, yo me abstraía”. Asegura que, si hubiera tenido profesores “más implicados y más encima”, no hubiera necesitado pastillas. “El método era muy rígido y todo me parecía muy poco práctico”, dice. Álvaro era bastante bueno con los números, pero las letras le costaban: “Por qué la historia no se explica de aquí para atrás. Yo perdía el interés porque lo veía todo lejísimos”.

“El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es un trastorno del neurodesarrollo muy frecuente en niños y adolescentes, con mayor prevalencia en niños”, cuenta la neuropsicóloga Suzete Montoiro. Según la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria, entre el 4,9 y el 8,8% de los niños y adolescentes españoles presentan diagnóstico de TDAH.

Mar Coloma, la madre de Álvaro, se puso en contacto ANSHDA (la Asociación de TDAH Madrid) y se formó para ayudar a su hijo: “Allí me insistieron mucho en que el centro educativo tenía que pringarse”. La madre iba con toda la información que le proporcionaba la asociación, profesor por profesor. “Les pedía que le obligaran a sentarse en primera fila o que durante los exámenes se cercioraran de que entendía los enunciados”, dice. La familia remó para que el chaval se “sacase sus estudios”, y academias y profesores particulares no le faltaron. Álvaro se sacó el Bachillerato y aprobó las selectividad. Ha estudiado varios módulos y ahora mismo trabaja.

Inatención e hiperactividad

Montserrat Bernardo es la directora de ADEMPA, el centro de Atención Temprana de Parla en el que también trabaja Suzete Montoiro- “El TDAH se manifiesta con síntomas de inatención e hiperactividad, o una combinación de ambas. Se caracteriza por un patrón persistente de falta de atención y/o hiperactividad-impulsividad”, cuenta. Aseguran que debe mantenerse al menos seis meses y ocurrir en el período de desarrollo. Algunos de los síntomas se manifiestan antes de los siete años.

Suzete Montoiro cuenta que en las criaturas más pequeñas suele estar más presente la hiperactividad-impulsividad e inatención. De los dos a los cuatro años los niños y las niñas son muy activos e impulsivos: lo tocan todo, no tienen noción del peligro y muestran dificultades para permanecer en una misma actividad más de diez minutos. Pero “a medida que crecen la hiperactividad disminuye y, aunque siguen manteniéndose los problemas atencionales, son capaces de mantener su atención durante más tiempo”, dice. A estas dificultades de focalizar la atención se le suman problemas de planificación, organización, gestión del tiempo, memoria de trabajo y dificultades para iniciar la tarea.

Álex tiene 10 años y desde los 3 años, su madre, Ana Sánchez, ya notaba que tenía problemas con las relaciones sociales, así como con las tareas como lavarse los dientes o vestirse que le costaban “mucho más” que a su hermana. “Nos avisaron de que no jugaba y que no se relacionaba con otros niños”, dice, así que con 6 años le diagnosticaron TDAH “de tipo inatento”. “Le cuesta concentrarse, parece que está en su mundo, pero en clase lo saca todo porque es un niño muy muy listo”, dice la madre. Álex está en el límite de ser considerado de “altas capacidades”, pero lo que le cuesta es relacionarse con los niños y las niñas.

“La pandemia lo ha agravado todo, porque durante dos años ha estado metido para adentro, así que ahora le está costando de nuevo el relacionarse con otros niños y salir de sí mismo”, asegura la madre. Sánchez también es enfermera y cuenta que a los niños y niñas con TDAH se les mete a todos en el mismo saco. “Cuando explico que tiene TDAH me dicen que cómo va a ser si es un niño muy tranquilo”, dice. Según la orientadora educativa y psicopedagoga Natalia Redondo, algunos de los tópicos más frecuentes sobre los TDAH son que son un desastre y no se centran: “Es un vago y no quiere enterarse” o “está maleducado” o “hace siempre lo que le da la gana”, asegura. Ella trabaja para desmontarlos y dice: “No son nada de esto. Las complicaciones las tienen en mantener la atención y concentración en clase o recordar dónde han colocado las cosas”. Reconoce que también pueden tener dificultad para controlar los impulsos, “lo que les puede llevar a interrumpir las conversaciones con frecuencia”.

Algunos necesitan moverse constantemente, como por ejemplo ir al baño o buscar cualquier excusa para levantarse. En algunos centros les permiten salir al pasillo a echar unas carreras. La tarea de los orientadores es, por un lado, informar al resto del profesorado sobre cómo pueden trabajar con ellos, ya que “requieren adaptaciones metodológicas, como planificar y organizar su trabajo con mucho esmero”. Redondo añade que también sería bueno que las tareas sean secuenciadas y les dejen entregarlas por partes y que la información clave quede muy marcada en los enunciados, así como darles normas claras y sencillas.

Sobre la adaptación de los niños y niñas TDAH, el maestro Rubén García, hándicap del colegio público Antonio Allué More de Valladolid cuenta: “El hándicap es qué tipo de aula tenemos para ellos y ellas. Una educación en la que tienen que permanecer sentados durante cinco horas es un horror. Para los y las TDAH y para todos los demás”. Este año, García tiene un niño de siete años con hiperactividad y sin ningún problema de adaptación, cuenta con un aula dinámica y, aunque tiene al alumnado sentado en mesas, pueden moverse, descubrir y explorar. “Hacemos mucha escuela en la naturaleza, esto es un punto muy favorable para que todos los niños y las niñas sepan controlarse ya que necesitan movimiento, y a cielo abierto es más fácil captarles la atención”, asegura.

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