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Encerrados con su adicción: así viven el aislamiento por el coronavirus las personas con adicciones en Bilbao

Un hombre, preparando metanfetamina para su uso

Maialen Ferreira

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El aislamiento durante el estado de alarma por el coronavirus afecta especialmente a un sector de la población: las personas con adicciones. Ya sean personas en situación de calle -que a raíz del confinamiento han sido derivadas a albergues o polideportivos habilitados- o personas que cumplen el confinamiento en sus casas, la situación es complicada, ya que la falta de droga en las calles o, en caso de adicciones sin sustancia, el cierre de salones de juego, casas de apuesta y bares hacen de su aislamiento un auténtico infierno.

Para paliar los efectos adictivos de estas personas, como expertos en el abordaje de las adicciones, la Fundación Gizakia coordinada con entidades como Cruz Roja, Cáritas, la DYA, entre otras, han puesto en marcha diferentes estrategias. Por un lado, mantienen las líneas telefónicas con aquellas personas que requieran de atención por sufrir durante el confinamiento brotes de ansiedad, tristeza, depresión y abstinencia en relación con cualquier tipo de adicción. Además, está habilitada la sala de consumo supervisado de la calle Bailén, con un horario más amplio, de 9:00 a 18:30, para aquellas personas que quieran realizar un consumo controlado de las sustancias. Esta sala, dadas las circunstancias, la han convertido en un centro de desintoxicación y de atención a síndromes de abstinencia con un programa de reducción de riesgos y daños en el que dispensan metadona o los sustitutivos de opiáceos.

Sin embargo, el mayor problema está en aquellas personas en situación de calle, que a raíz del confinamiento han tenido que ser trasladadas a los distintos albergues y polideportivos habilitados en Bilbao. Estíbaliz Barrón, directora de la Fundación Gizakia, calcula que hay cerca de 500 personas en estos polideportivos, de las que más de 100 requieren de sus servicios, bien por tener alguna adicción o bien por sufrir algún tipo de patología. Una criba que realizan cada día entre todas las personas que se encuentran en los albergues, para determinar quiénes son aquellos que pueden sufrir el síndrome de abstinencia por no poder consumir las sustancias o, en el caso de ludopatía, por no poder jugar o apostar.

“Si la población en general estamos en unos niveles de ansiedad más elevados, imagínate lo que sucede cuando trasplantas a personas que viven en calle, todas juntas, que no se conocen y que son de diferentes culturas, de diferentes formas de pensar y que además presentan patologías...pues o se hace una atención de contención farmacológica y de contención psicológica o va a haber muchas dificultades”, señala Barrón a este diario.

Para realizar este trabajo de atención, la Fundación Gizakia dispone de dos unidades móviles con las que recorren diariamente los 15 centros habilitados -polideportivos y albergues- que hay repartidos por la ciudad. Se trata de coches particulares que cuentan con un permiso especial al estar en colaboración con Acción Social del Ayuntamiento de Bilbao, con Salud y Consumo y con Osakidetza. Cada unidad está compuesta por un médico, un enfermero, un psicólogo clínico y un educador social.

“Nos desplazamos hasta allí y vemos qué personas pueden tener problemas de patología mental o de adicciones o las dos cosas. En medida que se ve, se va valorando con ellos una estrategia de reducción de riesgos y daños. En este momento no pretendemos que estas personas se pongan en tratamiento, si alguno quiere, fantástico, pero lo que pretendemos es que nadie lo pase mal, porque entre en síndrome de abstinencia y los trastornos de conducta pueden llegar a perjudicar su propia salud o crear problemas convivenciales, conductas o peleas”, explica Barrón.

Los voluntarios de la red organizada por el Gobierno vasco realizan diferentes actuaciones para ayudar a afectados por el confinamiento, desde ayudar a la hora de hacer la compra a personas de edad avanzada o movilidad reducida, hasta, en algunos casos, colaborar en alguno de los albergues habilitados.

“Nos organizamos para prepararles el desayuno, a lo largo de la mañana controlamos que se vayan tomando la medicación, hay quienes toman metadona, otros que tienen enfermedades mentales. Les ayudamos con la higiene y vigilamos sobre todo cuando se afeitan, porque a partir de la segunda semana el riesgo de autolesión aumenta. A lo largo del día estamos pendientes de lo que necesiten y controlamos que cumplan las normas. También gestionamos conflictos, porque surgen peleas ya que tratan de consumir drogas y alcohol dentro del recinto. Como no les puedes dejar, terminamos teniendo que llamar a la policía”, señala uno de los voluntarios que colabora en el albergue de Miribilla.

Menos droga, pero más adulterada

Tampoco es fácil para aquellos que viven en sus casas. Muchos de ellos, en el camino a la sala de consumo son multados, a pesar de tener un salvoconducto firmado por la fundación. Una vez allí el proceso es el siguiente: a cada persona se le entrega un kit con lo necesario para el consumo de drogas inyectables. Se sientan en sillas separadas entre sí y comienzan a consumir. Mientras, hay una enfermera controlando que no haya ningún riesgo de sobredosis -si eso ocurriera, rápidamente pulsaría un botón de alarma, que alertaría a todos los trabajadores del lugar-. Los trabajadores no participan directamente, solo intervienen en el caso de algún problema.

“Desde que comenzó el confinamiento hemos ampliado el horario y esta sala, además de ser una sala de consumo en la que luego trabajamos para que las personas den pasos hacia la inserción social, ahora también es un centro de desintoxicación. Atendemos cualquier situación de síndrome de abstinencia porque hay mucha menos droga en la calle, la dificultad de acceder con el confinamiento y la droga que hay está totalmente adulterada”, señala Mónica, una de las enfermeras que atiende en la sala.

Hay menos droga en las calles. Sin embargo, los traficantes quieren seguir ganando el mismo dinero por lo que adulteran -más de lo habitual- la droga para sacar más dosis. Mónica es consciente del peligro que eso supone, ya que además del riesgo de consumir estupefacientes, está el de que los adulterantes sean más nocivos para la salud de los consumidores. Su objetivo, en este momento es tratar de evitar mayor número de personas con síndrome de abstinencia y, en la medida de sus posibilidades, asegurarse de que consuman la droga de una forma segura.

En el caso de personas cuyo consumo es fumado, existe otra sala habilitada para ello en la que educadores sociales a través de un cristal controlan que el consumo que se realiza sea supervisado y en las mejores condiciones posibles. Por eso, todos los materiales son fabricados ex profeso para esta actividad e importados. El consumidor solo trae la sustancia.

“Los educadores supervisamos el consumo. Nuestra filosofía es la de reducción de daños, que el consumo sea supervisado y en las mejores condiciones posibles. Luego, aparte, con las personas, debemos entender qué necesidades tienen y les ponemos en contacto con otras entidades o con servicios sociales”, asegura Juanjo, uno de los educadores que atiende a estas personas en la sala de consumo y también se encarga de atenderlos en los albergues con la unidad móvil.

Antes del confinamiento por el coronavirus a la sala de consumo de la Fundación Gizakia acudía una media de 30 personas diariamente. Ahora, debido a las restricciones a la hora de salir a la calle, a la situación económica y laboral de la sociedad y a que es más difícil comprar los estupefacientes, esa cifra ha bajado. Aún así, desde esta organización siguen trabajando a destajo cada día para tratar de evitar que la cuarentena sea la causante del síndrome de abstinencia de los cientos de personas que se encuentran en situación de adicción en Bilbao.

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