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“El papel del intelectual es cortocircuitar las verdades que nos diseñan”

El filósofo y escritor Alberto Santamaría. |

Javier Fernández Rubio

Aunque sé que no eras muy cinéfilo me tienes que permitir hacerte un test de Voight-Kampff, esa prueba de empatía ficticia para confirmar si eres un no menos ficticio replicante. En el film de Ridley Scott al personaje de León le someten a una prueba empezando por el principio, por su madre. Yo quisiera preguntarte por algo que sé que te marcó. El paisaje de tus barrios de la infancia y no tan infantiles: Candina, Nueva Montaña... ¿Cómo te han condicionado tus antecedentes familiares, de clase, urbanos?

Bueno, sí que es cierto que el contexto condiciona muchas de tus formas de hacer y de pensar, en sentidos muy diversos. Como bien señalas, mi contexto fue el de un barrio obrero azotado por múltiples crisis, paro, etc. Vivir en las afueras de las afueras, en una ciudad del norte, crecer en un polígono industrial condiciona y mucho, incluso al hablar del mismo concepto de paisaje. Por otra parte, esto no es nada importante en sí mismo.

En mi caso, el barrio, sus problemas, así como un contexto familiar marcadamente politizado en la medida en que mis padres eran militantes de izquierdas, pues hombre, hace mucho. En este sentido la mirada de clase siempre ha estado ahí, y creo que es un aprendizaje fuerte el ver estos procesos donde la desigualdad se hace a costa de quien menos puede y tiene. En este sentido, mis trabajos vienen condicionados por este camino.

Pero insisto, esto no es nada épico, ni victimista ni nada. Simplemente crecí ahí y luego pude ir creciendo conectando con otras personas con inquietudes completamente diferentes que también me nutrieron intelectualmente. De toda esa mezcla de problemas de clase e intelectuales me fui alimentando hasta que pude (mil sacrificios mediante) estudiar filosofía y comenzar muy lentamente a conectar esas experiencias de la vida ordinaria, de barrio, con formulaciones teóricas.

Ahora podemos ir al final y hablar de Narración o barbarie, el ensayo que acaba de publicarte Sans Soleil. Aunque el término relato o narrativa estén bastante manoseados en la era de la postverdad, no por eso dejan de tener significancia. Me gustaría saber cómo puede un relato (mítico, ideológico, cultural) imponerse a una realidad que lo contradice, es decir, se puede fracasar, se puede engañar, pero mientras haya relato, todo se sostiene. ¿No es esto la prueba de que la ficción supera a la realidad?Narración o barbarienarrativa 

En Narración o barbarie no hay un tema central, ni un argumento claramente diseñado. De hecho el subtítulo Fragmentos para una lógica de la confusión en tiempos de orden indica esto: que son fragmentos, formas de acercamiento no sistemáticas que pretenden pensar las disposiciones desde las cuales se establecen narraciones que se estabilizan como verdades.

Los temas del libro se distribuyen en diversos niveles. Por un lado, hay una serie de textos que se preguntan acerca de cómo construimos nuestras narraciones, nuestras formas de narrar la vida. Estudiar cómo esas narraciones vienen diseñadas por contextos de poder que tratan de dibujar lo que somos y decimos. Es decir, trata de generar la lógica de nuestras emociones y sentimientos. De una forma sutil hemos aceptado narraciones que no son nuestras, formas de ser y de actuar que vienen tejidas por otros. Formas que pretenden ordenar lo que decimos e incluso sentimos. Narraciones como las del emprendedor, la de la calidad, la de las emociones, y otras más complejas como las de la libertad de expresión. Todas ellas, narraciones dominantes que de un modo sutil gestionan nuestro día a día. Se trata de relatos que no se imponen a través de jerarquías, órdenes, etc., sino que se dispersan como relatos de lo que debemos ser.

Joder, tenemos algo tan ridículo como “delito de odio”. Se trata de lo que en el libro llamo semántica institucional, formas de esparcir relatos a través de medios, de gestos, de talleres, etc. Los relatos del poder no quieren motivarnos, sino movilizarnos. Motivar quiere decir que somos seres inertes que hay que sacudir, de lo que se trata ahora, lo que pretende este poder actual basado en narraciones, en novelas mejor dicho (porque lo que nos venden son novelas como formas de vida) es movilizarnos. De ahí su activismo.

La cuestión es pensar estos relatos, y lo que hago en el libro es pensar cómo se estructuran. Muchos de los fragmentos del libro van sobre eso, es decir, cómo se diseñan esos relatos, desde qué recinto psicológico y social nacen. Por otra parte, el libro trata de pensar en la necesidad de revisar esas narraciones desde otro espacio. ¿Cómo cortocircuitar esta semántica institucional, estas narraciones de orden que se diseñan y esparcen? En este punto, he tratado de recuperar ciertas posiciones algo extrañas. Por un lado, he recuperado la idea de narración del hipnoterapeuta Milton Erickson, que fundó en la narración todo su sistema, pero entendiendo que la narración es un tejido maleable y cuestionable. Por otra parte, reviso la idea de esquizofrenia de Deleuze, pero tratando de relacionarla con los trabajos de Gregory Bateson que el propio Deleuze y Guatari tienen en cuenta. La metáfora, la imagen del esquizofrénico, del decir esquizo como forma de cuestionar el sentido de las narraciones que se nos ofrecen. Recuperar el lenguaje, cortocircuitar los relatos. Ese sería un esquema. Pero el libro está lleno (o esa es mi idea) de rutas diferentes, de niveles distintos de reflexión, en la medida que, por ejemplo, lo literario y lo poético juega un papel clave en el desarrollo del libro.

En cualquier caso, preparo un nuevo trabajo en el que me volcaré sobre estas narraciones desde una perspectiva que las trate de modo directo, es decir, enfrentándome a la manera práctica en el que las instituciones, grandes corporaciones, etc., diseñan sus relatos.

¿Por qué el título del libro plantea la narración y la barbarie como dicotomía? ¿No pueden darse a la vez?

En realidad, el título juega a confundir, como buena parte del libro. Puede que la idea esté en la necesidad de barbarizar la narración que se nos da del mundo. Es una falsa dicotomía.

En el libro citas ese elogio, apología más bien, de la confusión que hace Schlegel. Y lo conectas directamente con esas construcciones narrativas que sostienen un modelo de sociedad imperante. Tú eres filósofo y yo siempre pensé que tu 'trabajo' tenía más que ver con clarificar lo confuso. La verdad es que el confundido ahora soy yo...

Jajajaja… Bueno, creo que la tarea del filósofo es acompañar. El filósofo es un acompañante indiscreto de lo que sucede. Y en este momento creo que la confusión es un arma importante para desentrañar las líneas de orden que se nos ofrecen. Confundir es un arma interesante. Por otra parte, como dice Schlegel, si todo estuviese claro, perfectamente desvelado cada uno de los engranajes de nuestra existencia, la vida sería verdaderamente miserable.

En libros anteriores, como 'Paradojas de lo Cool', hablas de cómo el pensamiento conservador ha ido apropiándose de lo cultural como una marca que va más allá del campo de la cultura y se interna en lo económico y en lo político. ¿Por qué el discurso cultural es tan importante para establecer una hegemonía cuando gran parte de la población, incluidos muchos de sus dirigentes, viven perfectamente al margen de la cultura? 

Creo que estamos equivocados si pensamos que la cultura es sólo lo relativo a la literatura, al cine, la danza, etc. Precisamente, es esto lo que provoca la idea equivocada de que a la derecha, por ejemplo, no le interesa la cultura. O que digamos que el debate cultural se basa en hablar del IVA cultural. Si lo vemos así, estamos aceptando un relato completamente adelgazado.

La cultura es el medio a través del cual se estabilizan un montón de relatos. La cultura es el modo mediante el cual las instituciones pueden generar formas de consenso, formas de hegemonía y de homogeneización del relato. Es por ello, por ejemplo, que la palabra Cultura esté en tan presente en programas electorales como los del PP, o que Gas Natural, BBVA o a cualquier otra institución se les haga el culo Pepsi-Cola cada vez que hay algo relacionado con la cultura. Cultura, como decía Raymond Williams, es “una estructura de sentimientos”, quien controla esta estructura controla los sentimientos.

Por otra parte, la cultura sirve para homogeneizar relatos, para eliminar impurezas. Si nos fijamos bien, al poder y a las instituciones no les interesa la historia, en la medida en que la historia está llena de disensos, de problemas, de disidencias. En cambio, ven en la cultura el mejor modo de superar esto. La cultura no es problemática y sirve para generar relatos consensuales. Ejemplo: hace poco pude ver Figuras ocultas, una película donde se retrata el racismo que sufren las mujeres en el contexto de la NASA en los sesenta y cómo ellas lo superan. Hasta ahí todo genial. Pero si nos fijamos bien, esta película, como ejemplo cultural, no sólo sirve para hablar del racismo, sino también para señalar que la gente de la NASA y todas sus políticas no eran tan malas. Es decir, se pone a la misma altura ambas cosas. Así se desproblematiza y se oculta la realidad del sufrimiento y de la lucha de la gente afroamericana.

Es por ello, por ejemplo, que mientras el BBVA desahucia sin problemas puede poner en sus sedes frases políticas de Martin Luther King, porque éste se ha convertido en cultura y no en política. La cultura es un buen lugar para inventarse relatos que justifiquen lo injustificable, para que el pasado se muestre liso y perfectamente diseñado.

¿Cómo construir relatos alternativos? ¿Por qué la izquierda parece haber perdido su ADN cultural? De hecho, las formaciones emergentes que aspiran a cambiar profundamente la situación apenas le dedican unos párrafos en sus programas a planteamientos culturales. ¿Cuál es el papel del intelectual comprometido con un cambio social? ¿Dónde está la universidad? ¿Qué cabe hacer para alguien que sea inconformista?

Bueno, ahí está la clave y el problema. Creo que la izquierda (un concepto eso sí, demasiado vasto y complejo) ha estado más pendiente de la gestión de sus propias dinámicas internas que de proponer caminos alternativos. Es evidente que no vamos a ver el final del capitalismo, pero sí estamos asistiendo a sus mutaciones, a sus ejercicios de malabarismo. El papel del intelectual no es sólo narrar sino también cortocircuitar estas verdades que nos diseñan. Algo de eso trato de señalar en Narración o barbarie así como en lo que estoy escribiendo ahora.

Decía Marx que durante demasiado tiempo los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo y que ya es hora de transformarlo. Bien, pues ha sido el capitalismo quien lo ha transformado, y lo sigue transformando en un constante proceso de travestismo político y económico. Quizá, lo que hemos hacer ahora es interpretarlo, pero entender la interpretación como un gesto activo y no meramente pasivo. Creo que el camino del intelectual es atacar las formas de racionalidad política del momento.

Y en todo esto, ¿la universidad? Por experiencia, puedo decir que la universidad hoy se ha convertido en una especie de extraña subcontrata de las empresas, pero sobre todo del espíritu de éstas. La idea neoliberal de economizar todas las esferas de la vida encuentra de la universidad y en la transmisión de conocimientos un lugar idóneo.

Por otra parte, esta aceptación del neoliberalismo en el alma de la universidad se combina (paradójicamente) con una forma de funcionar marcadamente jerárquica y feudal. Hace poco, un profesor notable de mi universidad me lo explicó así: no se trata de lo que puede hacer la universidad por ti, sino lo que tú puedes hacer para hacer más grande esta universidad. En fin, ese es el camino.

Cuando yo era un chaval, la 'inteligencia emocional' era eso que tenían las chicas y de lo que los chicos carecían. Pero el revival actual tiene otro contenido, presumo. ¿Por qué las grandes empresas y las entidades financieras están tan interesadas en financiar discursos culturales en los que parecen acabar de descubrir el papel del arte en la formación de la persona cuando no es un área de su competencia ni tiene una repercusión inmediata en sus cuentas de resultados?revival

Las emociones, la felicidad, la creatividad, etc., es el gran tema de las grandes corporaciones, así como de muchos espacios públicos. Esto forma parte del capitalismo afectivo que nos rodea. Veamos, todas las grandes críticas de los años sesenta y setenta realizadas contra el capitalismo -su carácter jerárquico, represor, su falta de creatividad y empatía…- han sido perfectamente asimiladas en su interior.

Basta con un simple experimento. Si tomamos las ideas de los situacionistas en los sesenta sobre la necesidad de la creatividad aplicada a la vida, perfectamente esas palabras pueden estar hoy sin ningún tipo de problemas en un manual de gestión empresarial o en un libro sobre coaching. El capitalismo afectivo funciona así: sueña con la idea de que todos seamos máquinas, robots atentos e incansables, pero sabe que eso es imposible, ya que el sistema no duraría mucho. En cambio sabe que a través de las emociones, del individualismo afectivo que nos dice “venga tú eres grande, tú puedes lograr lo que quieras” es posible funcionar mejor, sacar un mayor rendimiento. Este individualismo afectivo es el gran campo de batalla. Es lo que se trata de movilizar a través de las emociones. Las emociones, como dicen una y otra vez en los cursos del BBVA, por ejemplo, son productivas.

Por otra parte está el hecho de cómo este relato acapara terrenos incluso siniestros. Hace poco me enteré de que el Banco Santander (el gran banco defensor de las emociones) ofrece a aquellos que despide cursos para gestionar sus emociones. En fin, así está la cosa. Creo que desde el mundo de la cultura, pero no sólo desde éste, hace falta una lucha intensa contra esta concepción de las emociones marcadamente economizada y despolitizada a la vez. El problema es que suena raro (y eso lo saben bien quienes gestionan esto) enfrentarse a algo tan bello como emociones, creatividad, etc. Pero ir hacía ello es un buen camino.

Tu producción literaria tiene un pie en la poesía y otro en el ensayo. Acabas de publicar tu obra poética con 'La bella Varsovia' y me pregunto cómo afrontas tu trabajo como poeta. ¿Hay vasos comunicantes con tu discurso más político en el ensayo?

Vasos comunicantes hay, pero muy diluidos. Me considero en este punto un animal bicéfalo. Como poeta busco cosas bien diferentes a las que puedo hallar en la filosofía. Se trata, en realidad, si lo pienso bien, de dos personas distintas.

Eres de Santander pero tu actividad se desarrolla fundamentalmente fuera. Incluso creo que eres más reconocido en el ámbito nacional que en el regional. ¿Eres de esos intelectuales que tienen trazada una carrera literaria en términos de reconocimiento y prestigio?  

No. En absoluto.

A estas alturas todavía no tengo claro si eres humano o replicante. Así que te preguntaré por algo en mi opinión determinante como es el fracaso. Me gustaría que, en la cultura del éxito, me hablaras de esta palabra desterrada de nuestro discurso pero que está en el día a día de millones de personas.

El fracaso es una de las grandes palabras del presente. Si nos fijamos en un mundo marcado por la desigualdad, cada vez se empieza más a hablar de ganador/perdedor, fracaso/éxito. Estas dualidades han suprimido los términos igualdad/desigualdad. “No existe el fracaso”, nos dicen los manuales de coaching (la gran basura emocional del presente), pero hay gente que fracasa en sus proyectos.

El fracaso es una sensación terrible que se tiende a ocultar en un presente que reclama éxitos. El problema reside en que esa narración emocional de este capitalismo afectivo nos vende el fracaso como “Puerta al éxito”. De esta forma estamos abocados a ser, parafraseando a Baudelaire, “emprendedores sin interrupción”, que es la nueva forma de ser “sublime”.

Y de esto ya se encargan desde las escuelas. Es decir, no existe el fracaso, emprende, etc. Hay programas específicos para niños con el objetivo de fomentar el emprendimiento. E incluso hace unos días leí en El País un artículo acerca de “Cómo criar a tus hijos para que sean futuros emprendedores en vez de funcionarios”. Esa es la narración. El camino es convertir cada acto de nuestra vida, cada esfera de ella, en un espacio economizado. Lo cual no quiere decir que haya réditos inmediatos, pero sí se establece una dinámica emocional disponible para cualquier cosa.

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