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“Lesbos no es una isla, es una cárcel. Es la vergüenza de Europa”

Migrantes llegando a Europa por la noche

Iker Rioja Andueza

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Hace no tanto hablar de las islas griegas era sinónimo de vacaciones en un paraíso del Mediterráneo. Ahora Lesbos o Quíos son los puntos de llegada de migrantes y refugiados que huyen de un mundo peor para quedar confinados en campamentos insalubres. “Aquello no es una isla. Es una cárcel. Es la vergüenza de Europa”, relata Juan José Llaguno, del sindicato de la Ertzaintza Erne, que la pasada semana visitó la zona dentro de una comisión de la organización sindical europea Eurocop para estudiar las condiciones en que desarrollan su trabajo los policías de Grecia y para conocer de primera una realidad que casi siempre se reduce a números y cupos de reparto por los que se pelean los países de acogida.

Llaguno y el resto de la expedición se dieron pronto de bruces con la realidad. “Estábamos cenando con un agente que había trabajado de mañana y que a la mañana siguiente tenía otra vez turno. Tuvimos que marcharnos porque acababa de llegar una embarcación con 40 personas y su compañero de guardia estaba solo para atender la emergencia. Con él sólo estaba una pareja de voluntarios y luego llegaría una persona de Naciones Unidas. Cinco personas para aquello. Estaban asustados, calados, con frío y con hambre. Recuerdo a un bebé de unos dos meses con su madre, que era otra cría. Y eso todas las noches”, explica Llaguno, que colaborará en la redacción de un informe para la Comisión Europea en la que se pondrá de manifiesto el “caos organizativo” en la entrada oriental de la vieja Europa. Se centrará, por la misión de Eurocop, en materia de seguridad, pero sin obviar que la escasez de medios materiales y humanos es común a médicos, bomberos, traductores y, en general, a todo el personal de servicios en los campamentos.

Para empezar, esos centros de internamiento están saturados. El de Lesbos se hizo para 2.500 personas y la pasada semana eran ya 7.500. El campo es ya, 'de facto', la segunda población de una isla de menos de 100.000 habitantes. En los alrededores, además, se hacinan otras 2.000 personas. En Quíos, la situación es algo mejor: de 1.300 plazas se ha pasado a unos 1.900 ocupantes. La sobreocupación tiene consecuencias claras. “Lesbos da una sensación de campo de concentración. Nada más llegar ves unas grandes verjas y ríos de aguas fecales alrededor. Hay muchísima suciedad”, explica Llaguno, que indica que la expedición no tuvo demasiadas facilidades para fotografiar la situación de internos y trabajadores.

Los servicios del campamento se prestan desde una zona central. A su alrededor se extienden las barriadas de tiendas o viviendas improvisadas que se asemejan a contenedores de barco. “Hay muchísimos niños por allí”. El drama de los migrantes es que, si huyen de la guerra formal, tendrán mejores opciones para acceder al 'sueño europeo'. “Si huyen de la miseria todo es más difícil... Los de Siria tienen toda la documentación. El resto se ha deshecho de los documentos. Incluso hunden la embarcación para que no los manden de vuelta”, explica Llaguno.

Los migrantes llegados a Grecia no son una masa uniforme. Los hay de 40 nacionalidades y allí se reproducen a pequeña escala conflictos internacionales. Por ejemplo, hay chiíes y suníes, las dos grandes corrientes del islam. En el campamento hay también casos de violencia sexual y de género hacia las mujeres. ¿Y cómo se atienden a los menores no acompañados?

En la isla de Lesbos hay un total de 460 policías para cubrir todos los servicios, todos los turnos y también las necesidades específicas del campamento. Sólo hay un coche-patrulla y las ambulancias tampoco abundan, explica Llaguno. Los funcionarios tienen que pagar de su bolsillo los uniformes y no disponen de medios básicos para atender una emergencia humanitaria debidamente. No están mucho mejor los bomberos (dos en el campamento) o los sanitarios (un médico y un enfermero). Así las cosas, la importancia de los voluntarios de ONG resulta fundamental. “Algunos compañeros griegos llevan 13 meses seguidos en el campo. Todas las noches el mismo drama. Es una tensión y un desgaste psicológico brutal”.

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