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¿Astra o Pfizer?

Fernando Simón durante una rueda de prensa en abril

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Hace unas semanas recibí la primera dosis de AstraZeneca en Oxford, en un centro de salud no muy lejos del laboratorio de investigación donde se creó esta vacuna. Si aceptamos el concepto de estar “demasiado informado”, probablemente es mi caso. Sobre AZ, sobre el resto de vacunas, sobre el virus. 

Cada jueves tengo una pestaña abierta en mi ordenador con el informe semanal del Reino Unido sobre los reportes de efectos secundarios de las vacunas y sospecho que soy una de las primeras personas del público general en leerlo (es un ejemplo de claridad y transparencia). Cada día consulto lo último sobre la pandemia y las vacunas también en webs especializadas, como Pulse Today, una publicación para médicos de familia en Reino Unido (también conozco la competencia en este nicho, pero esta es la mejor). Cada semana escucho el podcast This Week in Virology, dedicado a los virus, y paro y vuelvo a escuchar los trozos que no entiendo bien. Sí, estoy demasiado informada. 

A pesar de consultar a menudo todas estas fuentes, sigo sin tener una opinión definitiva sobre si a mi edad y con mi nivel de riesgo y exposición es mejor seguir con la pauta de AstraZeneca, como recomienda Reino Unido, o recibir una segunda dosis de Pfizer, como recomiendan España, Francia o Alemania. En Reino Unido, es un dilema hipotético porque salvo excepciones muy justificadas todas las personas que han recibido la primera dosis de AstraZeneca recibirán la segunda independientemente de su edad. A las personas menores de 40 años, si no han recibido la primera dosis todavía, sí se les ofrece otra vacuna cuando esté disponible. 

El día de mi primera dosis de AZ le pregunté a la médica que me vacunó si había opción de Pfizer o Moderna. “No, y no habrá opción en un futuro inmediato”, me dijo. Entonces no había duda. Había cogido la primera cita disponible del primer día disponible, el 1 de mayo, y tenía claro en ese momento que la vacuna buena es la que te ponen. “Are you happy?” (“¿estás contenta?”, que es una manera de pedir consentimiento), repetía mientras me la ponía. Y claro, cómo no voy a estar contenta de tener una primera protección, un privilegio de país rico y todavía más siendo una persona de 43 años. En España todavía no me habría tocado. 

La explicación de los riesgos en Reino Unido ha sido un ejemplo de claridad. Sale en rueda de prensa el profesor Jonathan Van-Tam (también conocido como JVT), asesor médico del Gobierno, con sus gráficos sobre el riesgo de efectos graves por la vacuna y por el COVID por edades, contestando a cada pregunta con claridad y firmeza, y te pones lo que te diga. 

Pero ninguna de las dos opciones es descabellada ni falta de información como se está sugiriendo en España, tal vez el único país que ha conseguido hacer de las marcas de vacuna un asunto partidista. Está claro que el riesgo de la vacuna de AstraZeneca de provocar tromboembolismo con plaquetas bajas -un caso muy, muy infrecuente pero difícil de diagnosticar y de tratar- es muy, muy pequeño, aunque tampoco es igual al riesgo de que te parta un rayo: es de 1 entre 50.000 en el caso de personas menores de 50 años y de 1 entre 100.000 en mayores, según los datos de Reino Unido, el país donde se han administrado más de 34 millones de dosis de esta vacuna. También está claro que esta pauta tiene detrás varios ensayos clínicos con decenas de miles de personas en Europa, Brasil y EEUU, y la experiencia en el mundo real de la vacunación de millones en todo el mundo. 

De otro lado, la administración de dos dosis de vacunas diferentes no tiene detrás ningún ensayo de la misma dimensión y cuando sepamos, posiblemente a finales de junio, el resultado del más serio, el que se hace desde febrero en Reino Unido, tendremos más datos sobre la inmunidad, pero no sobre efectos muy infrecuentes. El ensayo es de 800 personas frente a las 23.000 del ensayo de AstraZeneca en Reino Unido y Brasil y las 30.000 del ensayo en Estados Unidos. Los efectos más raros e infrecuentes sólo se detectan después de vacunar a millones de personas. 

Ahora bien, sí tenemos datos sobre la seguridad de ambas vacunas por separado, y ya hay experiencia de la mezcla en Francia, Alemania, Dinamarca y Canadá, entre otros, y de momento no ha saltado ninguna alerta. Puede que combinar dos vacunas, de hecho, produzca una respuesta inmunitaria más fuerte y ofrezca más protección frente a las variantes, pero eso todavía no lo sabemos. El ensayo de Reino Unido se ha hecho pensando en problemas de suministro y también en cuál sería la mejor opción para una posible dosis de refuerzo.

Este artículo de la médica y comunicadora Esther Samper explica muy bien las evidencias científicas que hay de los dos escenarios. Y este hilo del médico internista y profesor Miguel Marcos es una buena guía del dilema entre las dos opciones, con una conclusión bastante optimista: las dos son buenas. 

En esta pandemia explicar las sutilezas de las decisiones de salud pública y de las decisiones individuales, que no siempre coinciden, ha sido un reto. Pero es posible, como demuestran estas dos personas expertas y que saben comunicar. Como demuestra JVT. 

Y los medios no lo hemos debido hacer tan mal. Al menos eso es lo que percibe la población. Un estudio reciente del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford muestra que en España la población confía mucho más en la información que le dan los medios que en la que le ofrece el Gobierno sobre la pandemia. Así, por ejemplo, el 46% cree que los medios le han ayudado a entender cómo funcionan las vacunas y sólo el 28% cree que lo ha hecho el Gobierno; lo mismo pasa con los detalles del programa de vacunación. En casi todos los países sucede, pero España es el país con la brecha más grande. La población también cree que tanto los medios como el Gobierno han exagerado los riesgos de las vacunas, probablemente por el caso de AstraZeneca. 

Toda esta larga explicación para decir que no, Fernando Simón, no ha habido una conspiración contra Pfizer o contra el Ministerio de Sanidad. No se han conchabado políticos, grupos de presión (¿grupos de presión a favor de AstraZeneca? ¿cuáles? ¡Si la farmacéutica es un desastre de comunicación!) y periodistas (así en general… ¿cuáles? ¿los mismos que criticaba Simón en febrero y en marzo de 2020 por alarmar? ¿Los que recopilan las evidencias científicas y llegan a la conclusión de que de momento hay más a favor de la pauta simplemente porque hay más?¿los informadores especializados en salud que se han quejado?). 

Es una auténtica pena que un médico que tiene todos los detalles no aproveche cada minuto de sus comparecencias para compartir sobre todo información, que tertulianos ya sobran. Simón sabe explicar bien los matices, eso lo hemos visto, pero cuando elige comentar como un político más no está cumpliendo con su función principal, una muy importante y que escasea en esta pandemia. 

Las palabras de Simón fueron una respuesta a una pregunta que le instaba a reconocer “el error” de Sanidad, y puede que le molestara. Pero no era una pregunta descabellada cuando la gran mayoría de las personas están optando por lo contrario de lo que dice Sanidad (a diferencia de lo que está pasando, por ejemplo, en Francia). No vale la excusa de que está harto o cansado, porque éste es su trabajo: responder preguntas y aprovechar cada oportunidad para compartir la información de manera didáctica sea cual sea la pregunta.

Incluso aunque haya políticos que parezcan portavoces de la farmacéutica AstraZeneca (van más lejos que sus propios portavoces, de hecho) y aunque no haya justificación para los insultos de políticos contra el Ministerio de Sanidad por tomar una decisión que han tomado otros países. No haber explicado suficientemente bien esa decisión debería ser la principal preocupación de Simón: cada oportunidad perdida para compartir datos y explicaciones médicas va en detrimento de la salud pública. 

Total, ¿Astra o Pfizer? Pues tal vez Astra. O Pfizer. No sé. Lo que de verdad importa es ponerse la segunda dosis. 

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