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Qué ganas de que empiece el cole en septiembre

Las aulas del CEIP Huerta de Santa Marina tienen una media de 30 m2 y 26 alumnos por clase

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Qué ganas de que llegue septiembre y vuelvan al cole nuestras hijas e hijos, ¿verdad? Qué ilusión, qué nervios: entre los brotes y rebrotes que ya en verano anticipan un otoño entretenido, y las noticias diarias de profesores y AMPAS que denuncian la falta de recursos para garantizar un comienzo de curso seguro, estamos todos locos por que llegue septiembre…

Pero ojo, que esta vez nadie podrá acusar a las autoridades de imprevisión: cuatro meses después de cerrar las aulas, las autoridades educativas estatal y autonómicas tienen preparado un plan para reanudar las clases en septiembre. Mejor aún: tienen dos planes, el A y el B, para que no se diga.

El plan A viene a ser: “queridos equipos directivos y profesorado, aquí van unas estupendas instrucciones de seguridad para que las apliquéis como buenamente podáis en vuestros centros, con mucha imaginación y con los pocos recursos materiales y humanos que os daremos, que ya sabemos que son insuficientes pero confiamos en vuestra creatividad después de tantos años apañándoos sin recursos”.

Y el plan B, en caso de que falle el A y se disparen los contagios en las aulas, dice algo así como: “queridas familias, os mandamos a vuestros hijos de vuelta a casa para que disfrutéis las bondades de la conciliación laboral-familiar y la escuela a distancia de la que tan buen sabor os quedó en primavera”.

El plan A varía según las comunidades, en algunas con más recursos que en otras, pero en todos los casos provocan muchas dudas en el profesorado y las familias, cuando no la protesta, la denuncia y hasta la dimisión de equipos directivos que no están dispuestos a comerse un marrón ajeno y asumir responsabilidades sanitarias que no les corresponden. Las consejerías de Educación han recogido las instrucciones que acordaron con el ministerio, las han retocado un poco y las han enviado a los centros para que las apliquen ellos con “autonomía”. Y las instrucciones son geniales, vale, pero redactadas por quien no ha pisado un colegio ni un instituto en muchos años. Imagino el pasmo de directores y profesores al leerlas. En algunos centros no se puede cumplir ni con las indicaciones más básicas de lavado de manos, pues implicarían colas y aglomeración en los baños por insuficientes. Son instrucciones irreales, inviables.

No, perdón: las instrucciones pueden ser perfectamente reales y viables… si van acompañadas de medios materiales y sobre todo humanos. Ante las dudas, las comunidades sacan pecho anunciando la contratación de miles de docentes, pero en la mayoría la cuenta no sale ni a un profesor por centro. Sin pandemia ya hacía falta más personal para resolver carencias, ahora es una emergencia. Eso sí, mucha compra de mascarillas, geles y carteles recordando el lavado de manos, y por supuesto un montón de pruebas PCR –no tantas como en el fútbol, pero algunas se harán–. De las ratios de alumnos por clase y la imposibilidad física para asegurar distancia en aulas y zonas comunes ya hablaremos otro año, en la siguiente pandemia, que esta ya nos ha pillado con los coles saturados.

Así que el verdadero plan es en realidad el plan B, que es el paracaídas con que cuentan las autoridades educativas si el A no funciona. Quién se va a preocupar de considerar la educación una prioridad y dotarla de recursos suficientes para asegurar la enseñanza presencial con garantías sanitarias, cuando tienes a mano un recurso tan fácil y barato: que los estudiantes se queden en casa y las familias se busquen la vida en cuanto a conciliación, apoyo educativo o tecnología.

No hace falta que me recuerden lo endemoniadamente difícil que es la situación actual, y la incertidumbre de qué pasará en otoño. Nadie dice que sea fácil. Pero cuando llegue el comienzo de curso habremos estado seis meses con las aulas cerradas. Repito: seis meses, medio año. En marzo nos pilló el coronavirus a mitad de trimestre y hubo que improvisar una solución con el esfuerzo de docentes y familias. Pero ahora hemos tenido seis-meses-seis para planificar, y contamos con las experiencias exitosas o fallidas de otros países que ya abrieron las escuelas, y las muchas propuestas aportadas por docentes, equipos directivos, expertos, sindicatos y AMPAS. Hay tiempo, hay ideas, hay experiencias a imitar o evitar. Lo que no hay es dinero. Es decir, lo que no hay es voluntad política. Que hablamos de educación, no de turismo.

Si en septiembre empiezan las clases y a las pocas semanas vuelven a cerrar colegios e institutos, la culpa será del coronavirus, sí; pero la responsabilidad será de quienes no hayan garantizado recursos para mantenerlos abiertos con seguridad. Las familias asumiremos nuestra parte, y junto a los docentes amortiguaremos en lo posible el golpe para minimizar los daños, que serán muy desiguales para unos alumnos y otros, pues en la enseñanza pública el único espacio de igualdad es el aula.

Todavía queda un mes y medio hasta el comienzo de curso. ¿Mejoramos el plan A dotándolo de recursos, o nos conformamos con el plan B, sacrificamos mucho más que un trimestre, y a confiar en que llegue pronto la vacuna?

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