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Un guapillo de 34

El nuevo primer ministro de Francia, Gabriel Attal, junto a su predecesora, Elisabeth Borne, este martes.

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Tener 34 años no es ser tan joven. Quién los pillara, desde luego. Y claro que parece muy joven desde la perspectiva de la mayoría de los que escribimos y leemos por aquí. También desde la perspectiva de buena parte de la población en España, donde la edad mediana –es decir, el punto medio si se divide por edad en dos la población– se estima ahora en 45,3 años. En Francia, donde el presidente acaba de nombrar primer ministro a un político de 34, la edad mediana es de 42,3. En ambos países, hay que remontarse a los 90 para que la edad mediana de la población rondara los 34 años de Gabriel Attal. 

Pero en Europa, otros treintañeros ya han sido primeros ministros: Sanna Marin lo fue de Finlandia también a los 34 y Sebastian Kurtz, canciller de Austria, a los 31, con resultados muy diferentes para ellos y para sus países. Políticos muy cercanos en edad han tenido puestos más poderosos que el líder del Gobierno francés. Emmanuel Macron, que ahora tiene 46 años, fue elegido presidente con 39 y llegó a ministro de Economía –un cargo de peso, tal vez más que el de primer ministro en Francia– con 34. Como le pasó a Macron, Attal es un político precoz y ya lleva una década trabajando para instituciones del Gobierno. Ha sido ministro de Educación y de Presupuesto, y alabado portavoz del Gobierno durante la pandemia.

La experiencia vital y laboral es, sin duda, un valor y la práctica ayuda a mejorar las capacidades por pura repetición. Pero esto no necesariamente es equivalente a brillantez, buena gestión o habilidad política para parar a la extrema derecha –en este caso, el principal objetivo de Macron pensando en las elecciones europeas de junio y en las presidenciales de 2027–. 

A veces, la práctica de políticos dedicados durante décadas a lo mismo puede, de hecho, contribuir a la perpetuación de estereotipos, la pérdida de contacto de los servidores públicos con la realidad fuera de su círculo de poder e incluso la deshumanización y la falta de escrúpulos. Los 77 años de Donald Trump o los 74 de Benjamin Netanyahu no parecen equivaler a ningún grado de sabiduría o humanidad. De los 71 de Vladímir Putin, mejor ni hablar. 

Un análisis del instituto de encuestas Pew Center de hace unos meses mostraba la tendencia de los países autoritarios a tener líderes más mayores. En países clasificados por Freedom House como “no libres” la edad mediana del líder máximo es 69 años. Sólo dos países de los clasificados como “libres” tienen a un líder de más de 80 años, Estados Unidos y Namibia. No es casualidad que los regímenes autoritarios tiendan a tener líderes más mayores ya que a menudo son ejemplos de personas que se han perpetuado en el poder. 

Lo ideal para un gobierno, como en cualquier empresa o grupo social, es la diversidad en su sentido más amplio. Se habla más a menudo de la diversidad de género o de raza, pero la variedad de edad también es un factor esencial para tomar mejores decisiones o tener más ideas por la convivencia de experiencias vitales y sociales distintas. 

La discriminación por edad tiene muchas formas. Afecta a los más mayores, pero también a los más jóvenes. En España es fácil toparse en la política, los medios o la academia con el desprecio a la juventud, visto como sinónimo de inocencia o incluso de vagancia. Esto es todavía más acusado cuando se trata de una mujer, de una persona de una minoría o de alguien que tiene aspecto de más joven, como le pasa a Attal, que encima es más bien guapillo. La reticencia ante alguien con su aspecto es un reflejo de la imagen inconsciente que sigue en la mente de casi todos de qué pinta tiene el poder: un señor encorbatado de traje gris con aire de mayor. 

Debería ser obvio que la juventud o incluso la belleza no son indicadores por sí mismos de que sabes menos ni de lo contrario.

No es fácil romper con los estereotipos históricos, arraigados en nuestra rutina social, pero cuanto más variados sean nuestros entornos y nuestros líderes, más aprenderemos a valorar las personas por lo que son y por lo que hacen, y no por lo que parecen.

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