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Más allá de los hombres blancos

Mark Zuckerberg

Mar Jiménez

Miembro de Barcelona en Comú, economista y periodista —

Pasado, presente, futuro. ¿Cómo será el futuro? ¿Dónde estaremos en el 2030? Para imaginarnos a una década vista tomamos siempre como punto de partida el presente. Que es al fin y al cabo lo que condiciona nuestras esperanzas en un futuro mejor. Explica el filósofo alemán Boris Groys en Going Public que “el presente es un momento en el que decidimos acotar nuestras expectativas respecto del futuro o abandonar algunas de las tradiciones más queridas del pasado para poder cruzar el angosto portal del aquí y del ahora”. El presente nos llena de incertidumbre y nos hace temer que el mundo de mañana sea peor. Nuestras expectativas de progreso parecen truncadas por una regresión democrática global conectada al auge de los populismos y los nacionalismos, que han sabido sacar provecho de la capacidad de amplificación y aceleración de la revolución tecnológica.

Puritanismo global como sedante. Los desafíos para la democracia y el bienestar planetario son descomunales, la amenaza que supone el uso de los algoritmos en la seguridad pública, las finanzas, las selecciones de personal colocan a los humanos en una situación de extrema debilidad. De sujetos de pleno derecho a objetos de cálculo matemático. Los peligros nos acechan y sin embargo lo que salta a la prensa es que una de las grandes compañías tecnológicas, Apple, retrasará el lanzamiento de su plataforma de streaming para no mostrar series donde haya violencia, sexo o armas. ¿Por qué de forma paralela a este salto de época que suponen la revolución tecnológica y la extensión de la Inteligencia Artificial a lo cotidiano, se ha desencadenado una ola internacional de puritarismo?. Son dos caras de la misma moneda: vivimos un proceso revolucionario bárbaro que se está complementando con un replegamiento a los valores más tradicionales y reaccionarios. Si se impusiera esta lógica, un autor tan excepcional como David Lynch y su celebrado Twin Peaks estaría proscrito.

Una inteligencia monocolor. El caso de Apple nos obliga a hacer un salto en el tiempo para ver quién hay detrás de la revolución digital. Y lo que encontramos son sólo hombres blancos e ingenieros. Las inteligencias que han dado lugar a la revolución tecnológica son monócromas, con ausencia de mujeres y humanistas. Lo ejemplifican Jeff Bezos (Amazon), Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Microsoft), Sergey Brin y Larry Page (Google) o Mark Zuckerberg (Facebook). 30 años de revolución digital y en este selecto club de pioneros sólo se ha colado una mujer, Caterina Fake, fundadora de Flickr, y un filósofo experto en Descartes, Larry Sanger, fundador de Wikipedia, ejemplo mundial de economía colaborativa. Un club de hombres blancos que obviamente ha dejado su sello en el sesgo que tiene hoy la revolución digital. Lo advertía hace pocos días la matemática del MIT Cathy O’Neil “los algoritmos pueden empeorar la vida de las personas. Pero el problema no son los algoritmos, sino las personas que los diseñan: la mayoría hombres blancos de mediana edad formados en universidades de élite de los Estados Unidos”.

Del libertarismo a la amenaza de La Gran Regresión. Si en un inicio los pioneros de la revolución digital bebían de una contracultura californiana que quería oponerse a toda forma de dominación, la revolución tecnológica da hoy alas a nuevas formas de dominación, que se han disparado con la explosión de las redes sociales y las aplicaciones para móviles. Las grandes corporaciones acumulan más datos sobre nosotros que los que seamos capaz de imaginar y buena parte de los movimientos políticos más peligrosos se alimentan de este nuevo petróleo. El espíritu contestatario y libertario que se encontraba en la génesis de la revolución tecnológica ha mutado para dar alas a La Gran Regresión. Los Trump, Bolsonaro y Salvini/5 stelle están usando como nadie los datos para manipular una sociedad marcada por el individualismo de masas y los miedos a lo desconocido.

Tecnología para La Gran Reconquista. Sin embargo la tecnología y la innovación pueden ser y son también motor de progreso y extensión del bienestar. Esta es una de las grandes batallas que se está disputando en el tablero global: ¿a qué fines sirve el uso de la tecnología? Para evitar que se imponga un mundo distópico gobernado por unas pocas corporaciones y gobiernos de extrema derecha no queda más alternativa que fijar unas reglas de juego que protejan la democracia y eviten la vulneración de los derechos más básicos. A escala supranacional pero también a escala local.

El liderazgo de Barcelona. En la última Smart City Expo, en la que se ha puesto énfasis a como la tecnología debe servir a las políticas públicas, se anunció la unión de Nueva York, Barcelona y Ámsterdam para promover una carta de derechos digitales: citiesfordigitalrights.org. Defender la libertad de expresión y el derecho a la privacidad; garantizar la igualdad de oportunidades convirtiendo el acceso a internet en un bien básico y promoviendo el open data para que los datos no sean sólo propiedad de unas pocas corporaciones; o prohibir el uso de algoritmos secretos para tomar decisiones políticas son algunos de los ejes que inspiran esta coalición. A la vez, Barcelona, también con Nueva York, Amsterdam y otras 40 ciudades lidera un frente para evitar la “uberización de la economía”, promoviendo una economía colaborativa que no fomente la precariedad o expulsión de vecinos sino que sea motor de oportunidades.

Humanismo digital. Se están empezando a definir unas reglas para el tablero global en el que se juega revolución tecnológica. En Barcelona lo estamos haciendo. Debe hacerse también en Europa. Pero no es suficiente, hay que dar un paso más. Hay que recuperar la mirada humanista, situando de nuevo las artes en el lugar que les corresponde. Si decíamos que la mirada de los fundadores de internet es monocroma no es solo por su color de piel o su sexo, sino también por su formación académica. Necesitamos imperativamente más filosofía, más arte, más pensamiento crítico. Decía recientemente Hans Ulrich Obrist, codirector de la Serpentine Gallery, que “los artistas pueden jugar un papel central. Porque son conscientes del contexto local pero su lengua es global”. Garanticemos los derechos humanos, promovamos una economía en la que la innovación, la ciencia y la tecnología no dejen nadie atrás, pero recuperamos también el arte, el pensamiento y la reflexión crítica. Sólo así podremos construir un nuevo humanismo global para la era digital.

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