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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Riesgo sísmico

Angela Merkel.

Mar Jiménez

Los temblores. El 2019 nos dejará muchas imágenes para la memoria. A finales de año tendremos las galerías que resumirán lo vivido los últimos 365 días. La de las calles de Barcelona convertidas en un campo de batalla será una de ellas. Pero si retrocedemos un poco en el tiempo y ampliamos el zoom recordaremos una que nos impactó profundamente. Angela Merkel sufriendo convulsiones durante la recepción al recién elegido presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski el pasado 18 de junio. El mismo Zelenski que un mes después recibiría la súplica de Trump para investigar a Joe Biden a cambio de ayuda militar. La imagen de la canciller temblando sin control dio la vuelta al mundo. Nos impresionó su cuerpo convulsionando y el tremendo esfuerzo que hizo para mantener la compostura bajo un sol de justicia. La canciller es vista como una de las últimas representantes de una clase política en extinción. Una mandataria respetada a izquierda y derecha, más allá de sus ideas. De modos austeros y valores sólidos, Merkel pertenece a la estirpe de dirigentes surgidos después de la segunda guerra mundial que poco tienen que ver con la líquida política de la era digital. Algunos autores en Alemania compararon los temblores de Merkel con los temblores de los cimientos que sustentaron una determinada ética institucional cada vez más minoritaria: está siendo arrasada por la dictadura de lo inmediato y la tiranía de los spin doctors que priorizan el relato a gobernar y servir al interés común.

El relato. Hoy se gobierna a golpe de tuit. Si es que se llega a gobernar. Porque lo que vemos en la mayoría de los casos es una teatralidad que tiene como único objetivo imponer una narrativa que garantice la hegemonía en el poder y mantenga los privilegios a una pequeñísima parte de la población. Para muestra los 800 tuits que hizo Trump en septiembre. El espectáculo de Salvini en bermudas en verano. O a escala nacional, el espantoso error que ha sido condenar España a unas nuevas elecciones en tiempos de turbulencias. El principal responsable es sin duda Pedro Sánchez, con la inestimable influencia de su asesor áulico, Iván Redondo. El dúo Sánchez-Redondo imaginó en verano un otoño triunfante en el que saldrían reforzados de las urnas. Pablo Iglesias, lejos de leer bien la jugada y entender que el verdadero golpe hubiera sido votar la investidura a cambio de nada para condicionar el Gobierno a posteriori, les sirvió en bandeja al dúo Sánchez-Redondo lo que estaban deseando. Porque este PSOE no gana las elecciones para gobernar. El PSOE del sanchismo-redondismo gana las elecciones para imponer su narrativa. Y en esta dictadura de la comunicación política quien pierde es la ciudadanía. Y aún perderemos más si se confirma como insinúan las encuestas que la derecha puede salir reforzada el 10 de noviembre. Se avecinan tiempos difíciles.

Epicentro. Vienen turbulencias porque el otoño triunfante que soñaron Sánchez-Redondo mutará en un duro invierno. Los episodios de violencia en Cataluñaa tras la durísima y desproporcionada sentencia del procés son la primera muestra. Habrá más. Porque desde Waterloo, donde se entiende la política a golpe de tuit e imágenes para la historia, Puigdemont con su vicario Torra seguirá alimentando el cuanto peor, mejor. Y porque el período electoral ha petrificado a Sánchez convirtiéndolo en una copia de Rajoy. Cataluña y España son ya epicentro de los temblores continentales. Con el agravante de que en Cataluña hace demasiado tiempo que se vive bajo una ficción institucionalizada que llega hasta el último rincón. Un ejemplo: en la cronología que acompaña la exposición de la colección permanente del MACBA, al nivel de la caída del muro de Berlín o la declaración de la Segunda República Española, se indica que en 2017 tuvo lugar el “referéndum sobre la independencia de Cataluña”. Como si más allá de ser una impresionante movilización ciudadana, el 1 de octubre hubiera tenido el reconocimiento internacional y la legitimidad democrática de los referéndums de Escocia o Quebec. ¡Y esto en un museo de arte contemporáneo que debería agitar el pensamiento crítico y cuestionar lo institucional! ¿Qué sentido tiene ir alimentado la ilusión y la falsedad con una gestualidad que sólo generará más frustración e irritación? Carme Forcadell, con una condena a sus espaldas absolutamente disparatada, ha admitido en una autocrítica que le honra que a los líderes del procés les ha faltado empatía con los que no eran independentistas. Así ha sido.

En barrena. Tomemos la palabra en las próximas elecciones, primero en España y luego en Cataluña, y recuperemos inmediatamente el diálogo y la capacidad de entendimiento. Sólo así quizás conseguiremos que el invierno catalán y español no se prolongue más allá de la primavera. Porque España (y Cataluña) pueden entrar en barrena. Aún más. La crisis constitucional, de dimensiones estratosféricas, ya se ha traducido en un retroceso en libertades. La crisis económica enseña sus dientes entre reprimendas de Bruselas al ejecutivo español por el exceso de déficit, lo que después del 10 de noviembre implicará nuevos ajustes y más austeridad. No lo duden. Y entretanto tenemos al Puigdemont-Torra alimentando la mentira de una república catalana que no existe y al dúo Sánchez-Redondo pendientes de ganar el relato, imitando lo peor de la política del PP y convirtiendo la memoria histórica en un espectáculo electoral siniestro con el vuelo de la Momia. Mientras, centenares de miles de muertos siguen abandonados en las cunetas. Bien haría el dúo de la Moncloa de escuchar más al PSC de Batet, Iceta y Cruz. O de tomar nota del ejemplo de Barcelona, donde la alianza de comunes con socialistas liderada por Ada Colau avanza a buen ritmo. Bien haría el dúo Puigemont/Torra de dejar el timón a gente capacitada y convocar ya elecciones.

Contra la falsedad. Susan Sontag afirma en la última página de la magnífica entrevista completa de Rolling Stone que le hizo Jonhatan Cott en 1978 (Alpha Decay en español) que “la tarea del escritor es establecer una relación agresiva y antagónica con la falsedad en todas sus formas [] Creo que siempre debería haber gente independiente que, por quijotesco que suene, se dedique a cortar un par de cabezas, destruir alucinaciones y falsedades y demagogias y complejizar las cosas. Porque hay una tendencia inevitable a simplificarlas”. Releer a una de las grandes intelectuales de nuestro tiempo es una buena manera de sobrellevar el riesgo sísmico que nos acecha.

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