Apostar por el pastoreo para prevenir los incendios forestales
El reciente episodio de incendios forestales que ha sufrido la cornisa cantábrica ha atraído una enorme atención social y mediática, dejando numerosos titulares, palabras gruesas y acusaciones cruzadas, señalando al culpable ajeno, dejando poco espacio para analizar las causas últimas y las medidas eficientes, y alejándonos de una solución real al problema.
Lo cierto es que se trata de una situación repetida de forma periódica, que genera una gran alarma entre la ciudadanía y que, en numerosas ocasiones, se aborda sin el rigor científico y periodístico que necesariamente demandan los problemas relacionados con la gestión del territorio. En palabras de Ricardo Vélez, los incendios son una manifestación de la tensión no resuelta entre las personas y su territorio. Y como las personas y los territorios son entes de gran complejidad, sus tensiones se manifiestan también de forma enredada: desgraciadamente, nada que pueda limitarse a apuntar el dedo hacia una sola causa o agente, ya sean ganaderos y ganaderas, psicópatas, pirómanos o negligentes. Y, por supuesto, esa misma complejidad nos impulsa en la dirección de buscar herramientas y soluciones diferentes, en distintos campos y compartidas por las diferentes personas interesadas.
La investigación científica sobre incendios forestales nos muestra que las causas últimas de un incendio constituyen un factor de riesgo más, que a veces no es el más determinante. Las condiciones atmosféricas, la topografía del lugar, el combustible disponible y la estructura de la vegetación son otros factores clave para evaluar el riesgo de incendio. Por desgracia, las perspectivas no son buenas sobre las condiciones atmosféricas. En un contexto de cambio climático, en el que los modelos a futuro predicen temperaturas más altas, mayores fluctuaciones y sequías más intensas y prolongadas, las condiciones serán progresivamente más favorables a los incendios forestales. Una razón más para luchar contra el cambio climático y tratar de reducir nuestras emisiones de CO2, incluida la contribución de los incendios.
Existe un gran consenso en que la acumulación de material vegetal susceptible de arder es un factor que genera un enorme riesgo de incendio forestal. En este sentido, y huyendo de consideraciones simplistas que se limitan a considerar la vegetación como mero combustible, resulta vital adoptar enfoques integrales que permitan su análisis y tratamiento desde el punto de vista del riesgo de incendios, así como su papel ante el fuego, sin que ello suponga desmerecer cualquier otro de sus muchos valores ecosistémicos, productivos, paisajísticos o culturales.
La vegetación de nuestro territorio ha sido históricamente modelada por la actuación de los herbívoros, antes predominantemente silvestres y posteriormente domésticos. Su acción, junto con las actividades agrarias y forestales (extracción de madera y leñas), fue conformando paisajes diversos en mosaico, que alternaban zonas de bosques y montes densos con amplias áreas cultivadas y pastoreadas que rompían la continuidad de la vegetación. Se disminuía así su potencial papel como combustible ante un incendio, y a la vez, se facilitaba la práctica tradicional de pequeños fuegos controlados como herramienta de gestión. De esa manera se reducía, también, el riesgo de grandes incendios que amenazan a estos territorios de montaña.
Por desgracia, en los últimos años estos paisajes se están abandonando y degradando, ya que las prácticas tradicionales que los sostenían ni resultan rentables bajo las condiciones socioeconómicas actuales ni encuentran un hueco en las políticas agrarias. El resultado es que en las zonas de montaña y las áreas donde la agricultura industrial es más difícil, estos mosaicos se pierden: ya no hay cultivos, ni aprovechamiento de leñas, hay menos rebaños y los matorrales colonizadores van ocupando pastos y bosques. Se crean, así, superficies uniformes y continuas con una alta densidad de vegetación inflamable que elevan el riesgo de grandes incendios forestales. Así, un fuego puede extenderse a lo largo de cientos de hectáreas sin que le falte combustible listo para arder, poniendo en peligro ecosistemas de alto valor natural e incluso propiedades, infraestructuras y vidas humanas.
Desbrozar este tipo de vegetación con medios mecánicos es caro y necesita repetirse a menudo, por lo que solamente se puede utilizar en situaciones muy concretas. Si el aprovechamiento de esta biomasa se consolidase como fuente de energía a escala local podría ser parte de la solución. También se pueden utilizar las mencionadas quemas controladas, como ganaderos y ganaderas vienen haciendo desde tiempo inmemorial. Estas quemas, bien programadas, contribuyen a retirar este tipo de vegetación combustible favoreciendo pastos y medios abiertos menos propensos a quemarse. Eso sí, en las condiciones actuales esta práctica debe realizarse con mucha cautela y apoyo técnico, pues si se escapa el fuego puede hacer mucho daño. Por su parte, el pastoreo resulta ser una estrategia imprescindible para retirar vegetación potencialmente combustible, así como para mantener las zonas abiertas o desbrozadas. Evidentemente, tiene que ser un pastoreo bien dirigido y planificado para que su efecto sea óptimo y debe combinarse con otras estrategias para favorecer la conservación de la naturaleza y el territorio.
La gran ventaja del pastoreo es que aprovecha la biomasa y la transforma en carne, leche, lana y otras producciones de gran calidad, contribuyendo, en definitiva, a la economía local. Eso sí, la ganadería extensiva, que aprovecha este tipo de pastos y recursos, es también una actividad compleja, en la que cabras, vacas, ovejas aprovechan diferentes espacios y se combinan entre sí, rompiendo esa uniformidad que contribuye a la pérdida de hábitats y biodiversidad. Tenemos que volver a ser capaces de manejar grandes superficies, por ejemplo, de la forma en que lo hace un rebaño de ovejas o cabras. El medio rural de nuestro país tiene la cultura, el conocimiento y los recursos técnicos y genéticos, incluidas las razas autóctonas, para hacer frente a esta tarea; aunque no podrá hacerlo sin un decidido apoyo social.
La construcción de un contexto sociopolítico favorable al pastoreo, debería ser, sin duda, una prioridad de nuestra sociedad, ya que se trata de una de las principales herramientas de prevención de incendios y gestión territorial. El marco legal e institucional, en cambio, lejos de apoyar esta actividad, supone muchas veces una traba para su ejercicio. La administración debe huir de la tentación de nombrar culpables y echar balones fuera, y asumir de una vez que solamente una estrategia territorial compartida por toda la sociedad, tanto en el medio urbano como en el rural, puede ser capaz de conseguir victorias reales, frente a los incendios forestales y frente a la verdadera tragedia que se esconde detrás de ellos: el abandono y la despoblación del medio rural.
No es una tarea fácil, y no puede hacerse solamente desde los despachos y las ciudades, es necesario arremangarse y bajar al medio rural a trabajar, en muchas escalas y con muchos instrumentos diferentes, y apostar por un modelo de colaboración entre todas las personas interesadas, ya pertenezcan a las distintas administraciones, a los sectores productivos, a la ganadería o a las organizaciones ecologistas. Enlazando con la situación de cambio climático apuntada, urge aplicar estrategias de prevención eficaces, eficientes y sostenibles, y en estas condiciones, la ganadería extensiva está llamada a ser un pilar fundamental de una nueva política rural.