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De balcones adentro

Una barriada de Huelva

Alberto Garzón Espinosa / Carlos Sánchez Mato

Coordinador de Izquierda Unida / Responsable de Políticas Económicas de Izquierda Unida —

Llevamos una larga temporada escuchando hablar de “la España de los balcones”, una imagen con la que Pablo Casado, Albert Rivera y sus amigos de VOX pretenden evocar los sentimientos patrios. La utilizan de manera recurrente, como si lo más importante fuesen los colores de las banderas que cada cual decide colgar o no de sus respectivas barandillas.

Desgraciadamente se quedan en la fachada, con esos golpes de efecto tan superficiales a los que nos tienen acostumbrados. Y mientras tanto pasan muchas cosas de puertas y balcones adentro. Ocurre que hay familias que sufren los recortes en sanidad y en educación, que tienen familiares dependientes a su cargo, que temen una nueva subida de su alquiler o que encienden la calefacción con cuentagotas por la subida de la factura de la luz.

Porque los diez años de crisis, y siete de recortes y asfixia se han cebado en la gente corriente de nuestros barrios y la desigualdad, la pobreza y la precariedad han crecido. Y se podía haber evitado. Pero cuando más arreciaba la lluvia, los gobiernos de PSOE y PP quitaron el paraguas. Y si las administraciones públicas no cumplen con su obligación fundamental de protección a la gente, además de crecer la desafección, se siembra la semilla del fascismo.

Tras los balcones hay familias que descubren por la tele que los ricos ganan cada vez más mientras ellas no llegan a fin de mes aunque trabajen todo el día o cobren una pensión. Alucinan cuando les dicen que no hay dinero público para la emergencia social y que “hay que apretarse el cinturón” mientras se rescata a la banca o a las grandes empresas constructoras que metieron la pata con sus previsiones en el negocio de las autopistas. Se quedan boquiabiertas cuando Casado llama a tener más hijos sin que se le ocurra pensar en medidas para favorecer la conciliación o afrontar los gastos escolares. Más allá de las fachadas muchas mujeres siguen sufriendo violencias machistas de manera continuada y son asesinadas.

Eso es lo que nos importa, independientemente de la bandera que represente o emocione a cada cual. Y de eso iba el Acuerdo sobre los Presupuestos Generales del Estado que hemos trabajado para sacar adelante. Ni mucho menos era perfecto, pero era bastante mejor que los Presupuestos que tenemos ahora y que seguirán prorrogados hasta la finalización de la legislatura. Aumentaban un 65% el gasto social, que se dice pronto pero eran 12.500 millones destinados a mejorar las condiciones de vida de la gente. Incluían la revalorización de las pensiones; equiparaban los permisos de paternidad y maternidad y preveían más ayudas a la dependencia, mejores programas contra la violencia machista, becas para material escolar e incremento considerable de las políticas de vivienda. Y aunque técnicamente no vaya dentro de los Presupuestos, y precisamente por eso se ha salvado, no se puede dejar de resaltar el incremento hasta los 900 euros mensuales del salario mínimo interprofesional, que solo suscita rechazo a quienes no hacen el esfuerzo de imaginar qué es vivir con 900 euros al mes.

Por eso sonroja a “la España que madruga” que, con diferentes motivos, unos más legítimos que otros, se haya saboteado el primer paso hacia un cambio de rumbo para recuperar parte de los derechos económicos y sociales arrebatados a la mayoría social con la excusa de la crisis. Oponerse a la tramitación y aprobación de unas cuentas que abordan los problemas que quitan el sueño a la gente, es una pésima noticia para quienes sienten como propios esos problemas y un motivo de alegría para quienes necesitan todas las banderas del mundo para esconder su defensa de los que más tienen.

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