Cosas que recordar
Comienzo la tarde intentando no caer en la frivolidad. Entonces me digo que hay algunos libros, pocos, que después de haber terminado su lectura uno piensa que muy poco más se puede añadir a lo allí tratado. Me ha pasado con La revolución rusa, de Richard Pipes. Un estudio exhaustivo de uno de los acontecimientos históricos más importante del siglo XX, cuyas consecuencias parece que aún perduran, escrito con un rigor y una precisión impresionantes. En la misma categoría está La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg. Hannah Arendt afirmó: “Nadie podrá ya escribir sobre estas cuestiones sin recurrir a él”. Se trata de un ensayo que aportó una nueva visión del Holocausto. Su tesis es que es necesario estudiar los mecanismos burocráticos del exterminio, que se debe contar la historia desde el punto de vista de los verdugos y de la administración para comprenderlo. Sin embargo, sus ideas no siempre fueron fáciles de asimilar y, pese a que la primera edición data de 1961, no fue publicado en Israel hasta 2012. Se trata de un libro tan imprescindible como incómodo. Y así, pensando en libros monumentales, paso la tarde “dándole pena a la tristeza”, que diría Bryce Echenique.
Y es en ese preciso instante cuando vienen a mi cabeza otros libros, otras lecturas. Cuenta Juan Cruz del escritor peruano, en su libro Egos revueltos: Una memoria personal de la vida literaria, que en una ocasión, durante una conferencia el autor de Un mundo para Julius estaba medio adormilado por los efectos del whisky, entonces el presentador del acto pronunció el apellido Alvar, y Bryce se espabiló e incorporándose dijo: “¡Eso, eso, todos al bar!” Todos al bar es lo que parece que nos van a pedir las autoridades que hagamos a partir de mañana mismo (ha dicho un juez en el País Vasco que se abran ya porque según parece los epidemiólogos y demás científicos no saben mucho de esto, pero él sí), cuando hasta hace poco no había ni que mirarlos (no digo pisarlos porque estaban cerrados). Tal vez lo hagan porque el apelativo de cierrabares tiene muy mala prensa.
Un juez no, pero sí una jueza ha imputado a una serie de personas por la adjudicación de una mina, a pesar de haber archivado la causa en dos ocasiones anteriores, solicitar el archivo en cuatro ocasiones la fiscalía, y no apreciar ilegalidades ni la IGAE ni la UCO; pero alguien desde su atalaya piensa otra cosa. Y otra cosa es lo que trabajadores ocurrentes e ingeniosos de RTVE han hecho rotulando una noticia sobre la infanta Leonor con el texto: “La infanta Leonor se va de España, como su abuelo.” Y Echenique, no Bryce sino Pablo, ha reaccionado en sus redes sociales, ante la reacción de Rosa María Mateo, hablando del abuso que supondría reprender a esos trabajadores. Eso sí sería un abuso y no lo que ha hecho el obispo de Cartagena, no de Indias ni de Murcia sino de Cartagena de Pérez-Reverte, que en un acto de humildad suprema se ha degradado a capellán (dicen las malas lenguas que lo ha hecho para vacunarse contra el coronavirus antes de que le correspondiera, pero eso habrá que probarlo).
Mala lengua también la de Echenique, no Bryce sino Pablo, porque a quién se le ocurre mentar en una sola frase: envenenamiento, polonio y Pablo Iglesias. ¿No se da cuenta de que Borrell puede preocuparse más de lo que ya está después de su encuentro con el discípulo de Andrei Gromiko, Serguei Lavrov en Moscú? ¿Y de Rusia cuándo llegan las dosis de la vacuna Sputnik, señora von der Leyen? Porque otra cosa no tendrá el gobierno de Rusia, que sí las tienen, pero en conocimientos y experiencia en la investigación, manejo y aplicación de sustancias químicas no hay quien los supere: Litvinenko, Politkovskaya, Yushchenko, Kara-Murza, los Skripal, Verzilov, Navalni… En fin, comenzaba este escrito citando la revolución rusa y termino hablando de Rusia, y vuelven a mi cabeza libros necesarios, insustituibles, que provocan dolor y atención, espanto y admiración, como Contra toda esperanza, de Nadiezhda Mandelstam, para, casi sin aliento, aferrarnos a ese hilo que permite escaparnos de la catástrofe, como Nadiezhda, “gracias a personas que no habían aprendido aún a ser indiferentes”.
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