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Responsabilidad, sí; miedo, no

Vacunación contra el COVID

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Asistimos, entre perplejos e indignados, a numerosas informaciones sobre la vacunación indebida contra la COVID-19 de altos mandos militares, responsables políticos, empleados públicos en activo o jubilados, que saltándose el orden establecido por las autoridades sanitarias, “acceden” a vacunarse para “evitar que se desperdicien dosis de vacuna que no se sabe a quién inyectar”, o son impelidos a hacerlo por colaboradores estrictos que velan por su bienestar. Toda una gama de explicaciones que van de lo grotesco a lo fieramente humano.

Lo que se pone de manifiesto con estos comportamientos mezquinos y egoístas son varias cosas. En primer lugar, la presencia del miedo, una de las emociones más genuinas de la naturaleza humana. Escribe Martha C. Nussbaum en La monarquía del miedo: “El miedo tiende a bloquear la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación constructiva en pos de un futuro mejor.” El miedo enlaza con el egoísmo, el que dicta: “primero los españoles”, “America first” y demás variaciones del desprecio a los demás. No deberíamos olvidar que el miedo es la base del debilitamiento de la convivencia y la democracia. 

Otro factor que explicaría estas actitudes sería el abuso de poder, la arbitrariedad de los que ostentando un cargo de responsabilidad lo utilizan al margen de las directrices o planes establecidos, probablemente amparados en una falsa sensación de impunidad e invulnerabilidad. Lo grave de que se haya administrado la vacuna a buena parte de la cúpula militar estriba en que se ha realizado al margen de un plan previamente establecido y conocido por todos, ni siquiera por el Gobierno; y resulta especialmente inquietante que en la nota de prensa del Estado Mayor de la Defensa, en la que se informa de la dimisión del JEMAD, se nos diga que se va con “la conciencia tranquila”, y con la sensación de que “falta aún mucho por comprender de la idiosincrasia y forma de trabajar de los ejércitos.” Reconozco que cuando leo o escucho la palabra idiosincrasia me pongo nervioso, pero cuando va relacionada con el vocablo ejércitos entonces me pongo más nervioso.

En esta carrera de “sálvese quien pueda” o “vacúnese quien pueda” no es posible establecer un perfil nítido del ventajista. Los hay de toda clase, género y condición. Nos encontramos con algo que es transversal: generales, gerentes de hospitales, administrativos, personal de mantenimiento, políticos, jubilados… ¿Cómo es posible que tantas personas, algunas de ellas preparadas y con importantes responsabilidades públicas e institucionales, incurran en comportamientos tan irresponsables, insolidarios y egoístas? ¿Qué está pasando para que tanta gente participe en este triste espectáculo? Tal vez sea porque en un momento de una gran debilidad institucional como en el que nos encontramos resulta más complicado frenar o encauzar el miedo y la irresponsabilidad que ha creado la pandemia. Crisis de las instituciones, derivada también de una transferencia de responsabilidades difusa y de una polarización destructiva y paralizante, que ha llegado cuando aún no nos habíamos recuperado de los efectos de la crisis de 2008; y todo ello en un contexto en el que el populismo y las ideas tóxicas se expanden con gran facilidad.

Para resolver este asunto de las vacunaciones fraudulentas además del reproche y la sanción de los que aprovechándose de su posición han recibido una vacuna que debería haber sido utilizada en otros más vulnerables o que están expuestos a más riesgos, deberíamos centrarnos en analizar las debilidades y los fallos en la organización y gestión de una campaña que debería funcionar con unos controles y unas garantías a prueba de defraudadores y tramposos. El miedo y el egoísmo que provocan el fraude se combaten con protocolos y planes claros y transparentes; y con la capacidad de ponerse en los zapatos de los demás, fomentando la empatía. Los encargados de aportar estos elementos somos todos, pero especialmente las administraciones y las autoridades. No sirven de nada los pronunciamientos grandilocuentes para ver quién es más duro o más ingenioso a la hora de anunciar castigos para estos adelantados (aplíquese lo que proceda de la manera en que Azaña decía que había que aplicar la ley: fría e implacablemente); son más necesarios el rigor y la eficacia en la aplicación de esos planes. Y, además, son imprescindibles grandes dosis de responsabilidad e inteligencia por parte de todos, fundamentalmente porque hay que evitar, como ha escrito Michael J. Sandel, que surja alguien que sepa “explotar el abundante manantial de ansiedades, frustraciones y agravios legítimos…” que pueden estar aflorando y a los que parece que no sabemos dar una respuesta convincente.

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