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COVID-19 en la UCI: el triunfo de la vida

Personal sanitario totalmente protegido atiende a un paciente ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Infanta Sofía en San Sebastián de los Reyes (Madrid) durante la epidemia de coronavirus

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El confinamiento se había acabado y podíamos salir por la ciudad, así que me dirigí al Museo del Prado a ver una exposición titulada “Reencuentro”, con la que se celebraba su reapertura. Había leído que se trataba de una selección de obras maestras de grandes genios de la pintura universal. Uno de los primeros cuadros que vi fue “El Triunfo de la Muerte” de Pieter Brueghel el Viejo, pintado hacia 1562, en el que se podía ver, sobre un paisaje calcinado y desolador al fondo, multitud de escenas en las que un ejército de calaveras con guadañas mataba a cientos de ciudadanos indefensos con gran violencia y crueldad. Una representación de la lucha eterna de la humanidad entre la vida y la muerte.

Es probable que el pintor viviera algunas de las innumerables guerras y epidemias, como la peste negra, que asolaron Europa en aquella época y las quiso representar en su obra. El cuadro ejerce una fascinación inmediata en el espectador que quizás sea debida a que presenta ante nuestros ojos una de las verdades absolutas de la vida, lo inexorable de la muerte.

Asocié enseguida las imágenes con nuestra pandemia actual, por la cual todos íbamos con mascarilla en el museo y nos habían realizado un control de temperatura a la entrada, y con el demoledor e interminable recuento diario de los miles de enfermos y fallecidos en todo el mundo, que escuchábamos en los medios de comunicación. También recordé a mis antiguos compañeros de las UCI y los imaginé totalmente abrumados por tener que atender a una avalancha de pacientes con una enfermedad para la que no existía tratamiento específico y, al principio, sin equipos de protección individual para ellos, temiendo contagiarse y transmitirla a sus familias.

Una de las situaciones más dramáticas a las que puede enfrentarse un intensivista en una catástrofe, guerra o epidemia es tener que decidir qué pacientes deben de ser ingresados y conectados a un respirador cuando lo precisen y cuáles no, considerando que en esas circunstancias excepcionales, el número de pacientes supera al de camas y respiradores. El principio moral que rige la ética profesional, de buscar siempre con nuestro trabajo la salud de todos nuestros pacientes, puede verse comprometido en una situación de pandemia, aunque uno no se enfrente solo a ella. Las agrupaciones de especialistas establecieron pronto guías y protocolos para ayudar a los profesionales a trabajar en la pandemia actual.

En las revistas de la especialidad, las sociedades científicas nacionales e internacionales habían publicado, en el pasado mes de marzo, recomendaciones para ayudar a los médicos y al personal de enfermería a trabajar en las actuales circunstancias, incluyendo procedimientos para la toma de decisiones, cuando el enorme número de pacientes que acudían a los hospitales y podían precisar ingreso en UCI, superaran al número de camas y de respiradores disponibles. Básicamente, las recomendaciones tratan de definir, en base a los datos clínicos que presenta cada paciente, el nivel de gravedad, no solo de su situación clínica actual por la COVID-19, sino también por las enfermedades previas que padeciera, con su estadio evolutivo y pronóstico vital, además de la edad ( aunque nunca como valor absoluto y único) y, con todos esos datos, establecer las posibilidades de supervivencia de cada paciente, teniendo en cuenta el concepto de “años de vida que se podían salvar,” al seleccionar a un paciente y no a otro para su ingreso en la UCI.

Priorizar los años de vida futuros que se pueden conseguir, como criterio para el triaje de los pacientes, obliga, inexorablemente, a decidir quién puede vivir, si supera la enfermedad, y quién puede morir muy probablemente, atendido con tratamiento paliativo, pero sin el respirador que necesita y al que en circunstancias normales, fuera de la epidemia, se le hubiera conectado. Esta obligación de tener que seleccionar pacientes, puede entrar en contradicción, aparentemente, con la ética profesional, la cual nos induce a tratar a todos los pacientes por igual, con las técnicas y conocimientos disponibles en ese momento, atendiéndolos “según lleguen”, pero esta opción no contempla a los pacientes que acuden al hospital, cuando en las UCI no se dispone de recursos sanitarios para atenderlos.

Con los procedimientos recomendados para la selección, se busca racionalizar la atención a una demanda asistencial desbordada por la pandemia y cumplir con las exigencias éticas en momentos extraordinarios. Pero a veces, la realidad no es tan nítida y pueden aparecer dudas al aplicar los criterios de cálculo sobre las probabilidades de supervivencia de los pacientes individuales, sobre todo, al considerar que conllevan consecuencias irreversibles para otros pacientes.

Esto puede originar confusión en la aplicación de las recomendaciones y también frustración, al no poder atender bien a todos los pacientes que lo necesitan. La persistencia de tener que vivir esta situación repetidamente, puede generar sentimientos de traición, ira y temor, al sentirse desprotegido, y la realización de la selección de pacientes, con arreglo a las recomendaciones establecidas, al entrar en contradicción con el principio moral básico comentado anteriormente, (buscar siempre lo mejor para todos los pacientes) puede producir un daño moral a los profesionales. Si se produce este daño, es conveniente comunicarlo y escuchar las referencias de otros para no sentirse solos en la propia incomodidad moral, en la comunidad en que se vive, en el país y en el tiempo.

Pensar en las vidas que podían haberse salvado y que, por las circunstancias excepcionales, no se ha hecho, no puede ocultar la gran mayoría de vidas que se han salvado de los pacientes que ingresaron, gracias al trabajo de los profesionales sanitarios, arrancándolas de una muerte muy probable y que deben ser consideradas globalmente como un gran triunfo de la vida sobre la muerte. Esos años de vida futura que se han ganado a la muerte no solo constituyen la recompensa moral para los profesionales sanitarios por las tribulaciones pasadas, sino que son un ejemplo de lo que la humanidad puede conseguir cuando los recursos se utilizan con una finalidad social. Nadie puede saber cuántas vidas se hubieran podido salvar en esta pandemia, si el sistema sanitario hubiera podido disponer de más recursos, disminuidos por los recortes económicos de las políticas neoliberales practicadas en los últimos años.

Quizás Pieter Brueghel el Viejo cuando reflejó, en el rincón inferior derecho del cuadro, a una pareja de enamorados tocando el laúd, ajenos a la matanza que les rodea, como símbolo y expresión de la vida, quiso darnos también un resquicio a la esperanza para el futuro de la humanidad en esos momentos trágicos que son representados. Después de todo lo que hemos vivido en los últimos meses, quizás ahora nos ocurra a nosotros lo mismo que a Gilgamesh, el héroe del poema más antiguo que se conoce en la historia, un rey que emprendió un gran viaje a la búsqueda de la inmortalidad y cuando descubrió que esta no existía, al final, comprendió que era necesario mirar con otros ojos la realidad que le rodeaba, con todos los pequeños detalles que poseía y no valoraba. Así, nosotros, que no buscábamos la inmortalidad, sino tan solo librarnos de la muerte, quizás podamos también aprender a valorar las pequeñas cosas de nuestra realidad y a mirarla con otros ojos.

Acabé la visita a la exposición y salí al exterior buscando un banco a la sombra, abrumado por las maravillas que había contemplado y por todo lo que había pensado. Sentí el frescor de la primavera, reparando en que a mi alrededor, las palomas, confiadas, picoteaban en el suelo mientras unos jardineros recortaban los setos de boj a las puertas del Jardín Botánico y en el Paseo del Prado, el tráfico indicaba que el ajetreo de la vida de la ciudad continuaba.

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