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Crisis territorial y fin de ciclo electoral

Alberto Núñez Feijóo celebra su victoria en las elecciones gallegas

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Las elecciones autonómicas vascas y gallegas ha vuelto a poner encima de la mesa, en toda su dimensión, la cuestión territorial en España, cuando ésta parecía diluida primero por el largo bloqueo y la degradación de la crisis catalana y ahora por el impacto disruptivo de la crisis de la pandemia.

El resultado es la continuidad del nacionalismo y el regionalismo conservador en ambos gobiernos como garantía frente a la incertidumbre, pero tampoco se puede ocultar la fuerte subida de los respectivos proyectos de izquierda independentista en Euskadi y Galicia, y por tanto su impacto en la política autonómica y también en la estatal.

Con ello se demuestra, de nuevo, que las pandemias no provocan cambios de época por sí mismas, ni tampoco nos hacen mejores, peores ni más fuertes. Si acaso, su tremendo impacto económico y social nos ha debilitado y ha aumentado la incertidumbre, al tiempo que está provocando la aceleración de procesos que ya estaba en marcha con anterioridad.

En este sentido, continúa la baja participación electoral, especialmente en el ámbito autonómico en general y en particular en Euskadi, poniendo en evidencia una crisis global de la política que no ha hecho más que agravarse con los acontecimientos vividos en los últimos tiempos.

Tanto el malestar social del desempleo y la precariedad, como la crisis de confianza en la política de crispación o como consecuencia de la corrupción política, acentúan la crisis de legitimidad de las instituciones democráticas.

En este sentido, se agrava la desafección política de una parte del electorado vasco, en particular el no nacionalista, que no se ve representado ni los unos en el gobierno con el PNV ni los otros en una oposición radical de las derechas en Euskadi.

En Galicia, el partido popular de Feijóo logra consolidarse ocupando el espacio de un regionalismo o nacionalismo conservador, al tiempo que cierra el paso a la extrema derecha.

Al final, ha primado sobre todo el apoyo al continuismo, la gestión y la seguridad para gobernar en tiempos de miedo e incertidumbre provocados por la covid19.

La oposición se ha vuelto a polarizar y concentrar, está vez en las fuerzas identitarias tradicionales frente a aquellas, más transversales, que se reclamaban de la llamada nueva política. Unas fuerzas independentistas que han logrado representar el sentimiento de identidad y el comunitarismo frente a las consecuencias sociales de la globalización económica y la ofensiva política de la extrema derecha antinacionalista.

Esa polarización política ha sido también generacional, con los votantes maduros del lado de la moderación y la continuidad, y los jóvenes del lado de la impugnación del modelo y de la radicalidad en ambas comunidades.

En este sentido, los gobiernos continuistas y la polarización básicamente comunitaria, consolidan una dialéctica política con un componente predominantemente identitario y en mucha menor medida de clase, con el consiguiente debilitamiento de los proyectos de izquierdas.

Porque, aunque frente a lo esperado, el PSOE se mantiene y no sufre el desgaste, tampoco consigue ventaja alguna de las importantes medidas sociales del gobierno en tiempo de pandemia. Sigue sin ser alternativa en Euskadi y ni siquiera en Galicia. Muy por el contrario tiene un papel secundario, aunque clave en el gobierno en Euskadi, pero tan solo un papel de reparto en Galicia.

Además, ve tocada a Unidas Podemos, su coaligada en el gobierno del Estado, y por contra ve reforzado el polo nacionalista e independentista en ambas comunidades y como consecuencia en la política española, Todo ello en el momento en que la mirada ya está puesta en las próximas elecciones en Cataluña.

En cuanto a la derecha, se quiebra después de dos años su estrategia de oposición radical al rebufo de la extrema derecha, defendida por Casado frente al gobierno social comunista de Sánchez y como principal y única aportación a la pandemia. Por una parte con el fracaso de la candidatura de Iturgaiz como dique frente a Vox, la pérdida de la mitad de los escaños y la entrada de Vox por Álava. Por otra, con el triunfo de la moderación regionalista de Feijóo en Galicia.

En cuanto a la llamada 'nueva política', surgida de la recesión económica y la crisis política del 15M, todo apunta a un fin de ciclo, tanto para Podemos como para Ciudadanos. Al menos ahora, con el fracaso del resultado en las comunidades históricas de Euskadi y Galicia, aunque ya venga de lejos y tenga precedentes.

Sus previsibles e inmediatos efectos a nivel del Estado parecen negativos para sus respectivos proyectos, sobre todo cuando en ambos casos se encuentran al inicio de un cambio de estrategia. Unidas Podemos adaptándose a la gestión en el gobierno de coalición, y Ciudadanos apenas abriéndose al diálogo y la cooperación con el gobierno, después de un periodo de dura confrontación.

Ambos también con los pies de barro como formaciones políticas y como consecuencia en el territorio. Así, frente a las proclamas de la democracia participativa y las primarias, la realidad del personalismo, el monolitismo y la exclusión del discrepante, pero también el oportunismo político, les han continuado pasando factura electoral. Han ido del desgaste al desplome y ahora al descalabro.

El papel de Ciudadanos en la gobernabilidad del Estado y su giro al centro se consolida como su única posibilidad de supervivencia.

Por otro lado, la coalición de gobierno con el PSOE no ha logrado parar la sangría orgánica y electoral de Unidas Podemos. Paga, sin embargo, los platos rotos de la sobre exposición mediática y de la participación en la gestión, sin rentabilizar sus indudables aportaciones a una salida social de la crisis de la pandemia como el salario mínimo los ERTEs o el salario mínimo vital.

En definitiva, UP ya no es creíble como proyecto radical de denuncia, a medio camino del populismo y el radicalismo, pero tampoco acaba de cuajar en el imaginario popular como proyecto serio y con capacidad de gestión desde la izquierda.

Finalmente, el populismo político y sus eficaces paradigmas han sido secuestrados, incluso más allá de nuestras fronteras, por la extrema derecha, esterilizándolo. Todo ello, sin perjuicio de que el clima populista siga presente en el debate público y en la política.

Se ha dicho autocríticamente que el resultado en Euskadi y Galicia ha sido un fracaso sin paliativos para la izquierda de Unidas Podemos, pero que se trata de un proceso electoral específico y en dos territorios históricos acotados, y por tanto que es difícilmente extrapolable.

Sin embargo, estos resultados, como las pandemias, solo aceleran procesos que vienen ya de atrás. No se trata pues de extrapolar, sino de analizar la pendiente descendente de los resultados electorales y de corregir errores.Todo ello sin recurrir al comodín del enemigo interno o responsabilizar a las organizaciones territoriales o a los candidatos. Se trata de adaptar el proyecto para hacerlo más plural, más integrador y más útil.

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