Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El furor del consenso frente a la mayoría presupuestaria

El vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, junto al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la presentación de las claves de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) 2021.

1

Los consensos solo caben en una lógica polarizada y en una estrategia populista como iconos de un pasado, tan sacralizado como denostado, o como ariete para la exclusión, la descalificación y deslegitimación permanente del adversario. Situados en el terreno de los principios, hemos dejado de lado lo fundamental, la política y su expresión presupuestaria para hacer frente a la crisis provocada por la pandemia. Un instrumento esencial también para incorporar los fondos europeos de recuperación económica, cohesión social y modernización de nuestro tejido productivo. 

Hasta ahora parecía que nuestro principal problema con la crisis de representación, a partir de la recesión económica y el 15M, era la gobernanza. Sin embargo, cuando ésta avanza con la configuración primero de un gobierno de coalición y una mayoría de investidura inéditas, y más recientemente con el logro de la mayoría para la aprobación de los primeros Presupuestos desde 2018, parece que el objetivo enunciado hubiera pasado a un segundo plano. Y ahora además se echa de menos un acuerdo transversal o algo mucho más amplio, o sea el famoso consenso que ahora se reclama con furor, ante una situación de emergencia como la pandemia y sus devastadoras consecuencias económicas y sociales. No obstante, la pregunta es si se trata de una voluntad real o por el contrario de una estrategia contra la mayoría de gobierno, también si tiene precedentes cercanos que lo avalen y, ante todo, si es posible. 

El llamamiento al consenso carece de credibilidad si éste se realiza desde la lógica del más acendrado populismo trumpiano que envuelve hoy la política nacional. Sin embargo, hemos sufrido un daño constante por parte de los actuales agitadores del consenso, primero de deslegitimación de la moción de censura como procedimiento constitucional para la remoción del Gobierno. Y, lo que es peor, desde hace un año se cuestiona el resultado electoral, supuestamente por estar basado en falsas promesas, así como el Gobierno de coalición motejado como socialcomunista y sus apoyos de investidura a los que se califica como antipatrióticos e inconstitucionales. 

Ya en la gestión de la crisis sin precedentes como es la de la pandemia de la COVID-19, todas las medidas adoptadas por el Gobierno, tan solo con unos breves y menores momentos iniciales de respiro, han sido sistemáticamente objeto de descalificación, cuando no de confrontación, con argumentos que van desde su carácter ideológico, la mala gestión, hasta su carácter autoritario, golpista e incluso criminal, al parecer alentado por intereses eugénesicos inconfesables. Otra oportunidad perdida para ejercitar el tan proclamado consenso. 

Tanto la derecha del PP como la extrema derecha se han instalado en un modelo de oposición populista en que lo de menos son los hechos y por el contrario triunfan los falsos relatos, las fake news y las teorías conspirativas, y en que los momentos cruciales como las prórrogas del estado de alarma a partir de mayo, no han sido una oportunidad para ningún tipo de mayoría transversal ni mucho menos de consenso, sino una palanca para llevar al paroxismo la estrategia de desestabilización liderada intelectual y políticamente por la extrema derecha. Una extraña mezcla de neofranquismo frailuno y sucedáneo castizo de Donald Trump.

El límite infranqueable de esta estrategia vicaria del PP ha sido su fracaso electoral en Euskadi y Galicia a manos de los partidos y sectores internos tradicionales, y más tarde la moción de censura presentada por Vox, que más allá de la formalidad de presentarse frente al Gobierno de coalición progresista, en realidad se trataba de un intento finalmente frustrado de la extrema derecha de disputar la hegemonía del conjunto de la derecha al PP. Aunque el desmarque en el debate por parte de Casado del proyecto antisistema y antieuropeo de Vox no haya tenido continuidad ni desarrollo claro hacia el centro derecha, ya que sabe que no será presidente sin el apoyo de Vox.

Casado se desmarca de Abascal y afirma su liderazgo en la derecha, pero seguirá necesitando el apoyo de Vox en Madrid, Andalucía y Murcia. Por eso, ha mantenido incólumes las alianzas que le unen a la extrema derecha en CCAA y municipios, y ha puesto el punto final a la frustrada experiencia de las coaliciones autonómicas con Ciudadanos. La última prueba de ello ha sido la negativa a la coalición cara a las próximas elecciones en Cataluña, a pesar de la amenaza electoral que para el PP todavía supone la extrema derecha. 

Ciudadanos, por otra parte, ha sido una víctima populista a manos de otro populismo más eficaz y coherente con sus lógicas. La lógica populista de Ciudadanos ha muerto a manos de Vox y de un PP polarizado. Ciudadanos ya no es relevante. Es cierto que a raíz del cambio de Rivera por Arrimadas y del reciente congreso en que constata que sus dos competidores han asumido su discursos y sus prácticas fundacionales, Arrimadas, la nueva responsable del partido, ha adoptado una nueva estrategia de desmarque de la imagen de Colón, punto culminante de la estrategia populista conservadora. 

Así, acuciados por la búsqueda de su lugar en la derecha tomaron una actitud errática que los ha llevado de los gobiernos de coalición con el apoyo tripartito de las derechas, a proporcionar apoyos al Gobierno de izquierdas en las últimas prórrogas del estado de alarma, los gestos desde los gobiernos compartidos en CCAA como Castilla León o Madrid, y más tarde la disposición a la negociación y al acuerdo para sustituir en la mayoría de apoyo a los Presupuestos a la mayoría de investidura, para ahora volver al nicho de Colón sin solución de continuidad. Una estrategia que tampoco ha contado con el apoyo del conjunto de los dirigentes de Ciudadanos, que, surgidos del sustrato político de la polarización nacionalista y el populismo de la nueva política, han aprovechado la enmienda de ERC a la ley Celaá para marcarle los límites identitarios a la nueva dirección. 

Por eso se ha recompuesto la mayoría de investidura con una rapidez y una fortaleza inesperadas, a partir del fracaso de la moción de censura. Es desde entonces que Sánchez se garantizaba la legislatura, despejaba la ruta a los Presupuestos y al tiempo abría la negociación de la renovación de los cargos institucionales. Tampoco dentro de la parte de Unidas Podemos del Gobierno de coalición se ha asumido como necesidad, sino como peligro de derechización, la mencionada transversalidad, de manera que ésta ha fracasado por los vetos mutuos de una misma naturaleza populista escindida en dos frentes políticos. Tampoco desde entonces, entre los sectores políticos y mediáticos, tanto de la derecha como de los llamados progresistas moderados representado por antiguos dirigentes del PSOE, el objetivo ha sido la proclamada transversalidad o el consenso en materias esenciales, sino acentuar las contradicciones de la política de alianzas entre los coaligados, por un lado destacando el papel de Pablo Iglesias en una supuesta bicefalia con Sánchez y por otro respaldando la posición histérica de la derecha ante el apoyo presupuestario de Bildu. En definitiva, hemos pasado pues del escándalo por los apoyos inconstitucionales de investidura al de los apoyos presupuestarios de los herederos de ETA. La ausencia de límites del populismo en la búsqueda del poder hace viable la utilización del dolor de las víctimas, aun a pesar de la erosión de la convivencia democrática que tienen estos discursos. La democracia no es un objetivo para la lógica populista es un medio, muchas veces, insuficiente. 

El furor consensual, al que aludimos, hace del consenso un mero instrumento para cuestionar la importancia de la gobernanza, las mayorías plurales y de la aprobación de los Presupuestos. Así, se contrapone un consenso ideal, hoy por hoy inalcanzable, tanto a la mayoría de investidura ajustada con la que se ha aprobado la Ley de Educación como en particular con la mayoría ampliada de los Presupuestos. Los sectores pretendidamente favorables a una política autodenominada de moderación están haciendo estos llamamientos al consenso desde una práctica populista, sólo para cuestionar la coalición de izquierdas y el derecho a la participación política y el acuerdo con las opciones independentistas. Los consensos solo caben en una lógica polarizada y en una estrategia populista como iconos de un pasado, tan sacralizado como denostado, o como ariete para la descalificación permanente del adversario. 

La saludable e imprescindible opción por el diálogo, el pacto y las mayorías plurales en democracia no impiden la formación de mayorías más amplias transversales o los consensos, pero estos no pueden ser utilizados como un derecho de veto a la pluralidad ni a la gobernabilidad. En resumen, la derecha, está toda ella sumergida en las mismas lógicas del populismo izquierdista que tanto critica, cuando cuestiona la propia política y el Parlamento como foro de la deliberación, es decir, la propia democracia. 

En un apunte final podemos añadir que si no es el Parlamento el lugar en el cual se pueden superar intelectual y políticamente las tendencias centrífugas que padece nuestro Estado para incorporar a todas las fuerzas políticas a la construcción de un mismo estado, ¿dónde se puede hacer? Tan ciego está el populismo conservador al excluir del concierto democrático a los nacionalismos independentistas, como el populismo de izquierdas al pensar que esta incorporación bastará para que se comprometan a construir un futuro común. Para lograr el éxito en esta necesaria empresa se necesita en primer lugar la recuperación también de la idea de consenso como punto central del sistema político y de las reformas constitucionales. Por eso, todo lo que hoy se reclama con furor, como el consenso, entendido como instrumento para la exclusión y la confrontación, pertenece más al clima populista que al pensamiento de la democracia representativa.

Etiquetas
stats