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Medidas rápidas y necesarias para mejorar el transporte público

Los buses madrileños reducen el 75 % de su aforo: 20 viajeros en los estándar

Catalina García

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Los peores augurios se cumplen: tras la crisis social, ecológica, económica y cultural, algunos responsables políticos llaman a abandonar el transporte público y a elegir, de manera masiva, el coche como modo de transporte habitual. Responsables directos de la gestión del transporte público han afirmado que sólo se podrán atender un tercio de los viajes que se realizaban en la situación previa a la pandemia, confundiendo capacidad del sistema con demanda del mismo, como si el transporte público estuviera lleno todo el día.

Parece obvio que es el momento de aumentar la oferta de transporte público para poder cubrir la demanda y garantizar que no habrá hacinamientos en metro, cercanías o autobuses. Debe ser un plan que considere los distintos escenarios temporales. En el medio y largo plazo quedan medidas reclamadas durante décadas para mejorar el servicio: contratación de personal, mejora de infraestructuras e inversiones para ampliar la flota, especialmente en material ferroviario; pero en el corto plazo se puede y se debe apostar por la priorización del transporte público en la ciudad.

Nuestros ojos deben dirigirse al sistema de autobús, principalmente. Es el modo de transporte del que dispone la mayoría de los municipios, el más flexible y el que mejor puede responder de manera rápida a una redistribución de la demanda. Sin embargo, los autobuses sufren como ningún otro medio las ineficiencias de un sistema pensado para el coche: los atascos y la semaforización ralentizan un servicio cuyas velocidades medias en España rondan los 12-13 km/h. Los autobuses se quedan parados en mitad de atascos infinitos, para desesperación tanto de las viajeras como del personal de conducción. La solución se conoce desde hace años y es rápida y fácil de implementar: necesitamos una red de carriles bus que garantice una mayor velocidad al sistema.

Es la manera inmediata de aumentar la oferta de transporte en superficie de manera espectacular: los mismos buses, el mismo personal de conducción, pero con capacidad de transportar a más gente, disminuyendo los tiempos de espera. Es una solución que solo requiere de unas marcas viales y que debería mantenerse en el largo plazo, ya que favorece la movilidad en las ciudades. Además, es necesario poner en marcha la llamada “priorización semafórica”, que consiste en dar preferencia al autobús en las intersecciones, de manera que aumente su capacidad de transporte. El objetivo es mover más personas y de forma más sostenible.

Los sistemas ferroviarios, como el metro, el tranvía o los trenes de cercanías, también son susceptibles de mejoras puramente operativas que incrementen su capacidad. Por ejemplo, las líneas pueden modificar sus cabeceras de manera planificada, para atender la demanda en cada momento. De este modo, se incrementa la frecuencia en los tramos más cargados y se evita que todos los trenes tengan que recorrer la línea completa. Del mismo modo, el servicio de Cercanías podría realizar trayectos exprés desde las localidades más alejadas, utilizando trenes que estaban cubriendo servicios de Media Distancia, ya que se han reducido los servicios interprovinciales.

Además, el sistema en su conjunto tiene que ser más flexible. Los billetes del transporte público siguen funcionando como los billetes en papel del pasado siglo, puesto que la tecnología nos los ha cambiado por un trocito de plástico pero no los ha mejorado en esencia. Los abonos de transporte temporales quizá no tengan sentido ya en una situación donde es posible que no todos los días se pueda usar el transporte público, ya sea por un fomento del teletrabajo, ya sea por un fomento de los modos activos.

Tenemos que empezar a implementar medidas como el postpago del transporte, donde tú, con tu trocito de plástico, accedes a los distintos modos de transporte y, a final de mes, te hacen el cargo en una cuenta con la mejor de las tarifas posibles. Esto ni siquiera implicaría cambiar el sistema tarifario, que también tendría que ser revisado, sino que aportaría a la ciudadanía mucha más flexibilidad y confianza en un sistema que está en tela de juicio.

De igual modo, la operación también debe ser más flexible e introducir el transporte a la demanda como uno de los servicios a prestar de manera casi inmediata. Líneas que se ponen en funcionamiento sólo cuando las personas las necesitan, que cubren trayectos que ahora mismo están abandonados por el sistema de transporte público. Tenemos la tecnología, sólo necesitamos usarla.

El punto de partida debe ser este: analizar los datos disponibles así como las posibilidades de aumento de la capacidad en el corto plazo, para poner en marcha los mecanismos que aseguren un mejor servicio en el medio plazo; sumado a una comunicación responsable que no señale al transporte público como un medio a evitar y condene a nuestras calles a la acumulación aún mayor de coches. Nadie echa de menos los atascos.

En definitiva, el transporte público es y seguirá siendo la espina dorsal de cualquier gran ciudad. Debe abanderar la salida de esta crisis, reforzado y protegido. Nos estamos jugando nuestra salud, nuestra calidad de vida.

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