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Ojos que no ven… La verdad no es solo una cifra de muertes

Morgue de Collserola, en Barcelona

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“Sólo los capitanes y los reyes cuentan los caídos por millares, precisamente porque no tienen que mirar a los ojos a ninguno. Él, como todo soldado en la batalla, no vio más que un solo cadáver, y eso fue suficiente. Vio el rostro de un hombre que moría y en ese rostro la voluntad truncada de un último gesto; vio el temblor de su agonía, sus ojos cerrados o todavía abiertos…”. 

(Juan Gómez Bárcena, Ni siquiera los muertos

Durante la primera oleada de la pandemia los espectadores nos confrontábamos cada día con un número de muertos, primero en ascenso y después en descenso. El incremento sostenido de víctimas actuaba como un síntoma del descontrol de la situación y como un refuerzo para la aceptación de confinamiento tan duro e inesperado en el que pasamos varios meses, con la inicial esperanza frustrada de que muy pronto finalizase. El miedo variaba paralelamente al número de las víctimas que nos repetían de forma escrita y verbal en cada informativo y el restablecimiento de la esperanza, aumentaba con su disminución diaria. Quizá en esta segunda ola se repita la misma pauta. 

El número de muertos no es la verdad, es solo una parte de ella. Es necesario ver el sufrimiento, el dolor, porque la verdad no se instala en nosotros hasta que no nos duele. La simple información, los datos estadísticos por muy pormenorizados que sean, no son la garantía de que los espectadores sepan, se hagan cargo, de lo que ocurre. Para que interioricen lo que ocurre deben ser impactados en sus emociones. Es cierto que del conocimiento de los fríos datos de cifras de muertos surge la sensación de riesgo personal, la amenaza de enfermedad, en definitiva, el miedo.

Pero no todas las emociones que se suscitan tienen los mismos efectos. No basta con experimentar miedo. Incluso la provocación de miedo puede sobrar y ser un obstáculo más en la superación de las condiciones necesariamente impuestas, como ha ocurrido cuando algunos individuos se convierten  en policías suplementarios que acusan sin razón o se exceden en sus recriminaciones ante otros. En cambio la percepción del dolor de los otros tiene otros efectos, en general, positivos y movilizadores. 

Nos faltan imágenes, detalladas, explicitas y graficas del sufrimiento. Y es difícilmente explicable que en la era de la imagen se nos hurten escenas tan necesarias. Las imágenes tienen importantísimas funciones psicosociales Al menos dos: Su valor de testimonio de una realidad y su valor movilizador de emociones y sentimientos. 

¿Cómo comprender el relato de la guerra de Bertolt Brecht sin sus montajes fotográficos, o la guerra de Irak sin las fotos de Abu Graib? las imágenes del terremoto de Lisboa tuvieron un valor de verdad, un valor testimonial de las enormes dimensiones del daño sufrido pero sin duda movilizaron la opinión pública y movieron a tomar medidas contra posibles terremotos. Ni qué decir tiene lo que conmovieron la imagen de las Torres Gemelas y las de nuestra estación de Atocha atacadas por el terrorismo. Y ¿qué vamos a decir de la representación visual de la tremenda violencia producida por el nazismo? Susan Sontag revela en su libro Ante el dolor de los demás que la visión de fotografías  de campos de concentración cuando tenía 9 años fueron una “epifanía negativa”, algo que le hizo dividir su percepción y emoción ante el mundo en un antes y un después. La foto del niño sirio Aylan Kurdi, que los espectadores occidentales o mundiales recordaremos durante mucho tiempo, produjo búsquedas masivas de información sobre la guerra de Siria y movilizó no pocos recursos de ayuda. La ciudad de Bérgamo cobró protagonismo y emoción para Europa en la primera ola de la pandemia cuando se mostraron las imágenes de sus féretros saliendo de los hospitales en camiones militares. Nuestros semejantes cercanos estaban sufriendo… 

Necesitamos más imágenes explícitas y gráficas de esta tragedia. Del sufrimiento de todas las víctimas, los que mueren, de sus familiares que no han podido despedirse, de los sanitarios que se infectan, de los sanitarios que sufren por el dolor que están viendo, de  las personas que ven sus vidas destrozadas y sin futuro por la pérdida de sus empleos y sus negocios… de la precariedad en muchas otras victimas 

Claro está que alguien puede calificar esta propuesta de morbosa. El llamado morbo es muy rechazado por el lenguaje popular, se connota muy negativamente, tiene muy mala fama.  Pero, como dice el filósofo de la imagen Georges Didi-Huberman Las imágenes son inocentes, el morbo está en la mirada.

La información precisa y veraz es uno de los derechos y obligaciones de la prensa en democracia. Todo lo que sirva para informar es valioso y necesario. La conveniencia de mostrar una escena de violencia, sufrimiento incluso de horror, no debería derivarse de lo que molesta o perturba a los espectadores. La necesidad de mostrar se debe evaluar en contraste con los efectos de su opuesto, el ocultar. Y también en relación con los beneficios que pueda producir.  Ocultar la imagen puede significar complicidad con quien causa los daños y contribuye a evitar la empatía y la responsabilidad.

Por ello, para negar la necesaria implicación y la responsabilidad, los espectadores “evitativos” pueden rechazar su exposición al dolor de los demás, porque no desean sufrir ni actuar en consecuencia. Esta actitud puede resultar tranquilizadora, al menos durante cierto tiempo pero, a la larga, no sería ética.

No se trata de invitar a degustar cada lágrima, ni de repetir insistentemente ciertas imágenes descontextualizadas y detalladas. Y mucho menos, si se hace por simples motivos económicos de aumentar las audiencias. Se trata de que el espectador no solo comprenda sino que se transporte a través de la imagen hacia la experiencia del otro y participe de ella de alguna manera. Se trata de producir la identificación de los espectadores. La interdependencia de los seres humanos es sustancial, configuradora y estructurante de todas las dimensiones de la personalidad, y quizás en ninguna de ellas es tan fuerte tan fuerte como en la experimentación del dolor y del sufrimiento. Es en este punto en el que somos especialmente y de forma espontánea susceptibles de ponernos en el lugar del otro y comprenderlo. Y las imágenes hacen posible, mucho mejor que los relatos, que las personas puedan asumir, interiorizar, sufrir de forma vicaria el sufrimiento (mucho más si se presenta como cercano) y se sientan interpelados para experimentar algo más que miedo, el deseo de que el sufrimiento acabe y de que no se vuelva a repetir si es posible. Para sentirse implicado en responsabilidad y necesidad de interdependencia y cuidado mutuo. La responsabilidad, la interiorización, el tener en cuenta de las necesidades de los otros, de todos los otros, es el fundamento de la ética postconvencional o universal y de la ética de la consciencia.

Las emociones ante las víctimas están detrás de los movimientos sociales, los cambios políticos y de la transformación de los principios éticos que regulan las relaciones humanas. La representación de los colectivos que sufren puede producir una recomposición de los vínculos hacia ellos. Vínculos de aprecio y sentimiento de comunidad. Vínculos de cuidado. Por otro lado, las imágenes son un medio duradero de recuerdo y justicia que puede mejorar la redistribución de los avances científicos y sociales para asegurar en la medida de lo posible el bienestar en situaciones futuras similares.

Por ello me sumo a las personas de variadas procedencias, edades, sexo y contexto cultural que demandan la presencia de imágenes explícitas y gráficas de las víctimas. No se trata de morbo sino de un medio eficaz para testificar, asentar una verdad, dar testimonio de ella y acentuar la tendencia hacia el cuidado mutuo.

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