Razones para una nueva política fiscal y presupuestaria
La publicación del (mal) dato de déficit público conocido recientemente ha generado un intenso debate sobre la estrategia seguida hasta ahora por el Gobierno y las opciones de cara al futuro. Hace tiempo que era evidente que los objetivos de estabilidad estaban fuera de la realidad, pues implicaban ajustes inasumibles políticamente para cualquier gobierno y que tendrían un alto impacto en el crecimiento.
De hecho, según diversas estimaciones, parte del crecimiento de 2015 se explicaría por la relajación fiscal experimentada. Es decir, el cumplimiento del objetivo de déficit habría tenido un impacto entre el 0,6 y 0,9% del PIB y cerca de 80.000 empleos menos.
Si hasta hace solo unos meses el Gobierno seguía defendiendo públicamente que se cumpliría con los objetivos, finalmente, hace unos días anunció el retraso de un año en la reducción del déficit por debajo del 3%. Y Guindos, máximo adalid del rigor fiscal, lo vende ahora como un triunfo (personal), pero no hay que olvidar que el PSOE lleva al menos 4 años defendiendo una suavización en la reducción del déficit, frente a las críticas acérrimas del gobierno y sus medios afines.
Mejor habría sido si hace un año el gobierno hubiera solicitado un mayor plazo a Bruselas, al calor de las demandas similares de Francia, Alemania e Italia. Pero Guindos estaba entonces en otra carrera, tratando de contentar a Merkel y Schauble para conseguir la presidencia del Eurogrupo. En lugar de un aplazamiento, el ministro quiso jugar a ser el primero de la clase de ortodoxia fiscal, y el resultado es por todos conocido: un agujero de 10.000 millones, advertencia seria de Bruselas con una sanción en el horizonte más cercano, pérdida de confianza en las cuentas públicas de nuestro país y una posición negociadora más débil.
En esta situación, Montoro se desentiende del problema y culpabiliza a las Comunidades Autónomas por sus excesos derrochadores, particularmente a los nuevos gobiernos regionales salidos tras las urnas el año pasado. Poco importa en esta gran demagogia que la mayoría de dichos gobiernos de centro-izquierda encontraran unas cuentas públicas desastrosas cuando aterrizaron a mitad de año. O que el déficit de la Seguridad Social, bajo su responsabilidad, esté desbocado y creciente cada año. Esta actitud del ministro demuestra su altura de miras y visión de Estado. ¿Alguien se imagina a Angela Merkel echando la culpa a los landers por algún asunto de la máxima importancia en Alemania?
Montoro acusa a las CC.AA. de incumplir la Ley de Estabilidad, cuando el primero en hacerlo es el Estado, que incumplió la regla de gasto de la Administración Central en 2015 por la bajada de impuestos, y ha incumplido todos los años los objetivos de déficit de la Seguridad Social. Pero no pasa nada, en el país del PP, la ley se aplica a la carta.
Montoro fue laxo el año pasado con los gobiernos autonómicos, mayoritariamente del PP y, en año electoral, no les exigió la elaboración de Planes Económico-Financieros para corregir sus déficit. Estos días, un gobierno en funciones que no hizo sus deberes por razones electorales, retiene recursos destinados a las CC.AA, ahogándolas de liquidez, mientras las amenaza para que presenten en cuestión de 15 días estrictos planes de ajuste que supondrán más recortes sociales.
Al tiempo, el Ministerio de Hacienda no comparte la información fiscal con la Autoridad Fiscal Independiente para que no pueda valorar el nuevo Programa de Estabilidad tal y como estipula la Ley. Así se evita las críticas. ¿Se puede tener menos respeto a la AIReF cuya labor está siendo fundamental para recuperar la credibilidad en nuestras cuentas públicas?
España ciertamente tiene una enorme deuda pública y un déficit fiscal estructural que hay que abordar de manera seria, pero hacerlo con visión de largo plazo sin comprometer el crecimiento y creación de empleo que han de ser la prioridad. El ritmo de consolidación fiscal debe ser realista para permitir por un lado, mostrar un compromiso inequívoco de reducción del déficit que restablezca la confianza de los mercados y, por otro lado, la reconstrucción de las grietas del estado de bienestar abiertas en la última legislatura, así como un impulso a políticas de crecimiento de largo plazo.
La clave para abordar el desequilibrio en las finanzas públicas se encuentra en la insuficiencia de ingresos públicos, ya que España tiene unos de los niveles de presión fiscal efectiva más baja de la zona euro. Es más, los últimos datos de Eurostat recientemente publicados, muestran que en 2015, creciendo al 3,2% aumentó en dos décimas su diferencial de ingresos públicos respecto a la media de la Zona Euro, que ahora es ya de 8,4% del PIB.
Además, los ingresos públicos son inestables, como se vio con el desplome de la recaudación durante la crisis económica. Por ello, los socialistas consideramos necesario un cambio estructural del sistema impositivo, que recomponga las bases imponibles sin incrementar los impuestos a la clase media trabajadora, pero que eleve los ingresos de forma estructural en unos dos puntos de PIB a lo largo de la legislatura, junto a una reordenación y mayor eficacia del gasto público.
El ritmo y la estrategia de reducción del déficit que defendemos desde el PSOE no implican recortes adicionales de nuestro Estado del Bienestar, como exige el gobierno estos días a las CC.AA. Al contrario, a medida que el crecimiento económico y la reforma fiscal vayan elevando los ingresos públicos se podrá ir acomodando un mayor nivel de gasto (y no al revés), compatible con el saneamiento de las finanzas públicas y el cumplimiento de los acuerdos europeos. Esta estrategia nos acercaría en los próximos cuatro años a la media de los países de la zona euro en niveles de ingresos públicos, así como de servicios públicos fundamentales y prestaciones sociales. Y, lo que es más importante, contribuirá a reducir las desigualdades y, consiguientemente, a reactivar la creación de empleo, sin poner en riesgo los equilibrios macroeconómicos, ni el crecimiento. Pero para ello se necesita un nuevo gobierno de cambio, con credibilidad y con las ideas claras. Aún hay tiempo.