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La reconstrucción de la política exterior brasileña

Los brasileños no se reconocen como latinoamericanos

Fernando Henrique Cardoso, Aloysio Nunes Ferreira, Celso Amorim, Celso Lafer, Francisco Rezek, José Serra Rubens Ricupero y Hussein Kalout

Expresidente y exministros de Relaciones Exteriores de Brasil —

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La reconstrucción de la política exterior brasileña es una tarea tan apremiante como indispensable. Pasando esta bochornosa página de sumisión e irracionalidad, pongamos de nuevo en el centro de la acción diplomática la defensa de nuestra independencia, nuestra soberanía, nuestra dignidad y nuestros intereses nacionales. Encarnemos una vez más todos esos valores, incluyendo la solidaridad y la búsqueda de diálogo, que han contribuido a construir el patrimonio y a elevar el orgullo del pueblo brasileño.

A pesar de nuestras distintas opiniones y trayectorias políticas, nosotros, que hemos ocupado altos cargos en la esfera de las relaciones internacionales en varios gobiernos de la Nueva República, queremos expresar nuestra preocupación por la forma en que la política exterior del país ha violado sistemáticamente los principios rectores de las relaciones internacionales del Brasil, definidos en el artículo 4 de la Constitución de 1988.

Un documento pionero en este sentido, la Constitución, establece que Brasil “se rige en sus relaciones internacionales por los siguientes principios: I, independencia nacional; II, respeto a los derechos humanos; III, autodeterminación de los pueblos; IV, no intervención; V, igualdad entre los Estados; VI, defensa de la paz; VII, resolución pacífica de los conflictos; VIII, repudio al terrorismo y al racismo; IX, cooperación entre los pueblos para el progreso de la humanidad; y X, concesión de asilo político”.

Además, establece que “La República Federativa del Brasil procurará la integración económica, política, social y cultural de los pueblos de América Latina con miras a establecer una comunidad latinoamericana de naciones”.

Comparar los principios de la Constitución de Brasil con las acciones del gobierno en el ámbito de la política exterior revela que estas últimas contradicen a la primera tanto en fondo como en forma. La verdadera independencia nacional no puede conciliarse con la subordinación a un gobierno extranjero cuya estrategia política explícita es promover su propio interés por encima de todo. Un gobierno que se declara firme aliado de tal país renuncia activamente a su propia independencia. Al hacerlo, además, la presente administración adopta una agenda que amenaza con arrastrar a Brasil a conflictos con naciones con las que mantenemos relaciones de amistad e interés mutuo. Asimismo, se aparta del mencionado principio universalista de la política exterior brasileña y de su capacidad para entablar diálogo y tender puentes con diferentes países, desarrollados y en desarrollo, por nuestro propio interés.

Otros ejemplos recientes de contradicciones con las disposiciones de nuestra Constitución incluyen los siguientes: el apoyo a medidas coercitivas en países vecinos, la violación de los principios de autodeterminación y no intervención; el voto en las Naciones Unidas para la imposición de un embargo unilateral, contraviniendo las normas del derecho internacional, el principio de igualdad entre Estados y el de resolución pacífica de conflictos; el respaldo al uso de la fuerza contra Estados soberanos sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU; la validación oficial de asesinatos políticos y el voto en contra de las resoluciones del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra que condenan la violación de esos derechos; la apología de una política que niega a los pueblos indígenas derechos que sí les garantiza la Constitución; y el menosprecio hacia asuntos como la discriminación por motivos de raza y género.

Además de contravenir la Constitución Federal, la actual tensión/línea de la política exterior ha supuesto graves pérdidas para el país, como el colapso de nuestra credibilidad en el exterior, la pérdida de mercados y la fuga de capitales. Un daño que sin lugar a dudas será difícil reparar. Aplaudido en el ámbito del ecologismo desde Río-92 y considerado durante mucho tiempo un líder del desarrollo sostenible, Brasil se presenta ahora como una amenaza para sí mismo y para todos los demás, a causa de la incesante destrucción de la Amazonia y de su contribución al avance del calentamiento global. Mientras tanto, la diplomacia brasileña, tradicionalmente reconocida como una fuerza de moderación y de equilibrio al servicio de la creación de consensos, se ha convertido en un actor subordinado a un unilateralismo agresivo y peligroso.

En América Latina, Brasil ha pasado de ser partidario de la integración regional a ser partidario de las aventuras intervencionistas, allanando el camino a potencias extrarregionales. Hemos renunciado a la capacidad de defender nuestros intereses, colaborando en la deportación de trabajadores brasileños de los Estados Unidos en condiciones inhumanas; y lo hemos hecho una vez más al decidir retirar todo el personal diplomático y consular brasileño de la vecina Venezuela por razones puramente ideológicas, dejando atrás a los desamparados ciudadanos brasileños que allí residen.

En Europa Occidental, antagonizamos ahora con socios de la talla de Francia y Alemania en prácticamente todos los campos. Este curso actual de acción antidiplomática aleja a Brasil de sus objetivos estratégicos, alienando a naciones que son esenciales para la implementación de la agenda económica del propio gobierno.

La grave crisis sanitaria que ha supuesto el coronavirus ha evidenciado además la ineficacia del actual Ministerio de Relaciones Exteriores y su rol contraproducente a la hora de apoyar a la nación accediendo a productos y equipamiento médico. El sectarismo que alimenta los ataques, por lo demás inexplicables, contra China y la Organización Mundial de la Salud, sumado a la falta de consideración por la ciencia y a la indiferencia hacia las vidas humanas que viene demostrando el presidente, ha hecho del gobierno un objeto de burla y de repulsa internacional. Al mismo tiempo, ha comprometido también esfuerzos de gobernadores estatales a la hora de importar productos que se necesitan desesperadamente para salvar las vidas de miles de brasileños.

Rescatar la política exterior de Brasil requerirá el retorno a los principios constitucionales, a la racionalidad, al pragmatismo, al sentido del equilibrio, a la moderación y al realismo constructivo. Y en este proceso de reconstrucción, corresponderá al Poder Judicial -guardián de la Constitución y del Congreso Nacional, representante de la voluntad popular- cumplir con su función, asegurando que las acciones diplomáticas se atengan realmente a los principios establecidos en la Constitución.

Para responder a los anhelos de nuestro pueblo y a las necesidades reales de Brasil, la política exterior debe suscitar un amplio apoyo en términos de opinión. Debe ser colaborativa, guardando respeto y consideración hacia todos los sectores de la sociedad. También requiere el compromiso del cuerpo diplomático al servicio del país con una política de Estado, en lugar de con medidas partidistas destinadas a agitar a una minoría reaccionaria y a alimentar sus prejuicios. Queremos trasladar nuestra simpatía y nuestro apoyo decidido a aquellos diplomáticos humillados y abochornados por posiciones que tanto chocan con las mejores tradiciones de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores.

La reconstrucción de la política exterior brasileña es una tarea tan apremiante como indispensable. Pasando esta bochornosa página de sumisión e irracionalidad, pongamos de nuevo en el centro de la acción diplomática la defensa de nuestra independencia, nuestra soberanía, nuestra dignidad y nuestros intereses nacionales. Encarnemos una vez más todos esos valores, incluyendo la solidaridad y la búsqueda de diálogo, que han contribuido a construir el patrimonio y a elevar el orgullo del pueblo brasileño.

La versión original en portugués fue publicada por O Estado de S. Paulo, Folha de S. Paulo, O Globo, Valor Econômico el 8 de mayo de 2020.

Traducción al español de: Tristán Torrejón

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