¿A qué os agarráis?
¿Yo? A los libros breves, llenos de fogonazos, como este de María Negroni, Pequeño mundo ilustrado un catálogo de cosas extrañas, de una editorial llamada Wunderkammer. ¿Qué guardáis en vuestra cámara de las maravillas para tirar en estos tiempos convulsos y tediosos? Yo guardo series donde no hablen en inglés (no sé, me empaché), sesiones de electrónica grabadas tiempo ha, sagas literarias tan largas como este trance. ¿A qué os agarráis? Necesito ideas. Cada día me siento más una medusa abisal, atravesando, como Gary Oldman, “océanos de tiempo”, pero en versión aburrida. Me agarro al menú de la escuelita de mi hijo (al menos sé que allí come requetebién). A no engancharme a los gráficos, a las curvas de incidencia acumulada. También me agarro mucho al móvil, como Rose a su tabla. Me agarro a las metáforas cinematográficas, como veis. Cuando me acuesto por la noche, veo un timeline de duermevela descender sin fin, como cuando de adolescente veía caer las fichas del Tetris. Me agarro a combatir el odio surgido al amor de una Ley que garantiza derechos de personas. Punto. A despejar balas que llegan desde una masculinidad, espero, agonizante. O no. ¿Y vosotras? ¿Os agarráis mucho al móvil? ¿A las broncas en redes? ¿Sentís a veces que vivís más allí que “fuera”? Seguro. Me agarro a hacer por coincidir con algunas de mis compañeras de coworking para compartir un café con las ventanas abiertas y apostadas cada una en una puerta. Y reírnos, si hay suerte. Y cuidarnos. Esa es mi cumbre de vida social semanal. Mi cumbre de salud. Me agarro a quedar con alguna amiga en algún parque. Nuestro centro social más deseado, El Retiro, nos lo cerró Filomena y algún plan posterior del Ayuntamiento. Me agarro a engancharme a alguna novela que no me deje soltarla. A cumplir con los encargos de curro. A llegar a fin de mes. A reírme al menos una vez al día. A encontrar nuevas autoras. A preparar buenas clases. A pasear como si no fuera saludable, como si fuera divertido. A mantenerme en movimiento para no hibernar más de la cuenta. ¿A qué preferís agarraros? ¿Tenéis la ilusión de que esto acabará pronto y todo volverá a ser igual o estáis ya asumiendo una nueva vida partiendo de lo que hay? Yo no sé. Estamos en un espacio liminal. Me agarro a aprender nuevas palabras, nuevos conceptos, a seguir los avances en la expresión verbal que hace mi hijo (tren-agua-pez-mío) mientras se escapa a pasos agigantados de su antigua piel de bebé. A engancharme a algún salseo de la prensa rosa. A cosas inconfesables me agarro. A masturbarme con diligencia, como en esa serie sueca que estaba bien pero tampoco pude terminar. Me agarro a que ya no recuerdo cuándo fue la última vez que vino alguien a casa, ni que pisé la biblioteca. Me agarro a entrenar la memoria. A encontrar un patrón entre las villanas de las series anglosajonas (Villanelle, The Great...) que vi. No sé. Me agarro a descubrir podcasts. A tratar de comer más o menos bien. A averiguar si la cabecera de The flight attendant le hace un guiño a Mad men. Mi vida intelectual es apasionante. Yo ya ni soy graciosa, ni imaginativa, ni cínica, ni nada interesante que se le parezca. ¿De qué habláis cuando quedáis con la gente? ¡Si no nos pasa nada! Yo podría hablar de mis avances y retrocesos con la disciplina positiva o de lo bien que estoy esquivando la acidez de estómago en este embarazo. Temas con mucha perspectiva geopolítica dada la crisis actual. ¿Cómo medís vuestra escala de diversión ahora? Me agarro a atesorar likes mientras sigo trabajando. Y a darlos. A veces hago visitas telefónicas a amigas y familiares. Otras (muchas) les dejo audios más largos de lo deseable, de lo admitido por la etiqueta comunicacional. ¿Cuánto es esto? ¿Tres minutos? Mira, a veces hay que dejar audios largos. Me agarro a ordenar cosas por orden alfabético. A borrar mensajes, a tener al día las facturas. Y luego, ¿qué hacéis cuando se han acabado las tareas, cuando ya no hay más likes en ninguna red, cuando está todo entregado? ¿Todas las series vistas? ¿Los niños dormidos? Va, una nueva publicación. “Enciclopedia portátil del asombro. Diccionario de maravillas”, dice la descripción del libro-catálogo maravilloso de María Negroni que no me quiero terminar. Busco fotos de la autora. Le pregunto cosas sobre ella a Google. Me dice que es porteña, que es mayor, una señora. Me entra orgullo señoril. Releo el índice, me quedaría allí a vivir. Un libro de lugares, de sucesos históricos inverosímiles a los que fugarse. Un libro que no se acaba, justo lo que necesitaba para agarrarme definitivamente. Y, ustedes, vosotras, ¿a qué os agarráis?
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