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La arena de la playa no es tu cenicero

Una colilla en la arena de una playa.

José Luis Gallego

El tipo está sentado sobre la toalla frente a la orilla del mar. Lleva un rato apurando el cigarrillo con esa mueca tan característica: los dedos en pinza, achinando los ojos. Lo miro porque me temo que lo va a hacer. Y finalmente lo hace: una última caladita y sin apenas desviar la mirada clava la colilla en la arena y la deja allí. Con toda la pachorra, como si fuera lo más natural del mundo, quedándose tan ancho.

Dan ganas de ir a llamarle la atención, a decirle lo del “oye, perdona: se te ha caído”, pero lo cierto es que no es el único que lo hace. De hecho estoy rodeado de ellas: la arena está salpicada de colillas.

¿Qué podemos hacer para evitarlo? ¿Cómo podemos convencer a los fumadores de que la arena de la playa no es su cenicero? En Tailandia lo tienen muy claro. Desde el año pasado si te pillan tirando una colilla a la arena te cae una multa de 2.500 euros y una pena de un año de cárcel. Poca broma con los tailandeses. Y es que están hasta las narices de las colillas.

Con la entrada en vigor de la nueva ley anti-tabaco, las autoridades de este país asiático quieren acabar con el que, según su Ministro de Recursos Marinos, se ha convertido en uno de los mayores daños a la imagen turística de sus famosas playas. Un problema que está afectando gravemente a la pesca y provocando daños en la red de alcantarillado, lo que agrava los efectos de las inundaciones.

Y es que el inocente y en apariencia inocuo filtro de los cigarrillos es en realidad una bomba química altamente contaminante. El acetato de celulosa del que está compuesto retiene en su interior un cóctel de sustancias en el que, además de nicotina y alquitrán, podemos encontrar arsénico, cadmio, cobre, níquel y otros metales pesados.

Todo eso es lo que contiene una colilla, una pequeña dosis que, multiplicada por los billones de unidades esparcidas cada año por la arena de las playas, se convierte en uno de los mayores problemas medioambientales al que nos enfrentamos.

Sin conocer a fondo el problema, porque es imposible hacerse una idea aproximada de la cantidad de colillas que estamos echando al mar, la acumulación de colillas está resultando altamente tóxica para la vida marina. Pero no solo eso.

Los científicos llevan mucho tiempo alertándonos del alto riesgo que supone para nuestra propia salud que el veneno de las colillas acabe integrándose en la cadena trófica, contaminando el pescado del que nos alimentamos.

En España, y según cálculos del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT), estaríamos hablando de más de treinta y dos millones de filtros de cigarrillo al año. Y la mayor parte de ellos acaban siendo desechados de la manera más irresponsable en el entorno. Un entorno que en realidad es un gigantesco embudo que los acaba llevando al mar.   

Cada día son más las playas sin humo, lugares de la costa en los que se prohíbe fumar, no ya por los efectos tóxicos del humo, sino para evitar que las colillas y su cóctel tóxico acaben en la arena.

Aunque todo es más fácil. Basta con que, si vas a fumar en la playa, no claves la colilla en la arena y uses cualquiera de las numerosas alternativas que tienes a tu disposición: desde los famosos ceniceros tipo cono que regalan en los chiringuitos, hasta una lata vacía. Esa es la mejor medida para que este problema, en apariencia menor, no acabe envenenando el mar y a nosotros mismos.

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