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Avanzando sobre brasas

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el expresidente del Gobierno José María Aznar.
9 de noviembre de 2023 22:50 h

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Entre tanto grito y denuesto, hay algo indiscutible y decisivo: que la izquierda conserva el poder político y que la derecha ha sido derrotada. Si el Tribunal Constitucional convalida el pacto al que han llegado el PSOE y Junts, y para saber eso habrán de pasar unos cuantos meses, esa realidad política mandará sobre todo lo demás, está mandando ya en el panorama, más allá de las descalificaciones. La única pregunta básica que queda por contestar es qué terminará por hacer la derecha, cuando su discurso tremendista se agote por inanición, que terminará agotándose.

Para un observador mínimamente desapasionado, y la opinión generalizada de la prensa extranjera seria así lo confirma, las cosas han ocurrido tal y como tenían que ocurrir. El 23 de julio el PP no obtuvo los escaños necesarios para gobernar. Y el PSOE ha sido capaz de aunar a los partidos que sí sumaban una mayoría. Que lo haya hecho a cambio de concesiones es algo normal en la política democrática. Junts ha aprovechado el valor estratégico de sus siete escaños para obtener la amnistía para las consecuencias penales del procés.

Es un precio alto. Porque desautoriza toda la política que la derecha y una judicatura no precisamente imparcial han aplicado contra el independentismo y el catalanismo desde hace más de una década. Pero había que pagarlo si se quería gobernar, que es la tarea prioritaria de cualquier partido que se precie. Pedro Sánchez ha asumido con valentía política ese reto y hasta los que hoy le llaman de todo saben que, en política, hacer eso y que salga bien, es ganar.

Los que han perdido, el PP, van a tratar de arruinarle esa victoria. Recurriendo a lo que sea, como ya han hecho en los últimos días. Lo cual tampoco es una sorpresa, pues la oposición sin límites ni prejuicios democráticos ha sido la tónica de la actuación de la derecha desde el momento en que el PSOE llegó al poder en 2018. Pero esos cinco años, que tuvieron sus momentos inquietantes, demuestran que quien tiene el poder puede aguantar esa tormenta si sabe navegar adecuadamente.

Para abordar con un cierto optimismo el tiempo que viene, la izquierda cuenta con dos elementos a su favor: uno, que Junts y Esquerra han renunciado a la acción unilateral independentista a cambio de la amnistía. Sánchez inicia su tercer mandato sabiendo que Cataluña no va a ser un factor que arruine cualquiera de sus proyectos. Y ese es un activo decisivo no sólo para la estabilidad sino también para trazar con una mínima tranquilidad su política. Los que dicen que Sánchez ha cedido todo con tal de seguir en La Moncloa ocultan que Puigdemont ha aceptado que su eventual referendo se haga dentro de la Constitución y en un plazo que puede ser muy largo. Y ese es un punto del acuerdo del jueves tan decisivo como el de la amnistía.

El segundo activo a favor del futuro gobierno de izquierdas es la situación de la derecha. Que no es precisamente muy halagüeña, a pesar de la fuerza con que grita y denuncia. Porque tiene a su cabeza a un líder que no sólo ha dejado pasar la oportunidad electoral del 23 de julio –y eso terminará costándole la cabeza–, porque sus divisiones internas aparecen cada día más claramente a la luz del día, porque su pugna con Vox no decae, sino que se intensifica y porque no propone nada que no sea la crítica cada vez más histérica a la izquierda.

En el PP tiene que pasar algo para que pueda rentabilizar el gran capital político del que sigue disponiendo: entre otras cosas, el mando en buena parte de las comunidades autónomas y grandes ayuntamientos, así como una fuerza electoral enorme. Y ese algo no puede ser que José María Aznar se haga de nuevo con las riendas del partido, tal y como se ha visto que ha hecho en las últimas semanas, dejando a Alberto Núñez Feijoo con cara de acólito obediente.

Mientras la derecha sólo sea capaz de gritar, muchas veces siguiendo el camino que le marcan sus medios de comunicación, lo cual es otra aberración sin sentido, no conseguirá batir a la izquierda y a sus socios de la España periférica, a los que siguen fielmente millones de ciudadanos… españoles.

La tentación de un golpe antidemocrático que permita superar esa dinámica infernal para la derecha debe circular por algunas mentes. Pero no hay condiciones para que algo de ese tipo se produzca. Ni técnicas, ni ambientales. Las fuerzas armadas parecen estar muy firmemente bajo control democrático y aunque puede que la situación no sea la misma en las de orden público y seguridad, con la Guardia Civil y la Policía Nacional solas no se da un golpe de estado.

Pero, más allá de eso, el ambiente general es muy estable, tranquilo incluso, aunque unas minorías griten mucho y aunque las concesiones a los catalanes irriten a tantos españoles. La economía no va mal, hay empleo y los salarios, aunque sigan siendo más bajos que los de los países europeos más ricos, no se han hundido, sino que crecen algo. Y la diplomacia española se está moviendo bien, alejando las tensiones, dentro de lo posible. Hasta parece que Argelia quiere hacer las paces, sin que Madrid se haya distanciado de Rabat.

Preparémonos por tanto para que el follón siga en las semanas y hasta los meses que vienen. Porque la derecha no puede hacer otra cosa más que armarlo. Y no digamos Vox. Pero algún día ese temporal empezará a amainar.

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